El carrito que cruzó el Muro de Berlín
La historia del triste carrito de la extinta Alemania comunista

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
PUBLICIDAD
El lunes se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín, uno de los acontecimientos más importantes de nuestra generación. Fue el 9 de noviembre de 1989 que multitudes hambrientas de libertad la emprendieron a marronazos contra la muralla infame que rodeaba la parte occidental de Berlín.
Erigido el 13 de agosto de 1961, el muro fue el más elocuente de los símbolos de la Guerra Fría. Aunque fue construido con el propósito de evitar que los ciudadanos de la mal llamada República Democrática Alemana escaparan hacia Occidente, el muro no pudo contenerlos a todos. Sobre 41,000 lograron vencerlo y escapar hacia la libertad que por mucho tiempo añoraron.
Otros no fueron tan afortunados. A través de las décadas hubo muchos intentos fallidos que tuvieron desenlaces fatales. La última víctima del muro fue un joven de 22 años que fue muerto a tiros durante su intento en febrero de 1989, tan sólo unos nueve meses antes de la caída de la muralla.
El desplome del muro se veía venir desde unos meses antes. Desde agosto de ese año, miles de alemanes orientales que estaban de vacaciones en otros países del bloque soviético como Hungría, Austria y la antigua Checolosvaquia, comenzaron a presentarse en las embajadas de Alemania Occidental para exigir asilo político. Estos mismos sucesos desataron múltiples protestas a lo largo de Alemania Oriental en las que los participantes exigían salir del país. Las manifestaciones se extendieron hasta noviembre y específicamente el día 4, sobre un millón de alemanes orientales se aglomeraron en la plaza Alexanderplatz en Berlín del Este. Simultáneamente, multitudes similares se estaban congregando en los puntos de entrada y salida a lo largo de toda la frontera entre las dos Alemanias. Exigían lo mismo: cruzar a Occidente.
Ante tanta presión, el regimen de Alemania Oriental cedió y el 9 de noviembre decidió abrir sus fronteras y permitirle la salida a todos sus ciudadanos que así lo desearan.
Durante los primeros cuatro días, sobre cuatro millones de personas cruzaron hacia Alemania Occidental. En los distintos puntos de entrada, se formaron interminables filas de gente deseosa de salir. Se reportó de una en el paso de Helmstedt que se extendió por más de 35 millas. Los integrantes de este éxodo iban a pie, en bicicleta, motora y en un carrito muy peculiar llamado Trabant.
Por décadas, el Trabant fue el único automóvil que los alemanes orientales conocían. Esto debido a que era producido por el gobierno y era el único carro disponible para el público. Era la versión comunista del volkswagen de Hitler. Literalmente era “el carro del pueblo”.
El “Trabi”, como comúnmente se le conocía, debutó en 1957 y hasta el día en que cruzó el muro, se mantuvo virtualmente idéntico. Con tan sólo once pies de largo, era un carro sumamente pequeño (tan sólo un pie más largo que un Mini Cooper original). El motor era de dos cilindros y apenas 26 caballos de fuerza en su versión más “potente”.
Luego de la caída del muro, el Trabant comenzó a ser visto como una plaga y esto se debió a que era tan lento, que se convirtió en una amenaza en los famosos autobahns alemanes en los que no hay límite de velocidad. Tan sólo imagínense ir por el autobahn a 80, 100 o 130 mph o un Porsche 911 ir a 160 y de momento toparse con un Trabi que a duras penas alcanzaba las 40 mph.
El año pasado estuve en Berlín y pude ver el Trabant en persona. Los tienen en exhibición en museos y tiendas y algunas compañías de turismo ofrecen giras a bordo de Trabants. El carrito me sorprendió, porque a la verdad que era tremenda porquería. Sabía que la carrocería era de plástico y me imaginaba algo así como un fiberglass común y corriente. No lo van a creer, pero es más bien de cartón cubierto de un plástico muy frágil. No estoy exagerando. Uno de los que vi tenía un guardalodos partido y entre dos capas muy finas de plástico, lo que tenía era cartón. De hecho, me explicaron que los dueños del Trabant no tenían que temerle al moho, porque no se oxidaban. Lo que les daba en vez, era hongo al cartón.
Hoy por hoy, y al igual que los remanentes del Muro de Berlín que se exhiben alrededor del mundo, el Trabant se ha convertido en un símbolo. Es una reliquia de una época en que no sólo una ciudad y una nación, sino el mundo entero, estuvo dividido por un muro.
Peculiaridades del Trabant
El motor era de dos tiempos (similar a los de las cortadoras de grama) y de sólo dos cilindros.
Inicialmente, el motor era de 500 centímetros cúbicos (0.5 litro) y después aumentó a 594 cc (0.6 litro).
La potencia (si se le podía decir así) era de 18 caballos de fuerza. Luego aumentó a 26 caballos.
Tardaba 20 segundos en llegar a las 50 mph y sólo llegaba a las 60 si iba bajando una cuesta.
No tenía bomba de aceite porque el combustible mismo lubricaba el interior del motor. Antes de echar gasolina, había que hacer una mezcla con una medida de aceite por cada 50 de gasolina.
El tanque estaba ubicado encima del motor para que la gasolina entrara por gravedad.
No tenía marcador del nivel de combustible. Tan sólo tenía una bombillita que lo único que avisaba era, no que la gasolina se estaba terminando, sino que simplemente ya se había acabado. Muy tarde, ¿verdad? El conductor tenía entonces que activar manualmente un pequeño tanque de reserva. Debido a que era el único carro disponible para los alemanes orientales, la demanda por el Trabant era altísima. Los listados de espera eran de años. Cuando el muro cayó y las dos Alemanias fueron reunificadas, Volkswagen aumentó la producción de sus modelos más económicos. Hizo esto pensando en que eso sería precisamente lo que los alemanes orientales, que eran muy pobres, podrían comprar. Sin embargo, luego de varias décadas de tener que chuparse los Trabants y tras años acumulando dinero porque la fábrica arcáica que los producía no podía satisfacer la demanda, lo que hicieron los alemanes orientales fue comprarse carros grandes y muy sofiticados.