Los problemas de redacción proliferan entre los jóvenes puertorriqueños, aún a nivel universitario. Sin embargo, los mismos están asociados a un problema de lenguaje expresivo que puede ser evidente desde temprana edad: la narrativa.

La narrativa no solo es el arte de contar cuentos, sino que nos ayuda a relatar nuestras experiencias, a conversar, describir, persuadir, reportar, compartir información y argumentar. Nos permite usar el lenguaje para narrar sucesos y vivencias, además de a entender emociones y motivaciones de las otras personas.

En el 1993, el Departamento de Educación de Estados Unidos presentó los resultados de un estudio que reflejó que dos terceras partes de los estudiantes no podía leer de acuerdo a los estándares del grado. Los investigadores del estudio reportaron una conexión entre el dominio de la destreza de narrar historias y el éxito escolar. Imaginamos que esa métrica no ha mejorado y seguramente no fallamos.

Un hallazgo muy importante fue que aquellos estudiantes que ejecutaban sobre el promedio en los exámenes de comprensión de lectura, sus maestros les daban más énfasis a la literatura que a los cuadernos de ejercicios. También indicaron que esos niños se envolvían en conversaciones con la familia frecuentemente.

Del estudio se desprende la conexión entre el lenguaje hablado, narrativa o discurso, y el escrito, además del enlace entre cómo los padres fomentan el lenguaje en el hogar a través de conversaciones, discusiones, narración de experiencias, lectura de historias en voz alta, y la ejecución en la escuela.

Actualmente, el problema debe ser mayor debido al factor de la sobre exposición de los niños a la tecnología. Las conversaciones en el hogar son mínimas por el mismo factor, en las escuelas proliferan los cuadernos de ejercicios y muy pocos maestros les leen cuentos a los niños en edades elementales. El televisor y los vídeos han entrado en los preescolares y en los centros de cuido desde muy temprana edad.

Identifica el problema

Algunos padres comienzan a preocuparse cuando sus hijos no pueden contarles lo que transcurrió durante el día en la escuela. Tienen que hacerle preguntas e ir obteniendo la información a cuenta gotas. Otros narran obviando detalles relevantes que afectan el mensaje de la historia o lo hacen con detalles irrelevantes, sin ninguna organización, ocasionando que quien lo escucha termine perdido y no logre seguir el relato. Pueden leer adecuadamente, pero no retienen ni comprenden lo que leen, o les cuesta organizar ideas para redactar aún un párrafo sencillo.

En grados superiores las dificultades para analizar las novelas asignadas, para determinar la idea central, para redactar un resumen o para escribir un ensayo, se hacen evidentes y pueden afectar la ejecución escolar.

La edad ideal

Cerca de los 3 años los niños se comunican en oraciones completas y comienzan a narrar, con una estructura sencilla o descriptiva, un evento que les llame la atención. Entre los 4 y 5 años narran usando una secuencia de acciones y para principios de escuela elemental ya pueden contar sobre su día en la escuela.

Para finales de la escuela elemental la narrativa es más completa y pueden contar películas, entendiendo las emociones de los personajes y sus motivaciones, pero es durante la adolescencia en que la narrativa es mucho más compleja e incluye lenguaje figurado, reconocimiento de cambios de emociones en los personajes y la capacidad para resumir, determinar la idea central y narrar desde la perspectiva de dos personajes con motivaciones diferentes.

¿Hay esperanza?

¡Sí la hay! La terapia de lenguaje enfocada en la narrativa ayuda a estos niños a desarrollar tan importante destreza. La misma comienza desarrollando la habilidad de contar cuentos de forma oral, hasta el análisis de cuentos leídos y redacción de historias.

En conclusión, la habilidad de contar cuentos, de narrar historias, es esencial, no solo para el éxito académico, sino para muchas áreas del quehacer humano dentro de una sociedad. Nuestros niños necesitan aprender a contar cuentos y la responsabilidad recae tanto en el hogar como en la escuela.

(La autora es patóloga del habla y lenguaje y directora del Instituto Fonemi de Puerto Rico)