Pekín, China- La cita para la entrevista fue acordada a las 2:00 p.m. en su lugar de trabajo: la Academia Chaoyang KaiWen.

La moderna institución educativa ubica como a 30 minutos del centro de Pekín, lejos del bullicio e intenso tráfico de la ciudad capital con una población de 21 millones de habitantes y con una alta contaminación en el aire.

No hay edificios ni residencias en los alrededores de la escuela. Aun así, llama la atención la seguridad de la instalación con guardias en cada una de las entradas, cámaras de seguridad en distintos puntos y elevadas verjas de cemento para la protección de los 600 niños y jóvenes que estudian en la academia, desde kínder hasta el duodécimo grado.

Llegué a la academia y en una de las entradas, la puertorriqueña Sharleen Meléndez Rivera sale a recibirme en compañía de su esposo, el panameño Vidal Guerra.

Sharleen es directora del programa de Educación Especial de la escuela desde su apertura en 2017.

“Aquí es donde trabajo y vivo”, comparte la manatieña, de 31 años, al precisar que reside en uno de los edificios de la academia, la cual presenta un aspecto de campus universitario por su impresionante infraestructura.

La historia de Sharleen en China no comenzó en Pekín. Inició en el sur del país en la ciudad de Shenzhen hace tres años. Allí llegó sola en un principio.

Tenía 28 años cuando una conversación con su progenitora la impulsó a salir de su comodidad en la ciudad de Chicago y trasladarse al otro lado del mundo con un par de maletas, pero con el enorme deseo de hacer un trabajo voluntario como maestra en una escuela misionera.

Sharleen había terminado una especialidad en Educación Escolar en la Chicago School of Sociology, tras completar un bachillerato en Psicología en el Recinto Universitario de Mayagüez.

Era soltera con un buen trabajo, pero en su interior ya anhelaba un cambio.

Y entonces llegó el momento en que su madre le dijo unas palabras que –eventualmente- cambiarían el rumbo de su vida. “Recuerdo que mami me dijo: ‘Estás quejándote de cosas de la vida, cuando hay maestras en China que sufren por su fe y tú no tienes ese tipo de problemas. Tú estás bien’”, compartió sobre aquella conversación.

La psicóloga reflexionó y entendió que ese tipo de cambio era el que ella necesitaba. “Le dije a mami: ‘Sabes, necesito algo así. Hacer algún tipo de servicio o una misión. Necesito algo diferente’”.

Su llegada como voluntaria

Sharleen estaba decidida a darle un giro radical a su vida, y de inmediato, buscó opciones de trabajo en China. No surgió nada en un principio hasta que su amigo Reynaldo Figueroa, quien estaba establecido en la ciudad de Shenzhen, le habló de la posibilidad de ayudar como maestra de inglés en una escuela misionera. Y a menos de un mes de la conversación con su progenitora, Sharleen llegaba como voluntaria al sur de China en agosto de 2016.

“Estaba feliz de ver el otro lado del mundo y poder ayudar a los niños. Era algo que me llenaba”, cuenta de su primera experiencia en este país.

“La ciudad me gustaba, porque era parecida a Puerto Rico, por las flores. Lo disfruté muchísimo”.

Durante ese tiempo en Shenzhen, la puertorriqueña comenzó a conocer las tradiciones y la cultura de este país, al tiempo que aprendía el idioma.

Era un cambio drástico para ella.

“Al principio fue un choque muy grande. Ese primer tiempo fue fuerte. No entendía nada. Y tenía el reto de enseñarles a los niños a hablar inglés, al tiempo que yo aprendía de ellos. En la hora de almuerzo, ellos me enseñaban el idioma a través de la comida y de los juegos, y fue divertido. Fue chévere porque yo podía decir disparates y ellos no se burlaban. Perdí el miedo al hablar con ellos, y luego fue clave para el tiempo que cogí clases de mandarín”, cuenta.

Al concluir el año escolar en 2017, Sharleen recibió una llamada de Reynaldo para informarle que podía trasladarse a la capital, Pekín, y laborar en una academia internacional que abriría las puertas ese mismo año.

El ofrecimiento le pareció atractivo a la boricua y fue así que llegó a la Academia Chaoyang KaiWen. Allí, surgió la oportunidad de dirigir el programa de Educación Especial, una de las mayores pasiones de su vida.

“Era un ambiente más profesional, tratando de levantar una nueva escuela y convertirla en una de las mejores en la ciudad. Llegaban maestros de todas partes del mundo con la misión de llevar a la escuela a otro nivel y yo entraba al área de Educación Especial, que era lo que había estudiado y me gustaba”, relata.

La academia es una de primer orden. Cuenta con hospedaje para los profesores y estudiantes, un espacioso teatro, cafetería e instalaciones deportivas como una pista de hielo para practicar el hockey, un campo de fútbol, una piscina olímpica y facilidades para el béisbol, tenis, esgrima y baloncesto, entre otros deportes. “Las facilidades son impresionantes”, comparte.

De Shenzhen a Pekín

Mudarse del sur del país a la ciudad capital representó otro cambio para ella. “Fue otro choque cultural. Al principio me dio trabajo vivir en Pekín. De momento, estoy en un tren y la gente te empuja. No es de mala manera, sino es el estilo de vida aquí. Es muy diferente en cómo manejan el dinero, la tecnología… Y uno tiene que adaptarse a eso”, dice a manera de ejemplo.

Con tantos autos y personas trasladándose en bicicletas, moverse en las calles principales es muy complicado, por lo que Sharleen optó por vivir en la academia.

Reside en un cómodo apartamento en el segundo piso del edificio de hospedajes, junto a su esposo Vidal Guerra, estudiante de maestría en una universidad de la capital. Llevan ocho meses de casados. Y utilizan una motora para moverse al centro de la ciudad.

“Veía que llegar a la academia de cualquier lugar me iba a tomar como 40 minutos. Aquí, llego en tres minutos”, dice riendo. “Es conveniente. No veo problemas. Lo importante es mantener un balance. Los días libres salimos de la academia y vamos a diferentes lugares. También compartimos con amistades de otros países de Latinoamérica”, abunda en referencia a grupo pequeño que estudia la Biblia en un apartamento.

Sharleen es evangélica y asegura que el apoyo de este grupo ha sido fundamental en su vida en los últimos dos años que lleva viviendo en esta ciudad. “Ha sido un oasis para mí. Allí, nos reunimos mexicanos, dominicanos, panameños, venezolanos… somos como 20 y estudiamos la Palabra de Dios. Hubo momentos bien difíciles al principio y este grupo me dio el apoyo necesario para mantenerme aquí. Ha sido fundamental en mi vida”, afirma al indicar que en el grupo fue donde conoció a su esposo.

Presión del gobierno a las iglesias

Sharleen cuenta que compartir el Evangelio no es prohibido en Pekín, pero señala que el gobierno hace lo posible para sacar de las calles a los grupos que lo comparten.

“Es muy difícil reunirse en lugares grandes, porque el gobierno no renueva los contratos de los locales. Es el reto. Nosotros llevamos rentando tres locales en el último año y lo mismo le pasó a una iglesia grande local. Ahora mismo estamos en un apartamento. Todo grupo que el gobierno entiende que representa una amenaza para ellos, lo trata de parar. Es una percepción de cómo ellos ven que estos grupos se están desarrollando y creciendo, y creen que es una amenaza. No estamos haciendo nada fuera de la ley”, sostiene.

Al terminar su jornada de trabajo, Sharleen abrió las puertas de su residencia para compartir el momento de la cena en horas de la tarde. Prendió la estufa y cocinó arroz con habichuelas y carne de cordero. Dijo que sale a un mercado internacional a buscar los ingredientes que necesita para darle la sazón que desea a la comida ante la falta de sofrito.

“Aquí, no hay sofrito, así que hago una combinación con los ingredientes frescos que conseguimos en un mercado, y le damos un poco de nuestra sazón”, dice.

“Y el arroz nunca falta. Aquí comen mucho arroz, pero aquí acostumbran a cocinar las habichuelas muy dulces y no me acostumbro. Ha sido una parte difícil porque hay que comerlas por cortesía cuando te invitan a comer”, agrega.

¿Y qué ha sido lo más extraño que has comido?, se le preguntó.

“Por acá, se encuentran escorpiones, pero no los he probado”, contesta entre risas.

Saludable el cuero del cerdo

Y entre algunas curiosidades de la gastronomía de este país, Sharleen encontró que a las mujeres les gusta comer el cuero de cerdo por un asunto de salud.

“Me han dicho que el cuero de cerdo es saludable. Tiene altas cantidades de colágeno y eso ayuda a la salud de las mujeres. No sé si es cierto, pero la verdad es que las mujeres aquí se ven más jóvenes. Parece que hay algo de cierto en eso”, indicó

En el tiempo que lleva residiendo en este país, la boricua ha observado que “a los chinos les gusta crecer; ser los mejores en lo que hacen. Tienen mucha ética en el trabajo. Es muy admirable su dedicación. En cuanto a la personalidad, hay de todo. Hay chinos que me han adaptado como su familia, pero hay otros que actúan como si fueran la máxima autoridad. Hay dinámicas muy diferentes e interesantes”.

Sharleen, a su vez, está muy cómoda con su experiencia de vida en China. Y por el momento, desconoce cuánto tiempo más permanecerá en este país. “No tenemos nada definido. Al momento, estamos bien. Vamos año a año”, concluye.