Algunos pensaron que era “un bajón” dejar de trabajar en una farmacéutica para meterse en el counter de un auto parts. Otros, incluso, se han atrevido a cuestionar sus conocimientos en mecánica por el hecho de ser mujer. Ella, sin embargo, piensa retirarse vendiendo piezas de auto. No se quita.

Lo cierto es que a Betzaida “Betzy” Marrero, propietaria de Marrero Auto Parts #2, en Toa Alta, no siempre le atrajo este tipo de oficio estrechamente relacionado con la industria automotriz, a pesar de que, desde pequeña, junto con sus hermanos (un varón y una mujer), ayudaba a organizar el negocio de piezas de autos de su padre, José Enrique Marrero.

“Yo estaba en la escuela elemental cuando lo compró. A mí no me gustaba mucho, le tenía repelilllo. No me gustaba. Más bien, lo odiaba”, recuerda.

Por otra parte, desde muy temprano en su vida, Betzaida pudo constatar el machismo que, con frecuencia está presente en el campo de la mecánica automotriz. “Recuerdo que mi mamá cuando estaba en el counter le decían: ‘Llama a un hombre, porque las mujeres no saben nada de autos’”, relata.

Tal vez, por ésa y otras razones, no contempló seguir los pasos de su padre en el taller.

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Cambio de rumbo

Betzaida es natural de Toa Alta, tiene 35 años de edad, es soltera y no tiene hijos. Tiene un bachillerato en biología con una subconcentración en mercadeo para representante médico de la Universidad Interamericana. Se graduó del recinto de Cupey, aunque inició sus estudios en San Germán.

Sin embargo, una desgracia familiar la acercó forzosamente al negocio de su progenitor. Su hermano menor, quien era la mano derecha de su padre, murió en un accidente automovilístico en el 2000.

“Mi papá estaba que quería dejarlo todo, por la misma depresión, me imagino yo. En ese tiempo, yo estaba en San Germán y me vine para acá para ayudarlo a trabajar en el auto parts. Entonces, yo cogí las riendas del negocio un poco. Ahí fue que realmente empecé a tomarlo con más responsabilidad”, establece.

A pesar de que hizo las paces con el negocio familiar, sus planes seguían siendo otros. “Yo quería ser propagandista médica porque yo trabajaba con mi tía, que tiene farmacia. Después, cuando estaba en la universidad, me di cuenta de que esas plazas han disminuido un montón”, asegura.

Mientras estudiaba su bachillerato, trabajó como empleada de producción en la farmacéutica Wyeth, en Carolina, puesto que tuvo que abandonar para culminar sus estudios universitarios. Tras graduarse, trabajó también en Eli Lilly, en el mismo municipio. Sin embargo, los horarios nocturnos y el cierre de algunas farmacéuticas en la Isla, la hicieron replantearse su camino profesional.

“Trabajaba, fácilmente, turnos de 12 horas. Tenía horario de entrada, pero no de salida”, indica, a lo que añade que laboraba en la noche y llegaba a su casa de día. “También veía a la gente trabajando un montón de tiempo y eran despedidos por las farmacéuticas, porque se estaban yendo muchas”, expresa.

“Yo quería algo más sólido para mi futuro y lo otro que yo hacía, era esto... por aquí hay una probabilidad de poder trabajar en algo que ya entiendo”, dice.

Empezó a trabajar de lleno en el taller de su padre y se matriculó en Automeca, en Bayamón, para estudiar electromecánica. “Tú tienes que entender la jerga de ellos (los clientes) para poderlos ayudar. Que si ‘la cebollita’, que si ‘el puerquito’, ‘las gallinitas’... ‘las muletas’. Tú puedes aprender a buscar bien rápido en un libro, otra cosa es entender lo que ellos están pidiendo”, explica.

Las críticas

“Conocí a personas que pensaban que yo estaba dando un paso hacia atrás por dejar la farmacéutica para entrar en la mecánica”, confiesa.

Tras graduarse del colegio técnico y abrir su negocio, otras personas le trataron de restar mérito a su esfuerzo. “Nadie sabe que yo hice un préstamo para hacer el negocio. Todo el mundo piensa que mi papá me hizo un auto parts. Todavía estoy pagando el préstamo con mucho esfuerzo”, sostiene.

Sin embargo, su familia y amistades respaldaron totalmente su decisión. En el colegio técnico también recibió el apoyo de sus profesores y compañeros de clase, que en su mayoría eran varones.

En su taller, el cantar es otro. “Los mecánicos –sin generalizar– son una población bien difícil. No tienen mucho tacto; es primero la boca que la mente. Al principio me estresaba mucho”, asegura.

En otras ocasiones, asegura, algunos clientes han puesto en tela de juicio sus conocimientos de mecánica. “ Hay clientes bien machistas que no creen que una mujer pueda ayudarlos a resolver y se ponen imponentes. Porque tú eres mujer, automáticamente, piensan que no sabes de qué estás hablando”, advierte.

Betzaida comenta que, por otro lado, se le ha hecho difícil lidiar con los empleados varones que ha tenido. Éstos –con preparación en mecánica– han sido demasiado competitivos y han resentido seguir instrucciones de una mujer.

“Mayormente, los mecánicos son machistas. Eso tiene que ver con que muchos mecánicos proyectan su hombría a través de su carro. ‘Mientras más corra mi carro, mejor mecánico soy o más conocimiento tengo’. He tenido empleados aquí que son mecánicos, pero no necesariamente el que tú seas mecánico significa que tú puedas ser vendedor”, establece.

A pesar de estos percances, Betzaida tiene muchos planes para su negocio en los próximos años. “Esperamos expandir el auto parts, el almacén y añadir un área de taller”.

¿Tomó una buena decisión? “No me arrepiento, fue tremenda decisión. Pienso retirarme en esto”, apunta, y añade que su trabajo en el negocio “es interesante porque todos los días aprende algo nuevo”.