Los relatos que describen noches enteras de placer en las que el trajín en la cama se mide en horas continuas solo existen en la mente de algunos señores, que cuentan sus aventuras a otros que no se atreven a interrumpir porque esperan su turno para contar las suyas, que, igualmente, son mentiras.

Claro, las penetraciones maratónicas, esas en las que los implicados parecen pasar de la tarde a la noche sin desenfundar los condones, también son patrimonio de las películas porno, gracias a las facilidades que permite una buena edición.

Con esto quiero decir –a riesgo de ser descalificada por muchos habladores– que los buenos polvos se cronometran, con todo y preámbulos, en minutos y que todo aquel que alardee de que el catre es un pistón sin botón de apagado, lo único que ha logrado alargar es su lengua. 

Hace un tiempo dije aquí que la Universidad de Pensilvania había demostrado que una encamada, desde la primera caricia hasta que los ojos se blanquean, tarda entre siete y trece minutos, lapso en el que, por lo general, las partes quedan más o manos satisfechas.

Sin embargo, otros investigadores de la Universidad de Queensland (Australia) fueron más allá y se dieron a la tarea de contabilizar el tiempo transcurrido desde que se inicia la penetración hasta que los hombres eyaculan, es decir, hasta que desfallecen y dan por terminada la faena. En otras palabras, midieron el tiempo pleno de un polvo.

Pues bien, después de estudiar a 500 parejas, cronómetro en mano, por cuatro semanas, concluyeron que ese ejercicio se cumple en 5,4 minutos en promedio y que los turcos son un poco más veloces y lo logran en 3,7 minutos.

Además derrumbaron los mitos de que los condones y la circuncisión afectan el desempeño y de que a mayor edad, el polvo es más veloz. 

Así que despreocúpense, señores, y ya sabidos de que el tiempo es normalmente tan corto, es mejor que lo utilicen con esmero e imaginación en vez de estar pensando bobadas y de querer creerse actores XXX, cuando apenas llegan a extras sin parlamento.