Yo no sabía para dónde íbamos, y quien me servía de guía no podía ver. Lo que podría sonar como un gran dilema fue en vez, un rato muy ameno que pasé el domingo pasado durante mi participación del Rally del No Vidente. Celebrada ininterrumpidamente por los pasados 37 años, esta muy noble actividad organizada por el Club de Leones de Baldrich, le da la oportunidad a personas no videntes a que sean ellos los guías de personas que sí pueden ver.

La dinámica es la siguiente: un conductor recorre una ruta por diversos puntos del área metropolitana siguiendo las instrucciones de un ciego que las va leyendo por medio del sistema Braille. Ambos conocen el lugar de partida y la meta, pero ninguno sabe dónde están los puntos de cotejo que hay entremedio y por los que es requisito pasar.

Mi copiloto y guía fue José Luis Martínez, un jovial caballero de 64 años que es ciego de nacimiento y que aprendió el sistema Braille desde los siete años. El carro que nos transportó fue un Mustang SVT Cobra del 1999 que me facilitó el amigo Rubén Olivera, del Club de Dueños Orgullosos de sus Mustangs. De hecho, todos los carros que participaron fueron Mustangs de este club. Nos acompañó a bordo, la colega Mara Resto, reportera del periódico Índice.

Saliendo desde el ICPR Jr. College en Hato Rey, por las próximas dos horas y pico manejé el carro, pero sin estar al mando. Durante todo ese tiempo, tuve que depender totalmente de lo que me indicaba don José Luis. El control no era mío y experimenté las frustraciones de tener que depender de alguien y de no poder hacer nada en algunos momentos. Por ejemplo, hubo una porción de la ruta en la que nos perdimos en Levittown. Dimos como tres vueltas. Él me volvía a leer la instrucción y sencillamente no podía encontrar el punto de referencia. Mi reacción instantánea fue querer leer las instrucciones yo mismo, PERO… yo no sé leer Braille. Así que tuve que depender de este caballero hasta que pudimos resolver la situación. Fue tremenda experiencia en la que pude experimentar las limitaciones que tienen otros. Don José Luis no puede ver y no yo no sé leer Braille. Así que tuvimos que ayudarnos el uno del otro para poder llegar a nuestro destino.

Lo que podría sonar como un gran dilema fue en vez, un rato muy ameno.