Juan recuerda con particular claridad cuando, a sus seis años, una serie de temores, dudas y frustraciones comenzaron a atormentarlo, alejándolo poco a poco de todo y de todos.

Eran pensamientos intrusos e incontrolables que entraban a su mente, angustiándolo cada vez: “Esta camisa también está estirada, tengo que quitármela”, “mami no ha venido a buscarme a la escuela, debe haber chocado y muerto”, “esto no está perfecto, es un desastre, debo volver a hacerlo”...

Él sabía que las voces que escuchaba en su interior y esas preocupaciones que lo rondaban no tenían sentido. Sin embargo, su miedo era tal que siempre cedía y terminaba cumpliendo aquellas órdenes o haciéndoles caso a las ideas que no podía suprimir.

Todos estos pensamientos insistentes que controlaban su vida eran, sin duda, los inicios del Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) que padecía sin él aún saberlo, una condición perteneciente a los trastornos de la ansiedad caracterizada, precisamente, por los pensamientos repetidos y angustiantes denominados obsesiones.

De ahí que Juan se encontrara atrapado –a tan corta edad– en aquellas preocupaciones irrefrenables que se hacían más complejas, dando paso a los conocidos “rituales” del TOC: unas conductas repetitivas que se realizan como antídoto inconsciente a la misma ansiedad.

“Empecé a escupir mucho en el piso y llegó el punto en que empezaba a oler mal y después se extendió a la vestimenta. Me estaba convirtiendo en ultraperfeccionista. Si la camisa estaba estirada, pues no podía usarla. Aunque yo estaba sobre peso, tenía que hacerle otro roto a la correa porque el pantalón tenía que estar superapretado. Llegó el punto en que mami no podía hacerme la comida porque tenía que prepararse de una forma en específico”, recuerda Juan Vélez Court, su nombre completo.

“Eran cosas que mucha gente puede pensar que son boberías, pero llegó el momento en que me empezaron a dominar. Yo iba a la escuela Discípulos de Cristo y terminé estudiando en varios lugares porque, por eso de estarme cambiando hasta 20 veces de camisa, empecé a llegar primero 10 minutos tarde, después media hora y más adelante a faltar. No tenía como ese método de control para poder funcionar”, observa actualmente Juan, con la madurez de un joven de 22 años.

Intentó suicidarse

Tan incómodo llegó a sentirse con aquellos pensamientos y rituales que Juan prefería estar aislado, prácticamente sin ver a nadie.

El número de sus ausencias fue en aumento semestre tras semestre –un patrón que se extendió, incluso, a sus años en la escuela superior–, pues Juan quería que lo dejaran en paz.

Muchas veces pensaba que algo espantoso iba a ocurrir, y su desesperación -unida a la timidez y su manía por la meticulosidad- lo llevaron a contemplar varias veces el suicidio.

“Yo tenía muchos pensamientos desagradables que no eran normales para un niño pequeño, que uno pensaría que sólo se preocuparía por, qué se yo, ver caricaturas. Pero yo siempre digo que me iba como en un túnel. Por ejemplo, empezaba a pensar: ‘Mami está cinco minutos tarde, eso es porque hay tapón o tal vez porque chocó’. ‘Si chocó, está en el hospital y tal vez se está desangrando y se muere, y si muere, qué va a pasar con mi vida, yo soy un nene’. Y todo eso era por llegar cinco minutos tarde, y yo lloraba”, detalla el estudiante universitario de producción digital de cine.

“Lo peor fue cuando empezamos (su mamá y él) a buscar ayuda, porque fuimos a diferentes psicólogos que dijeron que tenía desde déficit de atención hasta retraso mental. Uno en 15 minutos le dijo a mami que era una mamá floja. Llegó un punto en que yo me dije: ‘No se supone que yo esté aquí’. Ya como nene chiquito yo estaba pensando en quitarme la vida porque pensaba: ‘Los psicólogos me dicen eso, los amigos que tenía se fueron a buen sitio, no estoy yendo a la escuela, no estoy comiendo casi o como demasiado por la ansiedad, y la ropa no me la puedo poner’”, cuenta Juan, quien fue además víctima de bullying o acoso escolar.

Camino a la superación

Aunque su diagnóstico de obsesivo-compulsivo vino a eso de los 10 años, época en que comenzó a tomar medicamentos antidepresivos y para la ansiedad, la lucha contra las compulsiones le tomó mucho tiempo, esfuerzo y recaídas.

Una estadía de dos meses en un hospital en Wisconsin, especializado en condiciones mentales le dio, precisamente en aquel periodo, varias herramientas para controlar sus obsesiones.

“Cuando estaba ahí, la condición casi se me desapareció”, revela Juan, quien más adelante, sin embargo, cayó en “una depresión crónica al volver a Puerto Rico”, pues no tenía una red de apoyo que comprendiera su realidad.

Pero todo cambió para bien cuando entró a la universidad. En aquel ambiente nuevo, poco a poco se fue percatando de que quería superar la condición y que quería abrirse a nuevas personas y experiencias. En fin, que deseaba ser feliz.

“En mi segundo año universitario yo ya estaba harto de estar amargado y veía a la gente que tenían novios y que hablaban diferente a mí. Era tan diferente el lugar, que entonces dije: ‘Yo quiero hacer un cambio también, yo no quiero seguir así’”, expresó el menor de dos hermanos, cuya determinación lo llevó a rebajar 75 libras en seis meses.

“Llegué a un punto que yo mismo me di cuenta que yo quería ser más de lo que era. Hay muchas personas que uno escucha a cada rato: ‘Es que soy obsesivo-compulsivo y no puedo tocar esto’. Pero sí pueden tocarlo, la cosa es aprender cómo hacerlo y no bloquearse. Yo llevo cuatro años sin medicamentos y, aunque a veces me vienen pensamientos locos por así decirlo, aquí estoy hablando contigo”, enfatizó.

Creando conciencia

Actualmente, Juan divide su tiempo entre sus estudios en la Universidad del Sagrado Corazón y sus esfuerzos para levantar conciencia sobre el trastorno obsesivo-compulsivo, así como otros trastornos mentales.

Uno de sus granitos de arena a la causa fue la creación el año pasado de la Fundación Nuestra Mente, una organización sin fines de lucro destinada a educar a través de charlas, su página electrónica (www.nuestramente.org) y la producción de cortometrajes.

De hecho, Juan ya filmó su primer cortometraje autobiográfico, Pensar eterno, una pieza de 18 minutos de duración que ya ha sido presentada con éxito en un congreso especializado en Orlando, en las oficinas en Washington del Substance Abuse and Mental Health Services Administration (Samsha) y en Plaza Las Américas, además de sus vistas a través de YouTube.

“Mi idea es conseguir que las personas salgan del clóset, pero del clóset de la salud mental, de la misma forma que yo lo hice. Mi meta ahora es buscar fondos para continuar llevando el mensaje y la ayuda”, puntualiza Juan, quien actualmente tiene un contrato como consultor hispanoparlante de salud mental de Samsha.