Aunque el famoso emblema de Ferrari es un sinónimo de potencia y velocidad, la realidad es que nace de sentimientos tan puros como el amor maternal y un gesto de nobleza. Luego de ganar una de sus muchísimas carreras, Enzo Ferrari fue felicitado por un matrimonio italiano compuesto por el conde Enrico Baracca y la condesa Paolina. Resulta que los Baracca habían tenido un hijo llamado Francesco, quien era uno de los mejores pilotos de las fuerzas áreas italianas. En un combate aéreo durante la Primera Guerra Mundial, el avión de Francesco fue derribado y el joven piloto murió. Para identificar su avión, Francesco le había pintado un escudo blanco en el que aparecía un caballo negro parado sobre sus patas traseras.

En una de las ocasiones subsiguientes en las que Enzo Ferrari coincidió con los Baracca, la señora le pide que decore sus carros con el escudo de su hijo con la promesa de que eso le traería buena suerte (aunque al hijo no le trajo muy buena suerte que digamos, ¿verdad?). Enzo muy gentilmente accedió a la petición de la madre pero le hizo un pequeño cambio al escudo. Sustituyó el fondo blanco por amarillo en honor a su ciudad natal de Modena, la cual hasta el día de hoy es la sede de su automotriz. También le añadió las letras S y F en la parte baja en honor a su equipo de competencias: Scuderia Ferrari. Las franjas horizontales tricolor que aparecen en la parte superior del escudo representan a la bandera de Italia, aunque en la bandera, son verticales