A Dios lo conoció en el 1970, en Puerto Rico, su país natal. A 55 años de aquella fecha, aún le sirve, quizás más ferviente que nunca, pero desde Uruguay, tierra donde cumple su misión Divina de evangelizar.

“Desde los 15 años, tuve la vocación (de ser misionera)”, recordó Ana Alvarado Aponte, “Anita” o la boriguaya, como se autodenomina. “Fue una experiencia muy hermosa la que tuve con Dios. Le conocí y le amé, le amé y le amé”, agregó.

Ocho años de recibir su encomienda, un 17 de junio de 1978, abordó el avión hacia Uruguay, país donde ha ayudado en la construcción de más de cuatro iglesias, es pastora y ha impactado miles de vidas a través del evangelio cristiano.

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Tenía 23 años. Viajó con otra puertorriqueña, Rut Aponte, quien ya no está en el país. Con sus mejillas empapadas de lágrimas y llorando junto a su hermana, quien rogaba “no me dejes, no me dejes”, recordó que “dejé todo, todo, todo, todo. Papá, mamá, tierra”.

Una vez tocó suelo uruguayo, comenzó a evangelizar inmediatamente, desde la calle y a todo quien quería escuchar, mientras aprendía de las costumbres e idiosincrasias de su nuevo hogar.

Esos primeros años en Uruguay eran arduos. Vivió necesidad. Mucha necesidad. Combatía el frío con un ladrillo caliente que envolvía en periódico y colocaba a sus pies.

Anita durante sus primeros años en Uruguay.
Anita durante sus primeros años en Uruguay. (Suministrada)

Dudó una sola vez de su misión, deseando regresar a Puerto Rico. Dios esfumó toda incertidumbre futura, aseguró.

En medio de todo, “la gente nos recibía con un amor tan grande”, confesó.

Ayudó a la construcción de cuatro iglesias, incluyendo la que pastorea en Montevideo, que aseguró que hoy día son las iglesias más grandes afiliadas a la Asociación Misioneras Iglesias Pentecostales (AMIP).

“Empezamos en marquesinas. Ellos (los uruguayos) les dicen ‘garage’. En marquesinas, en lugares bien sencillitos”, recordó. “Yo cuando pisé suelo uruguayo lo amé y amé a los uruguayos. Te voy a ser bien sincera, yo no extrañaba lo material. Yo era feliz, feliz, feliz sirviendo a Dios”, continuó.

Hoy día, además de pastorear, Alvarado Aponte y su esposo, Ernesto Genta, viajan a distintos países de Europa y ciudades de Estados Unidos para participar de conferencias religiosas.

Igualmente, se dedica a la consejería, campamentos de niños anuales, evangelización y trabaja junto a la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo (FIHNEC), organización sin fines de lucro que conecta a empresarios con el evangelismo.

Mucha necesidad

Anita recordó que, cuando aún era adolescente, a su iglesia llegó una pareja uruguaya, cuya relación matrimonial mejoró con las visitas a los cultos. A raíz de eso, pedían consistentemente oraciones para Uruguay. Estaban tan deseosos de llevar el evangelismo a su país que dijeron estar dispuestos a regresar y ayudar a los misioneros quienes aceptaran la encomienda.

Con esas palabras en su corazón y tras muchas oraciones que elevó por el país, en Anita despertó el deseo de llevar el cristianismo a esas tierras.

Sabía que viajaba al “país de la gente triste”, ya que Uruguay es el lugar en Latinoamérica menos religioso de toda la región.

El más reciente estudio de Latinobarómetro, un análisis anual de opinión pública que entrevista a poblaciones de 18 países en el continente, estableció que el 51.8% de los entrevistados no profesan ninguna religión. Específicamente, el 17.5 no practica ninguna religión; el 14.3 es creyente, pero no pertenece a una iglesia; el 11.0 es ateo; 7.2 es agnóstico; y el 1.8 no respondió.

"Hay muchos problemas en ese aspecto", admitió.
"Hay muchos problemas en ese aspecto", admitió. (Suministrada)

Un 16.9 no supo responder, mientras que 47.3 son o católicos, evangélicos sin especificar, bautistas, pentecostales, adventistas, mormones, judíos o protestantes. El 11.2 dijo ser de “otra” religión y el 25.2 dijo pertenecer a un culto afroamericano, como Umbanda.

“Estoy en un país agnóstico, humanista y ateo, que es Uruguay. El más agnóstico de América Latina, el más ateo de América Latina y el más humanista, aunque es bello”, indicó Anita al hacer la comparación con Puerto Rico, que tildó como un país “creyente”.

Por otro lado, Uruguay es el país de los dos continentes americanos con la mayor tasa de muertes por suicidio, según confirmó la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

De los países de los continentes americanos, la ONU citó a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que estableció que, en septiembre, por cada 100,000 habitantes, la tasa de suicidio se ubicó en 18.8, superando a Estados Unidos (14.5) y Canadá (10.3). Los únicos dos países con más autólisis que Uruguay son Guyana (40.8) y Surinam (25.9), que, aunque ubican en América del Sur no son latinoamericanos.

Esta realidad la conoce, de primera mano, Alvarado Aponte, pues ha sido ella quien, desde su sofá, ha evitado que muchos acuden a este mal social.

“Mi casa es un centro de consejería donde hay mucha gente que se ha querido suicidar. Hay muchos problemas en ese aspecto. El país ha mejorado a como yo lo encontré”, señaló.

“Señor, aquí está mi vida”

Alvarado Aponte vivió sus primeros años en Parkville, Guaynabo. Recuerda con afecto profundo a sus padres, el exconstituyente Carmelo Ávila Medina, y su madre, Angelita Aponte.

“Yo tuve una adolescencia hermosa, una juventud linda”, aseveró al mencionar que, aunque Ávila Medina no fue su padre biológico, fue un “padrazo”, “comprensivo y adecuado” y “alguien que marcó mi vida de una manera tan grande”, ya que “prácticamente no vivió nada” con su padre biológico.

La familia, que consistía de otros dos hermanos y una hermana, no eran ajenas a la religión, pues visitaban en una u otra ocasión a las iglesias evangélicas. Sin embargo, no fue hasta que Alvarado Aponte, de 15 años, accediera a la insistencia de su amiga, Sonia Vázquez, que dedicó su vida a Dios.

“Esperé tres años antes para aceptar una invitación. Cuando llegué a la escuela superior, un día fui (a la iglesia) y, realmente, no te digo que tuve una experiencia religiosa, porque no fue, fue una experiencia real con Dios. No religiosamente, sino una experiencia muy linda y yo solo le conté a mi papá ‘yo no te doy ni un mes’, (porque usaba minifaldas)”, rememoró entre risas.

Pese a la duda de su padre, Alvarado Aponte rápidamente se unió a grupos cristianos en la escuela y esperaba ansiosamente los viernes y domingo, días que se congregaba en una iglesia misionera. Para sus padres, esto era un peligroso “lavado de cerebro”. Por esto, en uno de los viajes en crucero que solía disfrutar la familia, los padres de Alvarado Aponte invitaron a un psicólogo, para así descubrir si Anita estaba manipulada. Más aún, lo único que hizo fue comprobar que su amor por Dios era real, genuino.

“Olvídate de que a tu hija le hayan lavado el cerebro. Si sigo con tu hija, voy a terminar como ella”, le dijo el doctor a Ávila Medina.

Otra ocasión que probó la conversión de Anita fue tras que sus padres adquirieron una casa en el barrio Canovanillas, en Carolina. La segunda noche que estuvo en su nuevo hogar, Anita escuchó el sonido de un pandero, por lo que supuso, correctamente, que su casa ubicaba cerca de una iglesia. Caminó 30 minutos para llegar al templo “de campo” y “sencillo”. Una vez culminó el servicio religioso, el pastor de esa iglesia la regresó a su hogar y bastó con el saludo que le ofreció a Ávila Medina para convencerlo de que la conversión de Anita era “verdadero”.

Luego, en otro servicio donde se puntualizó la urgencia de misioneros, Alvarado Aponte sintió “la necesidad de ofrendar mi vida a Dios”.

Alvarado Aponte con sus hijos, nietos, yerno y esposo.
Alvarado Aponte con sus hijos, nietos, yerno y esposo. (Suministrada)

“Le dije ‘Señor, aquí está mi vida. Yo te lo ofrendo. Si tú quieres contar conmigo…yo me ofrendo a ti’”, resaltó. “Mi primera entrega fue recibir a Jesús en mi corazón. Pero, yo lo amé tanto, tanto a Dios, que yo como que hice una consagración, donde consagré mi vida a Dios. Yo recuerdo que le dije a Dios ‘Señor, te entrego mi vida, te entrego mis afectos, te entrego mis sentimientos, te entrego mi futuro’”, narró.

A pesar de esto, Ávila Medina tenía “grandes planes” para Anita. No titubeó cuando Anita le confesó tener “una vocación espiritual” para ser misionera, advirtiéndole que “en esta casa no se habla de misiones hasta que no me traigas un diploma de la Universidad de Puerto Rico”.

Mientras estudiaba, evangelizaba a envejecientes, en puntos de droga y asistió tres veces en semana a un seminario bíblico, simultáneamente cumpliendo con la petición de su padre, al matricularse en educación en economía doméstica en el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico (UPR-RP).

Durante ese tiempo, fue miembro de la confraternidad universitaria de avivamiento. Gracias a ella, hasta un profesor de inglés entregó su vida a Dios.

Al graduarse, emprendió un viaje misionero a Colombia y Ecuador. Luego, comenzó a trabajar como docente en la Escuela Margarita Janer Palacios, en Guaynabo, por un año.

“Fue un año precioso. La verdad que (fue muy bueno), a todo nivel, a nivel profesional, a nivel de compañeros”, señaló.

Como escuchar la voz de un confidente o un gran amigo, Alvarado Aponte dijo percibir la voz de Dios en 1978, indicándole que “te necesito ya” en Uruguay.

Pidió a sus compañeros apoyarla en una cadena de oración para recibir la bendición de sus padres, quienes aún estaban renuentes con el deseo de Anita de ser misionera en tierras extranjeras.

“Un día, mi mamá me tocó a la puerta. Lloraba, lloraba. Yo le dije ‘¿qué pasó, mamita?’ Me dijo ‘hoy no vas a ir a trabajar. Yo tuve un sueño y tu papá también, caímos los dos sentados en la cama, los dos llorábamos…yo soñaba que Jesús me decía: yo elegía Anita desde el vientre…y yo la necesito en Uruguay’”, relató.

Desde 1977, llegaron sobre 12 jóvenes puertorriqueños para ministrar en el lugar, pero Alvarado Aponte es la única que llegó durante ese periodo de tiempo y permanece en Uruguay.

En 2013, inspiró al autor Hugo Píriz a plasmar su historia en el libro, titulado “Anita: misionera boriguaya”.

Ahora, a sus 70 años y aunque ha sufrido complicaciones de salud a lo largo de su vida y varias operaciones quirúrgicas, Anita confesó que “yo no paro” y que busca, a través de su llamado, subsanar la necesidad.

“Todavía, si tú me preguntas después de 47 años por qué estoy en Uruguay… (es porque) sigo viendo necesidad. Yo soy feliz sirviendo a Dios. Si yo naciera otra vez y tuviera 15 años (otra vez), yo lo haría (de nuevo). Amo esta nación, amo a los uruguayos. Me siento feliz de servir, me siento feliz de ser útil”, acotó.

Alvarado Aponte y Genta procrearon a dos hijos, David Carmelo, de 41 años, y Merari Noemí, de 39 años y quien es madre de Noah, de 8 años, y Caleb, de 4 años.