Todos los días, decenas de personas  la veían nadando en la fuente de la Caribbean University, en Bayamón. De todos los perros que deambulaban por el área, ella era la única que lo hacía. Así, de tanto en tanto, la perrita retozaba en el agua para luego salir, sacudirse y tomar el sol antes de zambullirse otra vez.

Quienes la veían, y ya estaban acostumbrados a su presencia, se entretenían mirándola y hasta la echaban de menos si  faltaba a su cita con su “piscinita”. La mayoría le daban de comer y le prodigaban mimos y caricias... pero nadie  se animaba a adoptarla.

Por suerte para ella, de todos los que le tenían el ojo echado, Frances Ruiz y Liza Michelle Meléndez –dos estudiantes de la UPR de Río Piedras, quienes se encontraban haciendo su internado de psicología en la Caribbean University– decidieron rescatarla. La situación se volvió apremiante cuando Cari, como apodaban a la perrita, cayó en celo. ¡Si no la sacaban pronto de allí, con tanto perro merodeando por los alrededores, seguramente quedaría preñada en un santiamén!

 Lo primero que Frances y Liza hicieron fue publicar una foto en Facebook y ofrecer al can en adopción a los amantes de animales responsables que conocían. Tristemente, aunque todos quedaban encantados con su changuería de nadar en la fuente, ninguno se ofrecía para quedarse con ella... hasta que Sara  Bonilla Torres la vio y decidió que la perrita sería suya.

De toda la vida

“En mi casa siempre teníamos mascotas”, fue lo primero que Sara nos dijo cuando la entrevistamos. “Mi hermana Abigaíl tiene cuatro gatos y cuatro perros, y todos son rescatados. Ella me consiguió a mi gato Kitto. Es que mi hermana, mi sobrina Bianca, mi hija Beba y yo, todas somos profesionales de la salud. Todas somos enfermeras y amantes de los animales”.

 Por si fuera poco, Sara, quien reside en una zona ganadera, también tiene un cockatiel de nombre Pepín, y un gallo llamado Quenepo, el cual, según nos contó  con picardía, “es muy popular entre las gallinas”.

“La tengo que adoptar”

Como amante de los animales, Sara –quien sufre una condición crónica de salud y sabe lo que es luchar contra la adversidad– se había hecho fan de varios grupos de rescate en Facebook porque se condolía de los apuros que pasan los rescatistas para salvar a los animales desamparados. “Antes de adoptar a Merlía –como se llama ahora la perrita– había pedido adoptar a otros perritos, pero nunca me los daban”, comentó.

Así las cosas, en cuanto vio a Merlía y supo que necesitaba un hogar,  el flechazo fue instantáneo y se prometió adoptarla a la mayor brevedad. “Un día,  vi el vídeo de Merlía nadando en la fuente y me llevé la decepción de que, al salir del agua, nadie la estaba esperando”, dijo conmovida. De inmediato, continuó explicando, “escribí un comentario de que, si me la daban, yo  la cogía, y Liza me contesto rápido. Me llamó a casa y me entrevistó por teléfono. ¡Me hizo mil preguntas!”.

Pero, al colgar la llamada, a Sara la asaltó una duda. Partiendo de su experiencia con sus intentos de adopción anteriores, pensó para sí: “A lo mejor me dejan esperando y después me la niegan”. Sin embargo, como estaba del destino que Merlía fuera para ella, “Liza  me llamó al otro día y me dijo: ‘La vamos a esterilizar el jueves y puedes venir el viernes a recogerla’”.

“Un encuentro para la historia”

Cuando vio a Sara por vez primera, Merlía  la recibió como si la hubiera conocido de toda la vida. “¡Era como si yo me hubiera ido de viaje, la hubiera dejado cuidando con Liza y la hubiera ido a buscar! ¡Me ‘hablaba’ con emoción! Fue un encuentro para la historia”, detalló.

Cabe señalar que el nombre de Merlía  es una versión puertorriqueñizada de la sirenita Merliah de las historias de la muñeca Barbie y la idea de bautizarla así fue de Valeria Hernández Rivera, de seis años y nieta de Sara.

Hogar, dulce hogar

Una vez en casa de Sara, Merlía se portó muy sociable con todos. “Mi hija llegó y ella le brincó encima de la alegría. Uno de mis nietos la lamió y ella lo lamió también. ¡Se lamieron de parte y parte! Es una perrita muy cariñosa”.

Sara asegura que desde ese primer día, “Merlía se  portó como si fuera mía de toda la vida. Yo le puse su camita en mi cuarto y en cuanto ella llegó, nos fuimos a la cama un ratito y ella se acostó directamente en su camita. Se veía tranquila y feliz, como pensando: ‘Esta es mi casa’”.

Lo único que empañó un poco la alegría de esos primeros instantes es que la perrita “no quería comer del plato, sino del piso. Como  lo que encontraba para comer siempre estaba en el piso, no se atrevía a comer de su plato, aunque comía de la mano mía y de mi nieta Valeria”.

Sin embargo, ahora que Merlía sabe que ya nunca estará sola, que nadie la amenazará o la espantará ni le hará daño, “ya come de su platito. ¡Ah!, y todo lo hace afuera. No ha tenido ni un solo ‘accidente’ dentro de la casa. Cuando hace  gemiditos y pide salir, le pongo el leash,  abro la puerta, ¡y sale disparada! Yo le doy su privacidad, así que la llevo  en una esquinita, la amarro, la dejo que haga sus cosas, y luego voy y la busco”.

“¿Cómo es posible?”

Antes de despedirnos, Sara no pudo evitar comentar: “Merlía se ha vuelto mi sombra. Donde esté yo, ahí está ella. Si me acuesto, se acuesta a mi lado y siempre camina detrás de mí. ¡Me acompaña hasta en la ducha! Es tan respetuosa y tan educadita. ¿Cómo es posible que estuviera tanto tiempo en la calle?”.

La respuesta es sencilla: porque no todo el mundo se llama Frances Ruiz, Liza Michelle Meléndez... ni Sara Bonilla Torres.