Mi hijo mayor, de 7  años, era uno de los cinco finalistas en la competencia regional de deletreo. 

Habían pasado varias rondas y las palabras contenidas en la lista original que les fue entregada a los estudiantes para estudio se habían agotado.

“Un aplauso para los cinco finalistas”, gritó el maestro de ceremonias, explicando luego que a partir de ese momento las palabras a deletrear serían de una lista nueva, diferente a la que ellos habían estudiado. Estuvimos varias semanas preparándonos. Repetíamos las palabras en voz alta y nos aprendimos las reglas de acentuación; llanas, agudas y esdrújulas. Las “s” y “c”,  las “b” y “v”, y todo lo que era necesario para estar bien preparados. 

Él lo tomó muy en serio; la noche antes apenas pudo dormir deseando que ya fuera el día de la competencia. También lo preparamos emocionalmente para aceptar el resultado de su esfuerzo.

“Para ganar todos estamos listos, tenemos que prepararlo por si las cosas no le salen bien”, me dijo mi marido, un ex atleta de alto rendimiento acostumbrado a la competencia. Le hicimos varios cuentos de combates de esgrima en los que su padre fue superado y de concursos de poesía y bailes en los que el jurado no fue generoso conmigo. 

Enseñarles desde niños a enfrentar las derrotas y los momentos difíciles los ayudará en su formación. Ellos van a disfrutar mucho más su paso por la vida y se atreverán a emprender y hacer nuevas cosas. Ese miedo a que las cosas no salgan bien nos acompañará durante toda la vida y es importante aprender a manejarlo. 

Comenzada la ronda final, mencionaron el nombre de mi hijo, se levantó de inmediato y corrió nuevamente hacia el micrófono al cual, por su tamaño, solo llegaba poniendo los pies en puntitas. En el público su padre respiraba profundo y esta que escribe a punto de un ataque al corazón. 

Adrián, por su parte, lucía seguro y muy alegre. De inmediato la palabra “ajedrez”. Comenzó a deletrear de corrido como era su estilo, hasta que la duda lo interrumpe en la última letra pues era una palabra que nunca había leído. Cambió la “z” por la “s” y el sonido del timbre notificando su eliminación no se hizo esperar. También un “¡ahh!” en el público que le aplaudió fuerte en reconocimiento a su esfuerzo. 

Cabizbajo y con una lágrima en su mejilla, se ubicó en su asiento. No era para menos, había trabajado muy duro y añoraba lograr una de las medallas. Por más que uno se prepare, nunca es suficiente para ver a nuestros hijos tristes. Allí lo abrazamos y felicitamos. Se lamentaba nuestro hijo de que la palabra nunca la había leído y no podía distinguir por sonido la “s” de la “z”. Aprovechamos la ocasión para reforzarle la importancia de aceptar el resultado de su esfuerzo. Lo importante de prepararse bien, como él lo hizo, y disfrutar su participación. Fue una experiencia muy bonita, una escuela de vida para mi hijo, que ya me advirtió que estará estudiando todas las listas de palabras que existan para la competencia del próximo año. 

Debo decirles que al llegar a su escuela sus lágrimas desaparecieron; allí sus amiguitos lo recibieron con aplausos y de forma mágica llegó la medallita que tanto añoraba.