La ciencia los unió.

Entre bromas y confesiones, la sinceridad sale a flote entre la pareja puertorriqueña compuesta por la psicóloga clínica Edmarie Guzmán Vélez y el doctor en neurociencias Héctor de Jesús Cortés.

No fue amor a primera vista para ella, pero el sentimiento triunfó. “Atracción de parte mía desde el principio, sí. De parte de ella, no necesariamente”. Con esta expresión, Héctor revela cuánto le atrajo su hoy esposa al conocerla en 2012, confesión que arranca risas a su compañera. “Él me parece superinteresante, me parece una persona bien divertida”, responde entre risas tratando de suavizar el recuerdo.

La historia de amor del matrimonio que vive en Boston (Massachusetts) comenzó en Iowa, cuando Edmarie completaba un doctorado en psicología clínica con concentración en neuropsicología, y Héctor recién se había mudado para, junto con el doctor Andrew A. Pieper, con quien trabajaba en la Universidad de Texas Southwestern, continuar las investigaciones científicas.

Buscando conocer otros boricuas en el territorio estadounidense, el científico coordinó un junte para ver la pelea de boxeo de Miguel Cotto vs Austin Trout. “Y llegó ella”, recordó el doctor, quien realizó su bachillerato en ciencias en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

Edmarie rememora cuánto captó su atención el interés profesional de Héctor. “Mi mentor en ese momento era el director del programa de neurociencia de la Universidad de Iowa, así que yo conocía a todas las personas que estaban en el programa, y me pongo a mirar los libros (de Héctor) y eran de neurociencia, y dije ‘¿de dónde salió él?, ¿cómo es posible que yo no conozca un puertorriqueño en el programa de neurociencia?’, y era que se acababa de mudar”.

Pero el encuentro no fue tan simpático, según Héctor. “Como muchas historias, la de nosotros tampoco comenzó con el pie derecho”, reveló. “Yo acababa de regresar de una conferencia de neurociencia bastante grande en los Estados Unidos y un premio Nobel (Erik Kandel) había firmado mi libro de neurociencia. Estaba bastante emocionado con ese dato y, para impresionar a la hermosa chica que acababa de conocer, le dije ¿tú conoces a este Premio Nobel?’, y ella me dijo que no. Entonces eso me puso bastante triste y le salí feo. Le dije que todo neurocientífico debe conocer a ese Premio Nobel”, relató sobre el momento que, fuera de agradar a la invitada que acababa de conocer, la desencantó. Pero el doctor natural de Bayamón no dejó que ese comienzo amilanara la intención de seguir conociéndola.

“Me di cuenta de que no fue la mejor actitud”, prosiguió. “Así que traté de empezar a invitarla a jugar tenis”, comentó Héctor, quien es becario postdoctoral en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). “Fuimos creciendo como amigos, muy buenos amigos, y poco a poco nos dimos cuenta que teníamos un amor por Puerto Rico increíble. A los dos nos encanta bailar y dijimos, ‘yo creo que esto es una cosa que podemos hacer juntos’, y nos enamoramos de esa manera”.

La doctora, natural de Isabela, recuerda cuando la química comenzó a aflorar para ella. “Empezamos a salir como pareja un año después de habernos conocido. A ambos nos encantaba la neurociencia. Nos encantaba la idea de volver a Puerto Rico. Entendemos la importancia de la mentoría”, repasó Edmarie, quien obtuvo su bachillerato en psicología en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. “Nos encantaba viajar. Más allá de la ciencia teníamos todas esas cosas en común”.

La chispa del amor dio paso a hacer planes juntos y a contraer matrimonio en 2017, cuando se casaron por lo civil en Boston y luego por rito católico en Puerto Rico.

Además del sentimiento y pasatiempos en común, también los une el interés por promover el interés por las neurociencias, principalmente en la población estudiantil. Uno de los esfuerzos más recientes originado por ambos científicos es el internado preuniversitario en la Universidad del Sagrado Corazón y el Massachusetts Institute of Technology (MIT), que se realizará en junio.

Para Héctor, a través de Edmarie ha tenido varias ganancias, como aprender a tener un balance entre el tiempo de trabajo y la vida personal, así como el valor de la familia. “Me separé mucho de mi familia cuando me fui a Estados Unidos. No llamaba mucho”, lamentó, conducta que cambió con la influencia de Edmarie. “Es algo que yo siempre he admirado de ella y que me encantó como una cualidad para una persona con la que yo quiero vivir el resto de mi vida”.

Por su parte, Edmarie admira la pasión y la entrega que demuestra su esposo en todo lo que se propone, además de su destreza para romper el hielo e interactuar con la gente. “Él llega a un sitio y es bien sociable. Yo soy más tímida al principio. Pero él empieza a hablar con todo el mundo”.