De ensueño la pasarela de John Galliano para Dior
El modisto gibraltareño deleitó como nunca a la asistencia.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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El nuevo desfile de John Galliano para Christian Dior convirtió al Museo Rodin de París, Francia, en el epicentro de la primera jornada de alta costura para el verano 2011, que cerró la colección Etam de Natalia Vodianova en el Grand Palais.
Con la estrategia de convertir en una verdadera joya cada uno de sus modelos, el modisto gibraltareño John Galliano deleitó como nunca a la asistencia.
Todos disfrutaron de una colección de absoluta actualidad y, a la vez, inspirada en la esencia de la firma, en sus más fastuosos volúmenes, adornados con exquisitos bordados sobre un perfecto corte construido sobre materias primas de ensueño.
Con tanto fasto Galliano parecía proponer un mensaje rotundo aunque subliminal, pues la crisis dejó de existir por completo durante los minutos que duró su presentación, en una carpa instalada al efecto en los jardines del Museo Rodin, junto a los Inválidos.
Ésto, al igual que ocurrió a mediados del siglo pasado, cuando Christian Dior abrió las compuertas de la ilusión al empezar a derramar su soberbio y generoso lujo sobre la capital más elegante del mundo.
Las legendarias ilustraciones con las que René Gruau reflejó ese nuevo look, esa nueva manera de vestir a la mujer, liberada de las cartillas de racionamiento y de la pesadumbre de la posguerra, fueron el punto de partida de la colección.
Como en los años 50 vistos por el maestro fundador, con John Galliano la indumentaria más lujosa que una mujer pueda portar en la primavera-verano 2011 será también cuestión de decenas de metros de tejido.
Algo indispensable para crear los voluptuosos volantes, drapeados, plisados, las gigantescas mangas, faldas y boleros mostrados decididamente lejos, muy lejos de la crisis.
Galliano presentó una colección trabajada como un cuadro, con siluetas fluidas y rebosantes de elegancia, en organza, seda, falla y tul, teñida de tonos degradados, francos, dulces y claros; del azul al amarillo, el beige y el dorado, y también vivos, como el rojo o el verde esmeralda.