Medio siglo atrás, en medio de un año plagado por guerra, hambruna y violencia en las calles, tres hombres salieron del planeta Tierra por primera vez y pisaron el suelo lunar, uniendo a gente alrededor del planeta de una manera nunca antes vista o que se haya vuelto a ver.

Millones de personas sintonizaron sus radios o vieron en sus televisores las granosas imágenes en blanco y negro de la misión Apollo 11, en la que los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin pusieron pies en la Luna el 20 de julio de 1969 en uno de los logros tecnológicos más gloriosos del ser humano. El astronauta Michael Collins -quien se quedó orbitando el satélite solo abordo del módulo de mando mientras Armstrong proclamaba para la eternidad: “Es un pequeño paso para un hombre, un gigantesco salto para la humanidad”- se conmovió por la unidad que la hazaña logró en los habitantes de la Tierra.

“Fue un logro maravilloso en el sentido de que la gente en todo el planeta lo aplaudió: norte, sur, este, oeste, ricos, pobres, comunistas, lo que fuera”, dijo Collins, hoy de 88 años, en una entrevista reciente con The Associated Press.

Ese sentido de unidad no duró mucho. Pero 50 años después, la hazaña de la misión Apollo 11 (que requirió ocho años de trabajo que involucró a 400 mil personas y a un saldo de billones de dólares, todo con la intención de vencer a la Unión Soviética en la carrera a la luna) aun nos emociona.