Usar los mismos zapatos a diario traería problemas de salud en la espalda, según podólogos
Afecta silenciosamente la columna y las caderas.

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Existe un hábito muy arraigado en la rutina de muchas personas: encontrar un par de zapatos cómodos y convertirlos en una segunda piel, utilizándolos día tras día para ir al trabajo, caminar o realizar las tareas cotidianas.
Aunque parece una decisión práctica o estética, esta repetición constante esconde riesgos biomecánicos y de higiene que suelen pasar desapercibidos hasta que aparece el dolor.
La comodidad inmediata puede ser una trampa. Los expertos en salud podal advierten que la falta de rotación en el calzado no solo deteriora el zapato a una velocidad acelerada, sino que desencadena una reacción en cadena que comienza en la planta del pie y puede terminar afectando la alineación de la espalda.
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El desgaste invisible y la reacción en cadena
Un zapato no es un objeto estático; es una herramienta de amortiguación que sufre estrés con cada paso. Al utilizar el mismo par diariamente, los materiales que componen la suela y la estructura interna se comprimen y deforman progresivamente.
Sin un periodo de descanso, estos materiales pierden su capacidad de recuperar la forma original, lo que elimina el soporte necesario para el arco y el talón.
Esta deformación del calzado altera la pisada natural. Cuando el pie no pisa sobre una superficie estable y nivelada, el cuerpo intenta compensar el desequilibrio de forma inconsciente.
Esta adaptación forzada genera tensiones que suben por las piernas, afectando la alineación de las rodillas y las caderas. A largo plazo, lo que comenzó como un simple desgaste de suela puede traducirse en dolores crónicos musculoesqueléticos o problemas posturales, como caminar encorvado o con una inclinación lateral imperceptible.
Entre las lesiones más comunes derivadas de este mal hábito destaca la fascitis plantar, una inflamación dolorosa del tejido que conecta el talón con los dedos, que puede llegar a ser incapacitante si no se corrige el soporte del pie.
Un caldo de cultivo para infecciones
Más allá de la mecánica, existe un factor biológico. El interior de un zapato es un entorno oscuro y cálido que, con el uso continuo, acumula humedad derivada de la transpiración natural. Si no se permite que el calzado se airee durante al menos 24 horas, esa humedad queda atrapada, creando el ecosistema perfecto para la proliferación de bacterias y hongos.
El mal olor no es solo una cuestión social incómoda, sino una señal de alerta de que la higiene del pie está comprometida. La falta de ventilación incrementa exponencialmente el riesgo de infecciones fúngicas en la piel y las uñas.
La regla de la rotación y el mantenimiento
Para mitigar estos riesgos, la estrategia más efectiva es la rotación. Alternar entre diferentes pares permite que los materiales de amortiguación se “descompriman” y recuperen sus propiedades, al tiempo que garantiza que el interior se seque completamente, frenando el crecimiento bacteriano.
El cuidado del equipo es igualmente vital. Para extender la vida útil de los zapatos y proteger la salud, se recomienda seguir ciertas pautas de mantenimiento:
- Almacenar el calzado en lugares secos y frescos, lejos de la luz solar directa que pueda degradar los materiales.
- Utilizar plantillas intercambiables que absorban la humedad y ofrezcan un confort extra.
- Limpiar frecuentemente tanto el exterior como el interior para eliminar residuos orgánicos.
Revisar periódicamente la suela y la estructura; si hay deformaciones visibles o pérdida de amortiguación, es momento de reemplazarlos.
Inteligencia estacional y actividad física
La elección del zapato también debe responder al contexto climático y a la actividad a realizar, no solo a la moda. Durante el invierno, la prioridad debe ser el aislamiento y la seguridad; suelas de mayor grosor y con propiedades antideslizantes son esenciales para evitar caídas y proteger el pie del frío y la humedad. En contraste, el verano exige materiales transpirables o diseños con ventilación que mantengan el pie seco ante las altas temperaturas.
En el ámbito deportivo o laboral, la exigencia es mayor. Unas zapatillas para correr deben ofrecer soporte al arco y absorción de impacto, mientras que el calzado de trabajo debe priorizar la estabilidad y un ajuste perfecto que evite roces tras largas jornadas de pie.

