Lavar la ropa con agua caliente suele asociarse a prendas muy sucias o con manchas difíciles. Sin embargo, la elección de la temperatura no solo afecta al resultado visual, sino también a la eliminación de microorganismos.

Aunque los detergentes actuales permiten obtener buenos resultados en frío, existen circunstancias específicas en las que aumentar los grados del lavado cumple una función sanitaria relevante.

En la rutina doméstica, la mayoría de la ropa diaria puede lavarse sin inconvenientes a baja temperatura. Los programas en frío o templados ofrecen una limpieza eficaz y ayudan a preservar las fibras textiles. Aun así, determinadas prendas y contextos requieren un tratamiento distinto, especialmente cuando la higiene es prioritaria.

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En qué casos están justificados

El uso de agua caliente adquiere sentido cuando los textiles han estado en contacto prolongado con el cuerpo o acumulan humedad y restos orgánicos. Ropa de cama, toallas, ropa interior y pijamas son ejemplos habituales. En estos casos, siempre que las indicaciones del fabricante lo permitan, lavar a partir de 140 °F (60 °C) contribuye a disminuir la presencia de microorganismos.

Esta práctica no está pensada para todas las coladas, sino para aquellas en las que la limpieza profunda es más importante que la conservación del tejido. El objetivo es reforzar la higiene en prendas de uso íntimo o frecuente.

Precauciones adicionales ante enfermedades contagiosas

La temperatura del lavado cobra mayor relevancia cuando en el hogar hay una persona con una infección transmisible. Elevar los grados en el lavado de sábanas, fundas de almohada o toallas se considera una medida preventiva adecuada.

Organismos sanitarios como la Organización Mundial de la Salud y el Ministerio de Sanidad señalan que el uso de detergente y agua caliente en el ámbito doméstico ayuda a reducir la carga infecciosa en textiles que han estado en contacto con personas enfermas. Esta recomendación se aplica en situaciones como infecciones cutáneas, entre ellas la sarna, o enfermedades de alta contagiosidad como el coronavirus.

Alternativas cuando la ropa no admite altas temperaturas

No todas las prendas soportan lavados a 140 °F (60 °C) sin deteriorarse. Cuando la etiqueta lo desaconseja, existen opciones para mantener un nivel adecuado de higiene.

Entre ellas se incluyen ciclos de lavado más largos a la temperatura máxima permitida, el uso de la secadora con programas calientes o, en determinados casos, mantener la prenda aislada en una bolsa durante varios días.

Cuándo no es necesario aumentar los grados

En ausencia de situaciones de riesgo, lavar siempre con agua caliente no aporta beneficios adicionales. Para ropa de uso cotidiano y con suciedad moderada, los programas a 86 °F (30) o 104 °F (40 °C) suelen ser suficientes. Esta elección permite prolongar la vida útil de las prendas y reducir el consumo energético.

Por este motivo, el lavado en caliente se plantea como un recurso puntual y no como la opción predeterminada en cada colada.

Más allá de la temperatura

La eficacia del lavado no depende únicamente de los grados del agua. El tipo de detergente, la duración del programa y un secado completo forman parte del proceso.

El agua caliente puede mejorar los resultados, pero su efecto es mayor cuando se combina con estos factores. Conocer cuándo utilizarla permite equilibrar higiene, cuidado de la ropa y eficiencia en el consumo doméstico.