La terapia con delfines, o delfinoterapia, ha tenido gran auge en años recientes debido su atribuida eficacia en tratar enfermedades como el autismo. Recientemente en Puerto Rico se le ha dado promoción a la terapia con delfines que llegaría con la construcción de un delfinario en la playa del Escambrón en San Juan. 

Este proyecto, propuesto por el alcalde Jorge Santini como parte de la revitalización de la ciudad capital, promete terapias alternativas para personas, en especial niños , con trastornos de neurodesarrollo como autismo o Síndrome de Down. Además, el delfinario supone ser un destino turístico para personas de todo el mundo que buscan este tipo de terapias. A pesar de parecer una excelente alternativa, la construcción de este proyecto puede traer más riesgos que beneficios.

 La delfinoterapia comenzó formalmente en los años 70 y consiste en poner en contacto a personas (mayormente niños) con estos animales en piscinas construidas para este propósito. Las terapias consisten en la interacción individualizada de el paciente, el animal y un terapista. En promedio, cada sesión tiene un costo de $3,000 y en algunos casos de hasta $8,000 dependiendo del lugar y las necesidades del individuo. Este tipo de terapia asegura mejorar las repuestas cognitivas, físicas y sociales-emocionales del paciente. La eficacia de esta terapia está grandemente basada en anécdotas de los familiares (en especial padres) de los pacientes. 

Los pocos estudios científicos hechos sobre la efectividad de dichas terapias no muestran evidencia conclusa ya que tienen grandes fallas en el diseño de los experimentos y no cumplen con los estándares establecidos en la comunidad científica. Las evaluaciones subjetivas de padres y terapistas que quieren que los niños mejoren y que han invertido gran cantidad de tiempo y dinero, no son suficiente prueba para demostrar que este tipo de terapia llevan a una mejoría a corto y mucho menos largo plazo. 

Ninguno de los estudios, muchos de ellos hechos por un dueño de un centro de terapia con delfines, demuestran que este tipo de terapia es más efectiva que la terapia en el agua (sin delfines) o con animales domesticados (y por ende menos riesgosos) como perros o caballos. La atención individualizada que reciben los pacientes también influye en la aparente mejoría reportada por algunos a corto plazo, lo cual se puede lograr en otros contextos. Además, el alto costo de este tipo de terapias hace que no sea una alternativa real para muchas de las familias con niños con impedimentos. 

Los que pueden costearlo será por un periodo corto de tiempo, lo que puede retroceder el progreso del paciente al alterar su rutina. Al sumarle que no hay ninguna prueba de su efectividad, se le estaría vendiendo una ilusión a padres y familiares que están dispuestos a hacer lo que sea por ver la mejoría de sus seres queridos. Además de los pocos (o ningún) beneficios que parece ofrecer este tipo de proyecto para la población humana, la población de delfines también se ha visto grandemente afectada.

 Los delfines parecen ser amigables pero por eso no dejan de ser animales salvajes. La imagen mediática que tenemos gracias a programas como “Flipper” (cuyo entrenador Rick O’Barry es ahora un ávido oponente al cautiverio de delfines), los hace ver como si ellos disfrutaran, y hasta buscaran, de la compañía humana. Aunque son animales muy sociables, la continua y forzada interacción humana les es más dañina que beneficiosa. 

Para llegar a los delfinarios, los delfines  son sacados de su hábitat natural a la fuerza y muchos son asesinados en el proceso. Además, su sistema social y gran inteligencia los hace necesitar de la compañía de sus pares y de los estímulos que se encuentran en su hábitat natural para estar sanos. Ese ambiente no lo consiguen estando confinados en una piscina, por más grande que sea. Estas condiciones pueden llevar al animal a la agresividad, como ha ocurrido en otras ocasiones tanto en centros de "terapia" como en acuarios. 

Sucesos como el del año pasado en el que una entrenadora experta en Sea World murió en medio de una presentación con una Orca nos demuestra el gran riesgo que implicaría el exponer personas inexpertas (niños con impedimentos y sus padres) a animales salvajes como los delfines. Por lo tanto, la construcción del delfinario de San Juan pondría en riesgo tanto a los delfines como a las personas.

  Si no hay ningún beneficio aparente para los animales ni la población humana, ¿por qué invertir en un proyecto tan grande y costoso como éste? Ese dinero bien podría utilizarse para asegurar que las personas necesitadas tengan acceso a terapias cuya efectividad está comprobada. También serviría para establecer programas de terapia asistida con animales domesticados y promover los que ya existen (ej. Puerto Rico Therapy Dogs). Esto sería menos costoso y, por lo tanto, más accesible a la mayoría de la población. Además, ayudaría a reducir el número de animales callejeros. 

Asismismo, reduciría los posibles riesgos de interactuar con animales salvajes y no contribuiría a la continua reducción de las poblaciones de delfines en el mundo. Mientras los riesgos para la población animal y humana sigan siendo mucho mayores que los beneficios debemos buscar otras alternativas para asegurar una buena calidad de vida a las personas que sufren de impedimentos y enfermedades.

La autora es estudiante de maestría en Biología de la Universidad de Puerto Rico.