Vivir con un pene trasplantado
La amputación del del miembro es un trauma mayor para un hombre.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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Como un gran avance se conoció esta semana el trasplante de un pene a un soldado estadounidense que había sido lesionado en la guerra de Afganistán.
Un muy buen aporte que abre la puerta a la solución de muchísimos problemas que, desafortunadamente, los hombres que los padecen deben sufrir en silencio de manera vergonzante.
Por supuesto que aquí hay que esperar porque, si bien los tejidos provenientes de un cadáver se sabe que cumplen de entrada una muy buena función urinaria y hasta estética, la certeza de que en el plano erótico esta cirugía cumpla a cabalidad con su objetivo es todavía incierta.
Pero insisto: es un gran adelanto y así hay que mirarlo. Todo, en razón a que en el caso de los señores, la amputación de su pene, por cualquier razón, es sin duda un trauma mayor y un atentado directo a su virilidad.
Aunque ya se habían probado este tipo de refacciones en otras oportunidades, este trasplante se avizora como el más audaz por las siguientes razones: como digo, plantea un escenario de soluciones para situaciones generadas por factores muy distintos al que motivó esta cirugía en el reconocido hospital estadounidense John Hopkins, como el cáncer y las infecciones; incluso, hasta las alteraciones genéticas y, por qué no, hasta el mismo cambio de sexo en las personas trans, lo que merece un aplauso general para estos investigadores.
Sin embargo, queda la duda de si las respuestas del mejor amigo de los señores a todos esos estímulos provenientes de las ganas y de ese complejo proceso en el que se mueve la sexualidad desde los planos orgánico y mental, se suple a cabalidad en este tipo de trasplantes. Porque dicho sea de paso: lo que se instala de nuevo es un órgano que parece tener vida propia y que, a diferencia del corazón o del riñón, no funciona de manera tan automática. El equipo de cirujanos ha dicho que sí y yo quiero creerlo con optimismo.
Y justo aquí empiezan las preguntas y las especulaciones. Porque si este reemplazo del pene permite retomar en toda su extensión la función sexual, a la puerta de la esquina estará no solo el remedio contra los traumas, sino también –permítanme decirlo con respeto– la salida a los penes cortos y deformes, a la mala dotación e, incluso, hasta la impotencia.
Ya me imagino a los señores fantaseando sobre la posibilidad de que algún actor porno se convierta en potencial donante de su departamento inferior, para compensar sus precariedades; una cosa que, aunque absurda, la verdad no suena tan irreal.
Termino aquí sin dejar de decir que bienvenidos los penes, así sean producto de un buen avance científico. El mundo los necesita. Hasta luego.