Hawaii.- El pescado de alta calidad de Hawaii se vende con la promesa de que está capturado por marineros locales. Pero los responsables de tan preciado botín son casi todos extranjeros indocumentados, confinados en barcos estadounidenses durante años sin derechos básicos ni protecciones.

Unos 700 hombres de países pobres del sudeste asiático e islas del Pacífico forman el grueso de la fuerza de trabajo en esta flota pesquera estadounidense única. Un vacío legal federal les permite ejercer el peligroso trabajado sin el permiso de trabajo adecuado, siempre y cuando no pongan un pie en tierra.

Los estadounidenses que compran pescado hawaiano pueden tener casi por seguro que están consumiendo un producto capturado por uno de estos trabajadores.

Una investigación de seis meses de The Associated Press halló que los pescadores viven en condiciones precarias en algunos barcos, obligados a usar baldes en lugar de sanitarios y sufriendo las picaduras de chinches alojados en sus camas. Ha habido casos de tráfico de personas, tuberculosis y escasez de alimentos.

"Queremos los mismos estándares que los demás trabajadores en Estados Unidos, pero solo somos unas cuantas personas trabajando aquí", dijo el pescador Syamsul Maarif, que no cobró su salario durante cuatro meses. Fue enviado de regreso a su pueblo en Indonesia tras estar a punto de morir en el mar cuando el barco en el que iba se hundió a principios de año.

Como no tienen visados, los hombres no pueden volar hasta Hawaii, por lo que llegan allí en barco. Y dado que no están técnicamente en el país, están a merced de los capitanes estadounidenses de barcos con bandera y de propiedad estadounidense, pescando peces espada y atunes de aleta amarilla que pueden alcanzar más de 1.000 dólares por pieza en el mercado. Todo el sistema contradice otras leyes estatales y federales, pero aun así opera con el beneplácito de funcionarios y autoridades estadounidenses.

"La gente dice que estos pescadores no pueden abandonar sus barcos, son como cautivos", dijo la fiscal de Estados Unidos, Florence Nakakuni, en Hawaii. "Pero no tienen visados, por lo que en realidad no pueden salir del barco".

Cada uno de los aproximadamente 140 barcos que componen la flota llega a puerto una vez cada tres semanas, a veces a muelles de la costa Oeste como Fisherman's Wharf en San Francisco, aunque principalmente a los puertos 17 y 38 de Honolulu. Sus capturas terminan en restaurantes de lujo y en los mostradores de las pescaderías de alta gama de supermercados de todo el país, incluyendo Whole Foods, Costco y Sam's Club

Todas las empresas que respondieron condenaron los malos tratos a los empleados. Costco dijo que estaba investigando el caso; Wal-Mart, propietaria de Sam's Club, declinó realizar comentarios.

Charlie Nagle, cuya familia lleva más de 130 años ligada a la industria, apuntó que sus compradores "no tienen ni tendrán nunca pescado que proceda conscientemente de barcos que maltratan a sus tripulaciones".

Whole Foods dijo a través de su portavoz, McKinzey Crossland, que solo un 1% del pescado que se vende en establecimientos de la cadena procede de Hawaii, y agregó que se han asegurado de que las tripulaciones reciben buenos sueldos y seguro médico. Agregó que la empresa está revisando el tema.

La AP obtuvo contratos confidenciales y entrevistó a propietarios de barcos, intermediarios y a más de 50 pescadores en Hawaii, Indonesia y San Francisco como parte de una pesquisa global en marcha sobre abusos en la industria pesquera. El año pasado, AP reportó la precaria situación de pescadores encerrados en una jaula y enterrados bajo nombres falsos en un pueblo de la isla indonesia de Benjina. Sus capturas viajaban a Estados Unidos y más de 2.000 esclavos han sido liberados. Pero miles más siguen atrapados en todo el mundo en una industria turbia cuyas operaciones se desarrollan lejos de la orilla y sin supervisión.

En Hawaii, contratistas federales pagados para monitorear las capturas están preocupados por lo que ven cuando viven en el mar con los hombres.

"Es como '¿cómo puede ser legal esto? ¿Cómo es posible?''', manifestó Forest O'Neill, que coordina a los observadores de barcos en Honolulu. "Son como cárceles flotantes".

De acuerdo con la ley, el 75% de la tripulación de la mayoría de los barcos de pesca comercial del país deben ser ciudadanos estadounidenses. Pero influyentes legisladores, incluyendo el fallecido senador por Hawaii Daniel Inouye, presionaron para crear un vacío de poder para apoyar a una de las mayores industrias estatales. Eximen a los propietarios de este tipo de embarcaciones de cumplir las normas federales que se aplican en casi el resto del país.

Por ello, los trabajadores en Hawaii, con capturas valoradas en 110 millones de dólares anuales, reciben apenas 70 céntimos a la hora. Están detenidos en barcos por los capitanes que, por ley, están obligados a guardar sus pasaportes. En teoría, esto iría en contra de las leyes federales contra el tráfico de personas, que señalan que los empleadores que retienen la identificación de sus trabajadores pueden enfrentar hasta cinco años de prisión.

La agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos y la Guardia Costera realizan inspecciones rutinarias en los barcos hawaianos. En ocasiones, los pescadores se quejan a los funcionarios de que no están cobrando y estos responden que dirán a los propietarios que cumplan sus contratos. Pero ninguna agencia tiene potestad sobre los contratos.

"Esta es una situación única", explicó el supervisor de barcos de la Guardia Costera Charles Medlicott. "Pero es legal".

En algunos barcos, los pescadores tienen un sueldo de solo 350 dólares mensuales, pero otros perciben 500 o 600. Unos cuantos privilegiados cobran un porcentaje de las capturas, lo que llega a triplicar sus salarios. Los hombres están dispuestos a ceder su libertad a cambio de estos empleos porque la paga es mejor que la que recibirían en sus países en desarrollo, donde la mayoría vive con menos de un dólar al día.

Los propietarios de los buques pagan a intermediarios para que traigan pescadores del extranjero — principalmente de Indonesia, Filipinas, Vietnam y Kiribati, una pequeña nación insular del Pacífico. En el largo plazo, las tripulaciones extranjeras acaban siendo más baratas que el cebo y el hielo.

Los trabajadores acostumbran a firmar contratos por dos o tres años que son renovables, y algunos se prorrogan en bucle hasta pasar una década en barcos con cinco o seis compañeros.

En algunos casos poco habituales, los propietarios de los barcos pueden pedir a las autoridades federales pases para llevar a sus empleados a tierra para, por ejemplo, recibir atención médica. Los hombres pueden pisar suelo estadounidense cuando sus contratos finalizan y tienen que regresar a sus países. Aunque no entraron de forma legal en Estados Unidos, el gobierno les proporciona un visado de tránsito que les permite salir a través del aeropuerto de Honolulu.

Este es un sistema que deja a los pescadores extranjeros en una situación de posible vulnerabilidad.

"La mayoría del pescado capturado y vendido en Hawaii lo pescan trabajadores migrantes explotados en lo que parece ser un sistema de tráfico de personas legitimizado por nuestras propias leyes", dijo Kathryn Xian, responsable de la ONG Pacific Alliance to Stop Slavery.

Carteles instalados en el muelle 17 ofrecen, en seis idiomas, una línea telefónica de ayuda a las víctimas de explotación. Esto es lo que les ocurrió a Abdul Fatah y a Sorihin, que se identifica solo con un nombre. Estos ciudadanos indonesios huyeron de su barco hace seis años cuando atracó en San Francisco y lograron visados tras ser considerados víctimas de trata.

Sorihin tiene un consejo para los estadounidenses amantes del pescado: "Pregúntese, ¿de dónde viene este pescado? ¿Es el tipo de pescado que capturaría alguien esclavizado?".