Cuesta definir el estilo Gucci. Es difícil resumir el sello de una marca de moda que durante un siglo ha tenido tantas reinvenciones.

Para la más reciente generación de seguidores de las tendencias, Gucci es una suerte de parque de diversiones en el que Alessandro Michele, su actual director creativo, presenta colecciones al límite de la vanguardia y la excentricidad. Previamente fue el universo femenino de Frida Giannini, con sus estampados florales y reinvenciones de bolsos superventas. O, para los nostálgicos de los 90, fue la marca que Tom Ford rescató del olvido con diseños atrevidos, siluetas hipersexuadas y escandalosas campañas publicitarias. Y tiempo atrás solo era un monograma de doble G que tapizaba desde pañuelos hasta anteojos, una situación en la que cayó tras hipotecar el glamour que tuvo cuando era la firma favorita de Grace Kelly o Sophia Loren.

Pero antes de ese viaje y esos notorios cambios de rumbos, la saga Gucci partió el 26 de marzo de 1921 en una pequeña boutique en la tranquila Via Vigna Nouva de Florencia. Era una discreta tienda de artículos de piel que instaló Guccio Gucci, un florentino que muy joven salió a recorrer Inglaterra y Francia en busca de nuevas oportunidades. En Londres trabajó como portero en el Hotel Savoy, donde se deslumbró ante las glamorosas maletas con las que llegaban los visitantes de todo el mundo.

En 1918 regresó a Italia para trabajar en Franzi, una marca de equipaje. Tres años más tarde, abrió su propia tienda con la ayuda de artesanos de la región italiana de Toscana y con un adelantado concepto de sofisticación. Al principio, el negocio principal de Gucci era fabricar sillas de montar y otros accesorios para jinetes. Sus diseños ganaron popularidad a medida que se expandió al mundo de los accesorios. Los aristócratas ingleses se convirtieron en grandes clientes.

A principios de los 30, su clientela se volvió más sofisticada, lo que obligó a ampliar sus productos al negocio de los equipajes de lujo. Luego comenzó con los zapatos, donde se consagró con el mocasín de estribo, que es considerado una obra maestra del diseño internacional.

Como el cuero era difícil de conseguir a mediados de la década de 1930 debido a las sanciones contra Italia, Gucci experimentó con textiles alternativos. Así surgió su primer estampado exclusivo: pequeños diamantes interconectados en marrón oscuro. El icónico bolso Bamboo Bag nació en circunstancias similares en 1947.

A partir del año próximo, Gucci presentará una sola colección por temporada que combinará ropa para hombre y para mujer. (Archivo / EFE)
En el 2020, Gucci estableció una política de presentar una sola colección por temporada que combinará ropa para hombre y para mujer.

Los artesanos de Gucci estaban luchando por encontrar materiales hacia el final de la Segunda Guerra Mundial y descubrieron que podían usar bambú japonés para fabricar asas de bolsos únicas. Tratados con un método único y patentado, estos mangos de bambú bruñido que ganaron fama cuando en los 50 Grace Kelly compró un bolso durante un viaje a Milán. Así Grace se convirtió en la primera diva de Gucci. Tanto fue el impacto, que la compañía decidió demostrarle su afecto, y en los años 60 le pidió al ilustrador italiano Vittorio Accornero que diseñara el estampado de un pañuelo con flores e insectos que bautizó con el nombre de Flora y que obsequió a todas las damas de honor en su matrimonio con Rainiero de Mónaco.

Tras la Princesa de Mónaco, el crecimiento del listado de Gucci-adictas fue imparable. Desde Audrey Hepburn hasta Liza Minelli exhibían su obsesión por la doble G. Pero fue Jackie O., quien se convirtió en la segunda mujer en ganarse la pleitesía de los dueños de la etiqueta, quienes bautizaron con su nombre un bolso que reinventan cada temporada.

La tragedia italiana

Como es tradicional en la moda italiana, Gucci logró el éxito como una empresa familiar. Como un negocio que resguardaba una tradición. Durante los años en que Guccio estuvo al frente, la casa de modas funcionó sin contratiempos. Con su mujer, Aída Calvelli, y sus cuatro hijos, Aldo, Ugo, Rodolfo y Vasco, manejaban su imperio con una inteligente mezcla de exclusividad, respeto por la artesanía y ojo comercial. Pero la tormenta estalló cuando el patriarca murió en 1953, solo 15 días después de la inauguración de su primera boutique en Nueva York.

Apenas los hermanos se hicieron cargo de la compañía, comenzaron las divisiones internas. Aldo y Rodolfo se acusaban uno al otro de no involucrarse con el negocio. Fue la partida de las intrigantes luchas de poder.

En los años 70, Gucci se expandió en Oriente con boutiques en Tokio y luego en Hong Kong, pero la era dorada parecía haber terminado. Lo que siguió fue turbiedad y los titulares sensacionalistas de comienzos de los 80. Entonces, los hermanos se reunieron en Florencia para arreglar sus diferencias, pero terminaron en peleas de culebrón y situaciones escabrosas: Aldo Gucci estrellando la cabeza de su hijo Paolo contra la grabadora con la que registraba la discusión. La colosal pelea remeció al jet set . Jacqueline Onassis, viuda de Kennedy, envió a Florencia un telegrama de una sola pregunta: “¿Por qué?”.

La marca debutó con su primera colección de prêt-à-porter en 1981 en los desfiles de moda florentinos en la Sala Bianca, pero el toque Gucci ya se había diluido. Sus diseños no sintonizaron con el público. La empresa familiar cayó en las licencias de marca y derivó en una marca capaz de estampar su logo en todo tipo de productos.

En 1989 vino el primer intento de revivir a Gucci. Dawn Mello, expresidenta de Bergdorf Goodman, asumió como directora creativa. Mello trajo consigo un equipo importante: Neil Barrett para la ropa masculina y Tom Ford como diseñador de prêt-à-porter femenino. Bajo el cargo de Mello, el mocasín Gucci se reintrodujo en nuevos colores. Pero los otros diseños no fueron bien recibidos y Mello renunció.

Las nuevas etapas

Entonces la firma estaba bajo las órdenes de Maurizio, el único hijo de Rodolfo, y que en 1995 fue asesinado por encargo de su esposa Patricia. Meses antes, Domenico De Sole había tomado su dirección general y frenó licencias, franquicias y líneas secundarias. Pero fue Tom Ford quien potenció su elegancia con una fórmula de sofisticación y sensualidad. Sus colecciones se convirtieron en las favoritas de la prensa y de las celebridades. Los vestidos ceñidos, el esmoquin de terciopelo y los tacones de aguja remecieron la tendencia minimalista de la época.

El diseñador dejó la compañía en 2004, luego de una pelea con Pinault Printemps Redoute (que entonces compró Gucci). Tom Ford fue reemplazado por Alessandra Facchinetti, una diseñadora que mantuvo el mismo estilo excesivo. Pese al éxito comercial, su propuesta no convenció. Un año después dejó el cargo y fue reemplazada por Frida Giannini, que refrescó la firma y abandonó la obsesión de Ford con el atractivo sexual y revisó los archivos de la firma para crear una imagen inequívocamente femenina.

En 2015 Gucci anunció que Alessandro Michele asumiría la dirección creativa, la prensa se intrigó: aunque el diseñador llevaba 12 años en la firma, era un desconocido para la industria. Después de su nombramiento, Tom Ford dijo: “Era un gran diseñador de bolsos cuando trabajaba conmigo”.

Michele lanzó la última colección masculina de Giannini y la rediseñó por completo en solo cinco días. Un mes después, su primera colección de ropa de mujer fue un éxito instantáneo.

Con Michele, Gucci es un sueño maximalista. Sus colecciones derivan entre lo excéntrico, el feísmo y el espíritu más alternativo. El resultado ha revivido el éxito de antaño. Aunque, quizás, sus ideas no las entendería Guccio Gucci, el hombre que partió todo hace cien años.