Dicen que los puertorriqueños somos gente de “sangre caliente”. Sin embargo, ésta no debe ser la excusa para darles rienda suelta a la agresividad y a la violencia en circunstancia alguna, incluida la discusión verbal entre una pareja.

Para analizar el tema, este diario entrevistó al doctor Carlos Costa, consejero forense, director de la Clínica Urbana de Rehabilitación en Salud Mental y Trastornos Adictivos (Cuaresma) y coordinador de programas dirigidos a personas agresoras, terapia de parejas, mediación de conflictos y manejo de la ira y el coraje, y a Noemí Bernier Domínguez, psicóloga licenciada con experiencia en terapia individual y de familia.

Lo primero que establece el doctor Costa es que “son comunes las diferencias entre las parejas”. Éstas se deben establecer de forma respetuosa en una conversación.

Por su parte, Bernier Domínguez indica que las discusiones pueden tener dos tipos de desenlace: sano o insano. Una discusión sana o saludable puede lograr mayor unidad, armonía y comprensión en una pareja.

“Las discusiones son positivas cuando no conllevan insultos, humillaciones ni violencia y buscan soluciones y acuerdos. Es necesario diferir para que la relación se nutra. Además, las reconciliaciones traen mayor unión en la pareja”, asegura la experta en salud mental.

Un volcán a punto de erupción

Según la psicóloga, una discusión se vuelve insana cuando los miembros de la pareja incurren en descalificar o humillar al otro, cuando con el coraje se falta el respeto y la energía se enfoca en atacar y “ganarle al otro sin buscar una solución”.

La discusión es insana, además, cuando se traen a colación eventos y corajes pasados y heridas acumuladas –sin resolver–, opacando la situación del momento. También cuando surgen en el tiempo y lugar equivocados, como en un espacio público o de trabajo, o frente a otras personas.

El doctor Costa afirma que una discusión de pareja puede convertirse en un episodio violento “cuando se sube el tono de la voz y ya no es un diálogo, sino más bien son gritos, y cuando éstos vienen acompañados de carga emocional, acusaciones, palabras soeces y, en muchos casos, amenazas. Todos estos son indicadores de que la discusión ya se está saliendo de control”, advierte.

“Culturalmente, en Puerto Rico, es muy común que las parejas, cuando discuten, tiendan a agredirse verbalmente. Es muy cultural”, establece el doctor Costa.

Por otro lado, el consejero forense establece que “las estadísticas y la práctica nos dicen que la prevalencia a agredir (verbalmente) es mayor en los hombres que en las mujeres. Sin embargo, se han reportado casos de mujeres”, afirma.

“Lo más que hemos recibido en la clínica son situaciones de conflicto con las familias de cada cónyuge, situaciones económicas, situaciones relacionadas con la crianza de los hijos y cuando hay problemas con uso de sustancias controladas”, asevera el experto en conducta humana.

Es posible, además, que una persona que sufrió maltrato psicológico por parte de sus encargados durante su crianza incurra en conductas violentas en su relación de pareja. “Todas estas experiencias de maltrato se reviven y se activan de nuevo”, acotó.

¿Cómo afectan la relación?

El doctor Costa establece que este tipo de altercados tiene un impacto nefasto en la pareja y lacera la dignidad de sus miembros.

Según Bernier, las faltas de respeto en la pareja afectan el autoconcepto y la autoestima, causan sentimientos de inferioridad, aumentan la inseguridad, provocan desconfianza, proveen un mal ejemplo a los hijos (como se reseñará luego, en este artículo) y pudieran provocar la separación de sus miembros en el futuro.

Cuando la discusión sube de tono, el doctor Costa recomienda recurrir al time out (tiempo afuera). Éste es un recurso que sugiere que se abandone una discusión en el momento en que los ánimos se están caldeando.

La psicóloga destaca que “en una discusión predominan las reacciones automáticas, por tal razón, debemos saber identificar cuando estamos perdiendo la paciencia; (se tienen que) practicar técnicas de autocontrol”.

“Después que se les haya pasado el coraje, es importante llegar a la reconciliación respetando el espacio personal para que cada cual maneje su malestar”, destaca Bernier.

Los hijos y las peleas

El doctor Costa establece que las riñas tienen un impacto psicológico directo “muy significativo” en los hijos de la pareja. Incluso, éstos pueden imitar la conducta violenta de sus padres en su interacción con sus pares o en sus relaciones románticas en el futuro.

Bernier indica que algunos de los efectos que pueden causar las discusiones de los padres en sus hijos son preocupación, tristeza, miedo, culpabilidad (en especial, si en la discusión salen a relucir sus nombres), falta de interés en la escuela y problemas en las relaciones sociales.

La psicóloga sugiere que, si las riñas son un patrón dentro del hogar, sería saludable que los hijos reciban ayuda psicológica para que adquieran las herramientas necesarias para manejar sus emociones en los momentos en que surjan diferencias entre sus padres.

Protección legal

Toda persona que haya sido víctima de violencia verbal o física por parte de su pareja tiene derecho a ser protegida por las autoridades.

“En Puerto Rico, existe la Ley 54 de violencia doméstica, la misma está hecha para prevenir e intervenir con cualquier caso donde la víctima sea agredida física, verbal y psicológicamente”, destaca Bernier.

El doctor Costa, por su parte, comparte que “existen las órdenes de protección. Éstas tienen que cumplir con unos criterios específicos, entre ellos que haya un elemento de amenaza y que la integridad física de la persona esté en riesgo”, informa el experto.

También hay órdenes de acecho y salas especializadas de Violencia Doméstica. “Éstas son cortes, salas en los tribunales, donde las personas pueden llamar para orientarse para saber con qué elementos cuentan dentro de la ley”, establece el doctor.

Hay esperanza

La psicóloga sostiene que, cuando ocurre la primera agresión verbal, es importante reconocer e identificar que hay un problema que pudiera aumentar y es recomendable buscar la ayuda necesaria con recursos de apoyo profesional o espiritual.

El doctor Costa precisa que “está comprobado que la única manera de poder detener y erradicar el problema de violencia doméstica es a través de tratamiento. Mientras más temprano sea la intervención, se pueden prevenir situaciones que puedan escalar en unos niveles mayores (de violencia)”.

El consejero señala que, a pesar de que algunas parejas logran superar sus diferencias “por ellos mismos”, otras, necesitan intervención profesional. Consejeros profesionales, médicos, trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, líderes religiosos, comunidades de fe y grupos de apoyo pueden ayudar a una pareja a conciliar sus diferencias.

“El profesional los va a ayudar a que desaprendan lo que está mal aprendido y a que reaprendan nuevas formas de convivencia que estén libres de violencia”, concluye el doctor.