Como “coco” a sus 107 años don Ignacio Saavedra Feliciano
Celebró su cumpleaños el 11 de septiembre rodeado de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranieta.

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Agradecido de Dios por pemitirle celebrar 107 años de vida, con buena salud y mente clara, se siente Ignacio Saavedra Feliciano, quien el pasado miércoles 10 de septiembre festejó su onomástico en el restaurante Panela, del Dorado Beach Resort.
“Tengo el privilegio de celebrar 107 años, es el espíritu de Dios que me ha acompañado en todas las etapas de mi vida: niñez, infancia, adolescencia, adultez temprana y vejez; que subdividido en tres etapas, vejez temprana, vejez intermedia y vejez tardía”, manifestó entre risas don Ignacio.
“Me siento muy bien, contento porque mi familia me celebró mi cumpleaños con íntimos amigos. El músico Martín Nieves tocó con su guitarra y cantó mis temas favoritos: ‘Granada’ y ‘Alma llanera. La cantante Nydia Caro, hija de mi segunda esposa fallecida Nydia Ríos, me cantó ‘Silencio’ de Rafael Hernández, que es mi compositor preferido”, agregó el centenario.
El longevo y vivaracho hombre dice estar como “coco”.
“Me cogieron la presión y tengo 121 sobre 60 y pico, así es que estoy nuevo, buscando una novia para volverme a casar... Ja, ja, son bromas... no me vuelvo a casar a estas alturas”, dijo con picardía.
Don Ignacio Saavedra Feliciano nació el 11 de septiembre de 1918 en el pueblo de Isabela. Es el menor de doce hermanos. Sus padres fueron Victoria Feliciano, quien murió de 102 años, y su padre Adolfo Saavedra Solá, de 115 años, por lo que asegura que su longevidad es heredada.
Fue testigo del desarrollo agrícola de la Isla, de los fuertes huracanes que azotaron al país en el siglo 20 y del transporte público en ferrocarril, entre otros acontecimientos. Goza de buena salud y tiene mente clara para recordar el Puerto Rico que vivió a principios de siglo.
Comenzó trabajando en el campo ayudando a su padre, quien era agricultor y tenía tres haciendas, una de café, otra caña y de ganado. De ahí es que nace su pasión por la agricultura, que lo llevó años más tarde a estudiar agronomía.
“Los terrenos eran fértiles, por eso se cosechaban muchas frutas. Las chinas y los guineos eran gratis, porque de tantos que habían se perdían. Se comía bien porque en aquella época casi todo era a centavo. Los obreros ganaban una peseta por día, una gallina costaba 18 centavos y una vaca 80 pesos. En mi casa papi compraba el arroz por saco”.
“Él exportaba la azúcar de nuestra hacienda a Estados Unidos. La caña era cargada por junta de bueyes hasta los vagones del ferrocarril, que transitaba por la carretera número 2 de Isabela. Se dejaba en la Central Azucarera Cambalache de Arecibo. Después llegaron los autos privados y la caña se transportaba a la Central de Aguadilla”, recordó.
En entrevista con Primera Hora, don Ignacio menciónó los huracanes que azotaron a Puerto Rico entre las décadas de 1920 al 1940.
“En el 1928 entró a la isla San Felipe, un huracán tremendo que mató mucha gente en Arecibo y en otros pueblos. También afectó a República Dominicana y a Cuba. A mi casa, que era de dos pisos en madera, no le hizo nada, gracias a Dios”, recordó.
“Después vino San Ciprián (1932). Ese sí que nos hizo daño. Nos refugiamos en la parte de abajo de la casa, en un garaje que tenía dos puertas plegadizas. Los vientos eran tan fuertes que trajeron el techo de una casa y tumbó las puertas. Nos protegimos aguantándonos mis hermanos con planchas de zinc. Nos salvamos de milagro gracias a que los vientos cambiaron de dirección”, abundó.
Don Ignacio fue una de las personas privilegiadas que en aquellos tiempos de tanta estrechez económica pudo ir a la universidad y viajar a varios paises donde trabajó. Comenzó a estudiar Agronomía en el Recinto Universitario de Mayagüez en el 1938. Para llegar utilizaba el ferrocarril que circunvalaba la Isla, inaugurado en 1891. El costo del viaje hasta la Sultana del Oeste era 25 centavos, según nos contó.
Una vez completó su bachillerato en Agronomía trabajó dos años en la Hacienda Los Garroochales de Arecibo.
Saavedra Feliciano vivió un momento de tensión con la reclutación de puertorriqueños para combartir en la Segunda Guerra Mundial. Finalmente no fue seleccionado por su bajo peso. Con el armisticio en el 1945, la suerte lo volvió a acompañar al ser contratado para trabajar en Venezuela.
“Tres días antes de irme me casé con mi difunta esposa, Lolita López, con quien tuve mis dos hijos, Manuel Saavedra y Luz Eneida. Fui invitado a trabaja a Venezuela por el doctor José Rafael Colmenares. Allá trabajé en tres centrales azucareras, en la región del Tocuyo en el estado de Lara. Tuve el privilegió de conocer al general de la Guardia Nacional Venezolana, Oscar Tamayo Suárez, quien tenía una hacienda y me contrató como asesor”.
Agregó que, “años más tarde fui nombrado Coordinador Internacional para la Busqueda de Tecnología Agrícola, lo que me brindó la oportunidad de viajar por Estados Unidos, Holanda y París, donde visité la Casa de la Moneda (edificio histórico construido en el siglo XVlll para la acuñación de monedas francesas).
Uno de los reconocimientos que más atesora fue el nombramiento como Director de Agronomía del Programa Azucarero de Puerto Rico, que le hizo el exgobernador Luis A. Ferré Aguayo cuando fue electo en el 1969.
Actualmente, don Ignacio reside en Arecibo. Tiene una vida tranquila rodeado del amor de sus dos hijos, cinco nietos, ocho bisnietos , y una tataranieta, y empleadas doméstica que también lo cuidan. Su pasatiempo favorito es jugar dominó, escuchar música romántica, conversar y recordar su viajes por el mundo.
Antes de finalizar la entrevista reveló el secreto que lo ha mantenido vivo y con buena salud por más de un centenar de años: “El trabajo y buena alimentación, comía mucha verdura, vegetales y frutas”.