Cuando en un matrimonio comienzan a haber señales de que algo no marcha bien, lo más normal es que la pareja o una de las partes sienta que el mundo se le cae encima. Tras discusiones constantes, meses de estrés o -incluso- sospechas de infidelidad, no hay duda de que la relación que alguna vez fue amorosa ahora se ha erosionado, llegando a un punto de difícil retorno. Las consecuencias de esta agotadora situación no se hacen esperar: dolor, miedo, coraje, tensión, frustración…

Pero, ¿qué sucede cuando la pareja siente que vale la pena continuar el camino juntos en lugar de decir ‘basta’? Pues aunque algunas buscan solucionar la crisis visitando a un terapista o quizás teniendo una segunda luna de miel, son muchas las que optan por un camino muy distinto para sentir nuevamente el amor y la cercanía perdida: teniendo un bebé. Y es que ante los ojos de estos matrimonios, la alegría que supone la llegada de un nuevo miembro a la familia se presenta como una salvación segura del temido divorcio.

El psicólogo clínico Luis Caraballo opina, precisamente, que las parejas que buscan tener un pequeño en un escenario similar “ven a la criatura como un comenzar de nuevo”.

“En estos casos, los cónyuges perciben el escenario de la paternidad o maternidad quizás como un borrón y cuenta nueva. Sin embargo, si los problemas no los procesas ni los resuelves, pues no se van, se quedan ahí”, asegura el Dr. Caraballo, también catedrático auxiliar de psiquiatría del Recinto de Ciencias Médicas.

Ignorando el problema

De acuerdo con los expertos en conducta, traer un hijo al mundo con el propósito expreso de salvar una relación no es más que una salida -cómoda en apariencia- para huir de los problemas reales de la pareja. “Es una excusa para no resolver un conflicto que no han tenido la valentía o la capacidad de poder trabajarlo”, sentencia Caraballo.

Así también coincide el psicokinesiólogo Andrés Colberg, quien enfatiza que los esposos buscan crear una especie de fantasía perfecta en torno a la pequeña adición familiar. En estos hogares, la teoría que predomina sugiere que el nuevo bebé logrará quitar definitivamente el foco de atención de la crisis matrimonial.

“Es un pensamiento mas mágico que realista: ‘la solución a mis problemas es tirar este lazo artificial en torno a nosotros, la pareja’”, advierte el Dr. Colberg.

“A la mujer embarazada hay que cuidarla y mimarla; se convierte en el centro de atención. Esto puede considerarse un facsímil de la atención de pareja. Sin embargo, una vez nace el bebé, es él el centro de atención, y la mujer quizás esté trasnochada, cansada, fuera de forma y poco atractiva para el marido. Entonces ahí pueden presentarse más problemas en la vida de pareja”, señala el especialista en psicokinesiología, una disciplina bioenergética que busca el balance entre cuerpo, emociones y energía.

Situación agravada

Aunque cada caso es particular, en términos generales los bebés que llegan a hogares con conflictos maritales sólo consiguen complicar la zona de batalla. Entonces, según expresan los expertos aquí entrevistados, esas ilusiones de encontrar una nueva forma de conectar con la pareja y de sentir más afectividad en la relación terminarán por desvanecerse.

“Si las cosas estaban mal antes y no se resuelven, hay una muy buena probabilidad que trayendo un evento que de por sí es un poco estresante -como es la paternidad y la maternidad-, pues lo que puede hacer es multiplicar o detonar una cascada de problemas”, subraya el Dr. Caraballo. El especialista aclara -sin embargo- que existen matrimonios que logran fortalecerse con la llegada de una criatura, “pero ésos son los mínimos”.

Un plan más efectivo para evitar la ruptura conyugal y salvar así el matrimonio es dialogar sinceramente con la pareja sobre los problemas que están atravesando. Como guía básica, los doctores Caraballo y Colberg recomiendan a las partes aprender a escuchar, estar receptivos y dejar de lado los insultos, que tanto mal le hacen a la relación.