PONCE. Le llaman la “Vampira de Ponce”. A sus 94 años de edad, Gilda Wilson se levanta fielmente cada mañana para abrir las puertas de su laboratorio, fundado en el 1949 en el mismo casco urbano de la Ciudad Señorial.

Desde allí, corre varias bases en su centro de trabajo, que la han llevado a conquistar el corazón de su gente.

“Todo el mundo me dice la vampira porque saco sangre. Así que mira a ver…”, dijo doña Gilda soltando una carcajada.

Ese espíritu vivaracho, que en ocasiones le hace contonear sus hombros al ritmo de la música que resuena en los alrededores de su edificio, o que la lleva jocosamente a hacer una mueca sacando su lengua, la mantiene llena de vida y de energía para servir a su pueblo.

“Tengo artritis desde los nueve años. Caminé hasta hace cuatro años, pero ya estoy con esto (andador), pero sigo trabajando”, afirmó la mujer, quien tiene tres hijos, cinco nietos y cinco bisnietos.

Su carácter jovial y su casi imborrable sonrisa, han permanecido intactos. Lo confirman los recortes de periódico que adornan las paredes de su clásico laboratorio y que evidencian la trayectoria de esta dama de negocios; una ponceña destacada que asegura que su fama trasciende más allá de los límites de las enormes letras de Ponce.

“Soy la propulsora de la feria de salud en la isla entera. Nadie había hecho una feria de salud gratis. Yo iba con todos mis equipos y tecnólogos y le sacaba la sangre a todo el mundo gratis. Fui a los campos y a todos sitios. No solo me conocen en Ponce, me dice mi primo que vive en Florida que fue a un laboratorio y cuando estaban pinchándolo y vieron el apellido Wilson le preguntaron si era familia de Gilda Wilson y le dijeron que aprendieron conmigo. En San Juan, también me conocen porque pertenezco a la Unión de Mujeres de las Américas (UMA) y me conocen en San Germán porque mi padrino y madrina eran de allá”, aseguró.

Precisamente, su interés por el campo de la salud comenzó por la enfermedad que tenía su madrina, doña Carmen Luisa Ramírez de Arellano, quien la crío junto a su madre. Así, Gilda se interesó por el cuidado de la salud y las puertas de este mundo se le abrieron.

“Mi madrina tenía un soplo en el corazón, siempre estaba enferma. Entonces el Dr. Pila que vivía cerquita de aquí, venía a cada rato a chequearla y le sacaban la sangre y yo, como que me interesaba y dije: ‘ah, caramba, yo creo que voy a estudiar esto’. Y así fue. Fui a la Universidad Politécnica en San Germán y estudié un bachillerato en Arte y entonces pensaba seguir en Medicina Tropical, pero en vez de irme para allá, mi madrina estaba bien malita y dije: ‘yo me quedo aquí’. Entonces, hablamos con Dr. Pila y dijo que tenía en su laboratorio al mejor de todo Puerto Rico, el Dr. Oscar Costamandre y me dijo: ‘tú vas a ir para allá’. Entonces enseguida me cogieron y aprendí muchísimo porque él era una eminencia”, recordó.

Así, ella aprendió lo necesario para fundar su laboratorio, el cual lleva por nombre Laboratorio Gilda Wilson.

La estructura donde ubica el laboratorio ha sido el hogar de doña Gilda desde que nació. Precisamente, dice que tuvo que derribar su casita original para poder construir el edificio de cuatro pisos donde labora y reside desde hace casi un siglo.

Aunque en septiembre cumple sus 95 años, Gilda asegura que el motor que la mantiene en un estado productivo y que la lleva cada día a levantarse a trabajar, es el poder ayudar al prójimo.

“Ayudar, ayudar a los demás”, destacó.

Otra de sus mayores pasiones es pertenecer a organizaciones sociales y participar de reuniones y conferencias porque la hacen continuar su aprendizaje de la vida. “Me llena de satisfacción poder asistir a todas las conferencias, todo lo que me ayude a aprender más…”, dijo la dama, quien perdió la cuenta de todas las organizaciones de las que ha formado parte en su exitosa trayectoria. Pero, ¿cuál es su secreto?. Doña Gilda contestó sin titubear: “Tener ánimo, querer vivir y ayudar. Eso es importantísimo”.

Precisamente, con su vida, Gilda busca inspirar a otros a dar lo mejor de sí, ese es el mejor legado que busca dejar en su pueblo de Ponce y en toda la Isla. “Que sigan trabajando, que sigan sirviendo porque servir es lo mejor que hay en el mundo. Que le sirvan a todo el mundo, no importa que sea rico, que sea pobre como sea, pero que sirvan. Si alguien viene a pedir un favor se lo concedan, si se puede”, exhortó.

“Ponce cambió muchísimo, ha cambiado demasiado. Pero yo nací aquí y moriré aquí”, concluyó Gilda no sin antes sacar su lengua de forma jocosa y volverse a contonear con la salsa de Frankie Ruiz que sonaba a la distancia en aquel lugar.