Ver un Lamborghini, sea donde sea, es cosa bien rara. En Estados Unidos, aún en áreas bien pomposas, estos exóticos carros italianos no son parte del paisaje cotidiano. Es más, hay estados y pueblitos de allá, cuyos residentes nunca verán uno. En Puerto Rico mientras tanto, hay unos cuantos, pero es rarísimo toparse con uno en la calle. Se puede pasar el año completo o hasta varios, sin divisar un solo Lamborghini.

¿Qué les parecería entonces ver cincuenta de estos carros? Y no, no me refiero a verlos a lo largo de toda la vida. Me refiero a verlos todos juntos en un mismo lugar. Pues eso mismo me pasó en agosto cuando viajé a Ojai, California para probar el nuevo modelo sedán del Suzuki SX4. La noche que llegué al hotel y me disponía a estacionar, vi algo que hizo que mi quijada se cayera sobre mi falda. Ante mí había una escena que le sacaba lágrimas de júbilo a cualquier entusiasta de los autos. Era el intimidante ejército de Lamborghinis que ven en las fotos. Gente, me temblaron las piernas y se me erizó la piel.

Mientras me registraba en el hotel, le pedí a la empleada un “wake up call” a las cinco de la mañana para levantarme bien temprano y fotografiarlos antes de que los movieran. Con todo y eso, no pude controlarme y salí al estacionamiento a verlos en la oscuridad. My friends, había 50 de estas máquinas (sí, las conté una por una) y con la excepción de un solitario Diablo rojo, todos eran Gallardos y Murciélagos en sus versiones de capota dura y convertibles. Me sentía como un nene en Disneylandia. Era como si mis pies no tocaran pavimento; como si flotara sobre la brea. Aquello era casi tierra santa. Por poco me arrodillo ante aquel altar de dioses italianos y beso, una por una, las famosas insignias del toro. Sí okay, estoy exagerando vilmente. Pero hablando en serio, allí habían más Lamborghinis que los que vería durante toda mi perra vida. Además, estaba rodeado de 20 millones de dólares en autos solamente.

Bueno, pues tal y como planifiqué, me levanté temprano y aquí está parte del resultado. Y efectivamente, fue una buena idea sacrificar el desayuno porque apenas terminaba de fotografiar y comenzaron a sacarlos todos.

¿Qué por qué estaban todos esos carros allí? Pues eso mismo le pregunté a uno de los alicates que les secaba el rocío. Éste me explicó que sus dueños, miembros todos de un club de Lamborghinis del sur de California, habían salido en caravana desde Los Ángeles el fin de semana anterior con planes de llegar a la península de Monterey.

Resulta que el wikén siguiente en esa área se celebran múltiples eventos de autos costosísimos como el Pebble Beach Concours d’Elegance, la carreras de carros históricos de Monterey en la pista de Laguna Seca, varias subastas y el Concorso Italiano. Pues precisamente a esa última exhibición era que querían llegar los afortunados dueños de estas regias máquinas.

Pues sí gente, fui a probar un humilde Suzuki y terminé topándome con medio centenar de los autos más costosos del mundo.

aoneill@primerahora.com