Don Miguel López Santiago llega bailando a su centenario
El utuadeño disfrutó con familiares y amigos una fiesta el pasado 4 de octubre en la que celebró sus 100 años, cumplidos dos días antes.

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Don Miguel López Santiago celebró sus cien años de vida bailando y cantando junto a sus hijas, nietos, bisnietos, vecinos y amigos, el pasado 4 de octubre en su Lares natal.
“¡Estuvo muy bueno! Disfruté mucho junto a mis tres hijas, Zobeida, Zenaida y Zelma; cinco nietos, siete bisnietos y amigos que vinieron a celebrar conmigo. Bailé casi toda la noche, porque gracias a Dios a mí no me duele nada. Lo único que tengo es un poco de desbalance y lo achaques de viejo. Escucho y hablo bien, uso espejuelos para ver mejor y los espejuelos los usan hasta los jovenes”, manifestó con una sonrisa.
Don Miguel nació en la calle Comercio un 2 de octubre 1925, en una casita que le construyó su tio abuelo a su papá en el mismo sitio que es hoy la escuela Aurelio Méndez (sede de la agencia de Manejo de Emergencia). Sus padres fueron Antonio López de Victoria y Estebanía Santiago y fue el séptimo hijo de la familia. Desde niño mostró gran interés por las obras manuales.
“Siempre me gustó pintar y crear mis propios juguetes. Hacia carritos de palos y los vendia a los demás niños de la comunidad. Jugaba todo tipo de juegos y participaba de las competencias sanas con otros niños, subiendo y bajando árboles, saltando mayas, nadando en los charcos del río del Espino, en la Valentina, y en carreras por todas partes”, sostuvo don Miguel, al tiempo que recordó cómo su padres lograron tener su primera casa.

“En el sitio en que vivíamos no había agua del acueducto ni luz. Para llegar a la carretera había que pasar por el camino fangoso de San Felipe. Éramos muy pobres, recuerdo que compraba por tres centavos un medio cuartillo de leche a la abuela del historiador Ché Paraliticci, que tenía vacas que se ordeñaban. Mi hermano Genaro sacó nuestra familia adelante cuando empezó a trabajar en la marina mercante con un buen sueldo. Compró una casa en la misma calle Comercio con varias cuerdas de terreno en la cual sembré y coseche café, guineos, chinas y malangas”, rememoró.
A pesar de la pobreza en la que vivía logró superarse, estudió y se convirtió en maestro.
“Por mis notas sobresaliente me brincaron de quinto a séptimo grado. Cuando entré a la escuela superior se me hizo bien difícil porque tenía que comprar los libros y pagar matrícula. Como había escasez de dinero se me ocurrió comprar algunos e intercambiarlos con mi compañeros en los cambios de clase, ya que no se permitía entrar a los salones sin libros”, relató.
Una vez se graduó de cuarto año, al no tener dinero para ingresar a la universidad, se matriculó en el Colegio Royal de Lares, donde ofrecían un curso comercial.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial le trajo un golpe de gracia, porque al ser reclutados muchos de los maestros por la Marina de Guerra de Estados Unidos hubo escases de maestros y a él lo contrataron para dar clases.
“Estando comprando en una tienda de comestibles que había al lado de su casa Ilegó el Superintendente Auxiliar de escuelas, que era vecino, y me ofreció trabajar como maestro en la escuela en Río Prieto. Al ganar dinero comencé a estudiar; complete un Bachillerato en Artes en Educación Elemental de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras”, detalló.
Don Miguel trabajó como maestro en casi todas las escuelas de Lares, donde fue muy querido por los estudiantes.
“Enseñaba todas las materias, así era en aquellos tiempos. Trabajé en las escuelas de Río Prieto, Castañer, Piletas Arce, Piletas Centro, Espino Ceiba, Espino Tabonuco, Campo Alegre, Escuela Palmer en la Población Aurelio Méndez, en calle Comercio y, por último, ocho años en la Escuela Clay. En aquella época el sueldo de un maestro era muy bajo. Empecé ganando $80... luego lo subieron a $125”, abundó.
En el 1950 estalló la Guerra de Corea y para librarse de ser reclutado se casó.
“Yo tenía una novia bien bonita, María Luisa Ríos. Me casé con ella y procreamos tres buenas hijas”, expuso.
Tras cumplir 30 años de servicio en el magisterio en el 1975, don Miguel se retiró y ahora dedica su tiempo libre a la artesanía y la pintura.
“Mi esposa murió hace 17 años. Para entretenerme y mantener mi mente ocupada pinto y hago artesanías, siempre me gustó trabajar. Me paso inventando cosas. La pieza más reciente que hice es una fuente de agua hecha de higuera... el procedimiento es sencillo: Escojo higueras grandes y verdes, las abro y saco toda la paja de adentro. Una vez seca empiezo a darle la forma”, explicó.
También pinta cuadros en canvas inspirado en la naturaleza. Además pinta piedras ornamentales.
“Me gusta mucho diseñar piedras ornamentales. El que las ve piensa que pesan mucho y no es así. El diseño es bien sencillo: cojo un pedazo de ‘screen’ y le doy forma; después con cemento la moldeo. Cuando se seca la pinto y luce como una piedra normal con diseño”, explicó.
El versado longevo donó partes de su piedras ornamentales al Centro Cultural de Lares y por todas sus aportaciones, recientemente el alcalde de Lares, Fabián Arroyo, le hizo un reconocimiento como artesano.

