Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.

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El científico Gabriel Maldonado ha dedicado muchos años de su vida a educar a generaciones de niños y adolescentes primero en Puerto Rico, pero luego en varias naciones alrededor del mundo, siempre buscando transformar vidas a través de la enseñanza y al mismo tiempo dejando su huella siempre bien boricua por donde quiera que pasa.

Gabriel es de una familia que proviene de Vega Alta y de Ciales, pero tiene una casa en el campo vegalteño y asegura sentirse de ese pueblo costeño. Sin embargo, se crió en San Juan, y fue a “la ‘High’ de la Universidad” de Puerto Rico en Río Piedras, donde su padre era profesor.

“Me orienté más hacia la cuestión las ciencias y fui biólogo marino por un tiempo. Fui profesor en la IUPI, fui profesor en dos universidades en Nueva York, enfocándome en la enseñanza de ciencias y en la enseñanza ambiental, y en la enseñanza en ecología y evolución que es de lo que es mi tesis doctoral”, comentó, agregando que “era un científico pero bien apasionado e interesado por el aspecto de la educación de las ciencias”, que siempre ha empujado el concepto de educación ambiental con experiencia de campo, es decir “llevar a los muchachos al carso, a las cuevas, a los arrecifes de coral”.

Por ocho años trabajó en la Isla en una fundación de educación ambiental, adiestrando a maestros de escuelas públicas. Así le llegó la oportunidad de ayudar a comenzar una escuela internacional aquí, en Dorado, y se convirtió en fundador de TASIS Dorado, “y ahí se me pagó la pasión por construir y por arreglar instituciones educativas, que es a lo que me he dedicado en los últimos veintipico de años”.

Luego se fue a Nueva York, donde fundó una escuela especializada en ciencias y matemática y pasó cinco años.

De ahí siguió a Tanzania, “donde ayudé a enderezar una escuela internacional privada, en la ciudad de Arusha, que es la capital de los safaris allá en el norte de Tanzania. Estuve allí dos años”.

Más adelante fue a República Dominicana, donde fundó el Liceo Científico, en la provincia Hermanas Mirabal, en el norte de Dominicana, “que es la única escuela especializada en ciencias y matemática de Dominicana, y que era un modelo totalmente alterno de educación pública”.

“Y ahí estuve cuatro años hasta que se graduó la primera clase. Y dejé ese pollito muy saludable. Es probablemente la escuela pública más exitosa de Dominicana. Ha ganado un montón de premios”, aseguró, insistiendo en que lograron “un proyecto bello que continúa”.

Posteriormente continuó a Chiapas, en México, por un par de años. Y de ahí se movió a Costa Rica, donde lleva siete años.

“Cogí una escuelita pequeñita luchando por sobrevivir, y la convertí en una de las mejores escuelas internacionales que hay en Costa Rica, Del Mar Academy. Ahí estuve cuatro años. Y los últimos dos, tres años he estado trabajando en otra escuela también similar, una escuela jungla pequeña internacional, y la hemos enderezado también, que se llama Futuro Verde”, explicó.

“Son todas escuelas IB, con el bachillerato internacional como el eje organizador de sus currículos. Son escuelas bilingües. Son escuelas verdes, con un enfoque ambiental. Para que tengas una idea, este año en Futuro Verde hicimos 70 excursiones, incluyendo nueve trasnochando, acampando en Costa Rica. La escuela es probablemente la única escuela en el mundo que requiere que todos los niños cojan ciencia ambiental desde kínder hasta doceavo. Culmina ese programa en un curso de ciencia ambiental a nivel universitario. O sea, hay un enfoque en la cuestión medioambiental como, pues, ninguna escuela, por ejemplo, aquí en Puerto Rico ha podido hacer eso. Y es un proyecto bello”, describió.

Aseguró que su pasión educativa “tiene que ver con la relación especial que se forma entre los estudiantes y uno, y como uno transforma vidas en ese proceso”.

“Y me siento superorgulloso de haber hecho eso con mi vida. Yo pude haber hecho un montón de otras cosas, pero decidí encaminarme a la educación de pre K a doceavo y me siento muy orgulloso y muy apasionado todavía con ese proyecto de vida”, afirmó.

En medio de todo ese peregrinar por escenarios tan diversos, Maldonado no ha perdido su conexión con la Isla, pues asegura tener “mi identidad cultural muy clara”.

“Tuve la suerte de ser criado por padres muy puertorriqueños. Mi padre fue profesor en la Universidad de Puerto Rico por 35 años, después dirigió el College Board por 20 años. Mi familia son del campo, unos son de Ciales, del Café Cialitos, del Museo del Café, esos son mis primos. Mi papá y mi mamá han tenido negocios y mi papá ha sido profesional académico aquí toda la vida. Y orgullosamente soy una persona de raíces de campo”, afirmó.

De hecho, cuenta que se lleva consigo a cualquiera de esos destinos elementos culturales boricuas, ya sea de la cocina, la música, el deporte o cualquier otra faceta, para mostrarlos a todo el mundo. Resaltó en particular su gozo al enseñar todo lo que se hace en Puerto Rico con el plátano, y como, cuando sirve en una mesa arañitas, mofongos, tostones, guineos hervidos, causa sorpresa entre la gente de otros lugares, si bien él y su familia, a su vez, han tenido que adaptarse, por ejemplo, a las comidas muy picantes de México y las de Tanzania, cuya cocina tiene mucha influencia de India, con muchas especies muy fuertes.

“Y en mi escuela siempre se juega pelota, que eso no lo había antes, eso fui yo que insistí que buscáramos el equipo para jugar pelota. Y siempre tenemos una unidad de pelota, y después al final de esa unidad, hay un juego entre los profesores y los estudiantes. Yo tengo profesores de 11 países distintos, y ninguno viene de Venezuela o de Dominicana, son países donde la pelota es algo totalmente exótico. Y si tú vieses a esos estudiantes y eso profesores jugando pelota en una cancha de soccer. Pero la montamos y se habla sobre eso”, comentó.

Agregó que siempre busca educar a la gente sobre Puerto Rico, “porque en muchos de estos países, conocen, bueno ahora conocen a Bad Bunny, o a Daddy Yankee, o a Residente, o a Ricky Martin los más viejos, pero su concepto de Puerto Rico es un país musical, que lo somos, y debemos estar orgullosos de eso. Pero hay muchas otras cosas que no conocen, que siempre trato de promover”.

“Siempre trato de hablar de que Puerto Rico no son solamente peloteros y baloncelistas y cantantes famosos, que también hemos producido científicos. Mi hermano se retiró de la NASA después de 30 años el año pasado. Él y su esposa fueron científicos de muy alto nivel en la NASA. O sea, trato de promover el concepto de que los puertorriqueños somos un país exitoso en todo. En todo lo que uno mira hay ejemplos de éxito a nivel internacional y eso es un logro extraordinario y hay que promoverlo”, enfatizó.

Parte de mi responsabilidad como educador internacional es educar sobre eso, que un país pequeño sí puede hacer grandes cosas, que una gente trabajadora y educada y fajona, y retada por muchas cosas de nuestra historia, sí puede echar pa’lante y sí puede crear excelencia en todas las cosas que hace. Eso te diría que es una de las lecciones más grandes que trato de dar por el mundo”, añadió.

Así que no debe extraña a ningún boricua que en su oficina “siempre hay una banderita de Puerto Rico”, aunque a otros si “les está extrañísimo, el único director que anda con la banderita de su país, ahí prominentemente posicionada”.

Y yo me mantengo puertorriqueño viniendo aquí dos o tres veces al año, leyendo los periódicos y manteniéndome en las redes sociales atado a lo que está pasando en mi país. Y la cultura, el arte, la música puertorriqueña las sigo muy de cerca. Anoche estaba en el concierto de Fiel a la Vega y mi hija estaba en el concierto de Bad Bunny”, insistió, al tiempo que se describía como “un exiliado profesional ‘regretful’”, al que le hubiese encantado “hacer un proyecto de vida aquí”.

En ese sentido, ahora que su trabajo en Costa Rica ya está llegando a su conclusión, Maldonado está buscando “un taller nuevo en Puerto Rico”, donde pueda hacer otra transformación educativa, quizás la última de su extensa carrera.

“Ya yo tengo 62 años, así que estoy buscando un último capítulo para hacer bien la educación aquí en Puerto Rico, en mi país, que ya llevo 20 años en el exilio profesional, como diríamos”, comentó.

Asegura que, si le dan una escuela, no importa cuán maltrecha esté, en el barrio qué sea en el campo en algún pueblo, “si me la dan para poder corregirla, yo te la convierto en una de las grandes escuelas de Puerto Rico, en cinco años. Ya lo he hecho en otros países, en otros contextos. A mí me encantaría hacer ese mi último regalo, venir aquí y ayudar a crear una gran escuela, idealmente especializada en ciencias y matemáticas y con un enfoque ambiental, pero lo más importante es crear una escuela que transforme vidas”.

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