Un paréntesis necesario

Esta es la segunda ocasión, desde que hace más de 14 años publicó por primera vez esta columna, en que me alejo de los asuntos políticos para abordar un tema personal. En ambas ocasiones, ha sido por cuestiones de salud. En agosto de 2007, escribí sobre una intervención quirúrgica en la que perdí cuatro pies y medio del colon ante la presencia de pólipos tubulares que, gracias a Dios, resultaron benignos aunque tenían que ser extirpados como medida preventiva. Perdí gran parte del colon, pero gané un amigo, el doctor Segundo Rodríguez Quilichini, el eminente cirujano colorrectal que me operó.

Precisamente fue él quien se encargó de recomendar al cirujano que me operó el 28 de octubre pasado, día de San Judas Tadeo, de una hernia incisional y una hiátesis abdominal, el doctor José Marín López. Suele decirse que los verdaderos amigos se conocen cuando confronta problemas de salud, económicos o legales. Pues entonces soy muy afortunada de tener tan buenos médicos, como Rodríguez Quilichini, Marín López y el internista Ernesto Cabrera, y tan buenos amigos. La experiencia también ha servido para valorar el trabajo del personal de enfermería del Hospital Pavía de Santurce, donde se han practicado ambas cirugías. Como periodista, uno nunca deja de preguntar, porque hay muchas historias que contar, como confirmé una vez más en esta hospitalización de siete días al conversar con enfermeras y enfermeros que me atendieron con esmero, sensibilidad y profesionalismo.

Las historias de estos profesionales me hicieron recordar la sección “Mujeres de mi pueblo”, que publicó este diario. Encontré historias como la de una enfermera, Dagmar Rivera, que está próxima a graduarse de detective privado. Mi más sincero agradecimiento a ella y a sus compañeras Eunice Nieves, a quien rebauticé Blanca Nieves, Carla Torres y Luz Collado, entre otras. Del mismo modo, gracias a Víctor Diana (quien también me atendió en el 2007), a Jonathan Marín y a Richard Hernández. Y por supuesto a las excelentes enfermeras privadas que velaron mi sueño, Mildris Martínez (que me cuidó igualmente en el 2007) y Cecilia Cedeño.

Amigos para siempre

Nada como despertar en la mañana y encontrar caras como la de Iris Edén Santiago, quien como un reloj llegaba a las 8:00 de la mañana a mi habitación con los periódicos del día, para hacer una guardia matinal. O recibir un experto masaje en las piernas y la cabeza de Millie Gil. O violar las normas y tener una “asamblea” de periodistas en mi habitación hasta las 10:30 de la noche del viernes, con Millie, Nelson del Castillo y Priscilla, Zulma Rivera (sin Gerardo Cordero, que estaba trabajando), y Nilsa Pietri, mi hermana adoptiva, que a pesar de estar convaleciendo de una operación en un ojo se ha dejado la piel en este episodio de salud que he tenido.

Quiero agradecer asimismo el interés demostrado desde Chile por mis queridos ex jefes Héctor Olave y Jorge Cabezas, así como los amigos Margie e Iván Coll, Addie Cartagena, Luis Berríos, Mayra y Maritza Montero, Héctor Peña, Leo Aldridge, Dorita Nevares, Isabelita y Federico Hernández Denton, Eunice y Carlos López Feliciano, Rosario Giró, Ángela Orejuela, Alberto García, José Manuel Romero, Luis Cabán, José O. Fernández Cuevas, Luz María Santiago y Érika Tavárez. A María Luisa, Carmen Rita, Melinda, Félix, Evelyn y René. A Norman y Ebi, y a mi familia en España y en el estado de Washington, así como a mis tíos postizos, Tico y Ana Reátiga, en Florida. También a mis buenos vecinos, las familias Bello, Marroig y Caballero.

"Off the Record"

Los amigos de la fe

Mi querido amigo John Meléndez, artista maravilloso, me envió al hospital este San Judas Tadeo, del que soy devota, que él pintó sobre un madero. Un regalo para el espíritu, como la visita del diácono Luis Aparicio y de Cuca Ojeda, de mi parroquia,  Corpus Christi.