Investigadores del Hospital del Mar de Barcelona han demostrado que el ejercicio físico moderado y vigoroso modifica las estructuras del ADN. En concreto, actúa sobre la función de un gen que está vinculado a la regulación de los triglicéridos. En grandes cantidades, estos ácidos grasos son amigos íntimos de las dolencias cardiovasculares.

De sobra conocidas son las bonanzas del ejercicio físico para la salud. Reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares, previene contra el cáncer y juega un papel crucial en la lucha contra la diabetes o la obesidad, las grandes epidemias del siglo XXI. 

La comunidad científica hace tiempo que lo da por sentado, pero sigue buscando los mecanismos que explican esos beneficios. Por eso, un grupo de investigadores del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) se ha centrado en estudiar cómo responden los genes a la práctica de ejercicio físico. 

“Ya sabíamos que el deporte reduce el riesgo de enfermedades. Sabemos que impacta en cómo se expresa la información de nuestros genes. Lo que nosotros intentamos aportar son los mecanismos que explican por qué”, sintetiza el doctor Roberto Elosua, del Grupo de Epidemiología y Genética Cardiovascular del IMIM.

El equipo de Elosua puso el foco en un proceso epigenético concreto, la metilación del ADN. El epigenoma es todo el entramado de compuestos químicos y proteínas que se pegan a los genes y, aunque no alteran su secuencia, sí provocan variaciones químicas que afectan sus funciones. Mientras, la metilación es uno de esos factores epigenéticos que ocurre cuando algunos de esos compuestos actúan como una especie de interruptores, encendiendo o apagando la actividad de los genes.

Así, los investigadores tomaron los datos de actividad física de 2,544 personas de dos cohortes poblacionales -una catalana y otra estadounidense- y, a partir de muestras de sangre de los voluntarios, analizaron más de 400,000 marcas de metilación repartidas en el ADN de cada uno de los individuos. 

“Encontramos que la actividad física ligera (como dar un paseo) no se asociaba a ningún cambio de metilación. La única que se relacionaba con cambios era la actividad moderada-vigorosa”, resume Alba Fernández Sanlés, una de las firmantes del estudio, que se ha publicado en la revista científica Medicine and Sicence in Sports and Exercise.

En concreto, entre las 400,000 marcas de metilación analizadas, los científicos encontraron dos áreas donde el ejercicio físico modificaba la actuación del ADN. 

“Una de ellas fue en el gen DGAT1, que regula el metabolismo de los triglicéridos. Las personas que hacen más actividad física, tienen menos metilación. Y tener este gen poco metilado es bueno porque hace que el metabolismo de los triglicéridos esté más activado”, concluye Elosua. 

En altas concentraciones, este tipo de ácidos grasos incrementa el riesgo de desarrollar dolencias cardiovasculares.

La otra región del ADN donde los investigadores encontraron cambios en la metilación en relación con el nivel de actividad física fue en una región intergénica -lo que se conoce como ADN basura u oscuro, que supone el 98% del genoma y del que se desconocen muchas funciones-, una zona que otros estudios han relacionado con factores vinculados al envejecimiento. Según los investigadores del IMIM, este hallazgo podría explicar por qué la práctica habitual de ejercicio físico se asocia con una mayor longevidad.