Carta a un sobrino
"Con los cambios llega la nostalgia, porque ya no serás ese pequeñito frágil: ¡Ahora pesas 20 libras!"

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
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La noticia de tu llegada sorprendió a la familia. De repente, tu nombre empezó a sembrarse en nuestras vidas: Timothy. No era para menos, nos agregaste un nuevo título a todos. A mí me hiciste tía.
Te confieso que no fue hasta que te vi en el sonograma que realmente comprendí que existías. Aquel día acompañé a mi hermana a su cita para conocer si eras niño o niña. El pequeño cuarto estaba helado y no paraba de dar vueltas intentando encontrar calor; quería irme, pero apareciste en el monitor y el frío pareció desaparecer. Solo tú importabas. Tú presencia tan viva me dejó abstraída, anquilosada y asombrada. Te vi. Te conocí. Me alegré. Era tan placentero observarte… Y voilá. ¡El descubrimiento! ¡Es un varón!
De ahí en adelante, no has hecho otra cosa que hacernos feliz. Has cambiado los días de la familia. Tú nombre siempre está presente en nuestras conversaciones.
El aprendizaje también ha comenzado su marcha infinita.
Una de las cosas que más me ha maravillado es el don de la maternidad, algo que empiezo a creer es innato en la mujer porque he visto como tu madre, sin previa experiencia, te ama y cuida con admirable destreza; también la he escuchado hablar sobre cómo se ha educado sobre tu desarrollo. Estoy orgullosa de ella.
El verte crecer, además, ha sido como matricularme en un curso imparablemente asombroso sobre el camino que llamamos vida, sobre el comienzo de todo y la evolución constante del ser humano: creces y cambias, exploras y descubres, observas y escuchas -con curiosidad encantadora-; te esfuerzas y persistes, sientes y expresas, y, sobre todo, sonríes, como si tuvieras una máquina de hacer sonrisas. Y así es como has descubierto tu cuerpo y de lo que eres capaz, acciones todas que convertimos en una fiesta: levantar la cabeza, voltearse echado en el suelo, estirarse en busca de objetos, jugar con las manos y pies, sentarse, ponerse de pie, gatear y pararse. De todas ellas, me cautiva la persistencia que practicas cada vez que quieres agarrar algo: lo observas, lo estudias y te lo llevas a la boca.
En este constante cambio de páginas, van pasando los días y meses que no pasan desapercibidos: las cosas van dejando de servirte, logras bajar por una ranura recta el botón del discovery cube, dices mamá y ya te salió ese hermoso piano en la boca, ¡ah!, y empezaste a asustarnos. ¡Has intentado salirte del corral, y solo tienes 9 meses!
Con los cambios llega la nostalgia, porque ya no serás ese pequeñito frágil: ¡Ahora pesas 20 libras! No paras de crecer, y eso es tan inspirador. De hecho, te doy un consejo, cuando te conviertas en adulto recuerda esta etapa de tu vida, en la que no parabas de evolucionar, aprender, descubrir, arriesgarte, caerte y levantarte y, sobre todo, sonreír.