Son valientes, decididas y firmes. Pero llegar a ese proceso de supervivencia y madurez emocional les tomó tiempo y les costó libertad. Son cinco mujeres que expusieron a flor de piel los retos y vulnerabilidad que acompañan a las confinadas en sus procesos de rehabilitación y reinserción a una sociedad que la mayoría de las veces las condena perpetuamente, aun hayan cumplido sus sentencias.

Ellas son: María Martínez, Brenda Moya, Rosa Arce, Vanessa Lazzú y Alessandra Berríos, participantes activas de A Flor de Piel, una organización sin fines de lucro que fue fundada en el 2002 por la actriz, productora y directora del programa de Teatro Correccional, Elia Enid Cadilla, con el objetivo de apoyar a confinadas y exconfinadas en su reintegración social.

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Un dato importante es que muchas de las ayudas se gestan desde el Programa Apoyo de Pares (PAP) formado, precisamente, por exreclusas que voluntariamente prestan apoyo emocional y acompañamiento a las participantes durante el proceso de rehacer sus vidas en la libre comunidad.

La ayuda se provee desde el reconocimiento de que las mujeres son, por múltiples razones, un grupo vulnerable dentro de la población confinada y que en su mayoría han sido víctimas de algún tipo de violencia antes de su ingreso a prisión.

Un perfil de confinados elaborado en 2019 por el Departamento de Corrección y Rehabilitación (DCR) y que publicó el Instituto de Estadísticas indica que 62.36% de la población femenina sufrió algún tipo de maltrato o violencia en su vida. Un 26% dijo que principalmente habían sido víctimas simultáneamente de maltrato físico, emocional y abuso sexual. Mientras el 60% verbalizó haber experimentado actos de violencia en su hogar.

Las cinco féminas del conversatorio no están lejos de esa realidad. Cada una desbordó sus emociones y frustraciones en el primer conversatorio de Voces del Silencio que se impulsa desde la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana y la Fundación de Mujeres en Puerto Rico, el cual llevó por título “Las mujeres y la cárcel: historias de una población invisible”.

Cada narración plasmó de manera contundente las experiencias que muchas reclusas viven antes, durante y después de estar tras barrotes. Son historias tan distintas y similares a la vez, pues, aunque las circunstancias que las llevaron a delinquir no son iguales, el proceso de recuperación para subsanar las heridas que ocasionan los fantasmas del pasado están enmarcadas en un mismo propósito: buscar y que se les abran las puertas a segundas oportunidades.

Barrotes sociales

Esa búsqueda ha sido difícil para Alessandra, una madre soltera de dos niñas que tenían 2 y 6 años cuando ingresó a prisión a cumplir una condena de 10 años, de los cuales cumplió cinco en cárcel. El resto de la sentencia la hace bajo supervisión electrónica en libre comunidad. No abundó sobre las razones que la llevaron a prisión, pero fue enfática al detallar un episodio que a los 13 años -siendo una adolescente soñadora, tímida y callada- cambió su vida de manera trascendental.

“Fui abusada sexualmente y ese suceso transformó mi vida por completo. Cuando tenemos una herida y la tapamos y no queremos mirarla, se infecta. Y la infección es un veneno que me fue consumiendo y desviando. Ahí dejé de soñar... cogí coraje y empecé a dar pasos erróneos en mi vida que me llevaron a una sentencia de 10 años en prisión”, destacó quien se refugió en las clases de teatro que ofrece Cadilla, una experiencia que afirma empezó a sumarle a su vida todo aquello que le restó con su etapa de rebeldía.

Alessandra se siente rehabilitada. “Soy una persona distinta a lo que era”, reitera. Por eso le frustró -y continúa decepcionándole- los escollos que enfrentó para reinsertarse a una sociedad que la lanza una y otra vez “a una nueva sentencia”.

Comenta que se enfrenta a los barrotes sociales al hacer gestiones básicas para buscar vivienda y trabajo. Todo se troncha cuando le piden el certificado de buena conducta. “Ahí es que se cierran las puertas; cuando por el estigma social nos convierten en villanas, en las malas y somos bien prejuiciadas”, explica al detallar que también sufre el rechazo en las miradas de personas que la marginan al ver su grillete, una situación que su hija menor, ahora con 8 años, también percibe.

Finalmente, Alessandra encontró un empleo que le satisface y en el que valoran su talento. La oportunidad se dio a través de One Stop Career Center, una organización sin fines de lucro que también le está ayudando a lograr su independencia.

“Esto es un reto porque se convierte en una nueva sentencia estar en la libre comunidad. Pero por eso son importantes espacios como estos que nos permiten enseñar ambas caras de la moneda, tocar corazones, cambiar perspectivas e incitar a la sociedad a que nos den la oportunidad”, puntualizó quien cree en la justicia restaurativa -en lugar de la punitiva- desde la mediación y conciencia colectiva. Es decir, que no solo involucre a las víctimas, sino también a los victimarios.

“No me castigues perpetuamente”

En esa tarea de concienciación está Vanessa, quien cumplió condena por cargos de apropiación ilegal y fraude -un dato que dio voluntariamente-, y quien ahora dedica gran parte de su tiempo en dar la charla “Rescatando Vidas a Tiempo”, donde les narra a otras reclusas su proceso de rehabilitación y les provee herramientas para que no se rindan en el camino hacia la sanación emocional.

“En mis días finales en el sistema hice el compromiso conmigo misma de alzar la voz para que alguien que hace algo incorrecto lo piense dos veces al escucharme... eso para mí ya es un premio. Lo hago de corazón y no tengo otro interés aparte de ayudar a otra persona y lograr que se deje ayudar”, cuenta.

Reconoce que la vida en libertad está cargada de desafíos, especialmente cuando se trata de tener una vivienda digna. “Piden el certificado de buena conducta hasta para alquilar una casa... y es bien difícil. Estuve ocho meses (después que salió de la cárcel) buscando un sitio donde vivir con mis hijos. Pero nadie estaba dispuesto a darme una oportunidad, y así ha pasado con muchas compañeras”, manifestó al agregar que, incluso, en los programas de Vivienda Pública hay una cláusula que limita por cinco años a una persona que extingue condena por delitos criminales, de pernoctar en sus facilidades.

“Ahí es que llega la reincidencia para muchas mujeres que se sienten frustradas y solas en ese proceso”, relata por su parte Rosa, una exconfinada que fue indultada hace ocho años y que ahora preside la Junta de Directores de A Flor de Piel.

¿Qué se puede hacer desde el sistema?, se cuestionó en el conversatorio.

“Entre las primeras cosas que hay que hacer es manejar el asunto del certificado de buena conducta. Si te demuestro por dos años que me rehabilité y estoy haciendo las cosas bien, no me castigues perpetuamente. Porque de qué sirve que en Corrección me brindes programas que fortalezcan mi autoestima y progreso para que cuando salga a la comunidad vea que la sociedad me empuja a reincidir por la falta de oportunidades. Y lo hacen en ofertas de empleo, en búsqueda de vivienda, en oficinas gubernamentales. Donde quiera nos dicen que no. Pero les tengo noticias: las mujeres de A Flor de Piel somos más fuertes que eso y no volveremos a la prisión, a menos que sea para empoderar a otras mujeres que están por salir”, reflexionó Rosa al instar al DCR a que utilice la organización como aliada en el proceso de reinserción de las reclusas.

Datos del 2019 en el DCR -donde actualmente hay 7,346 personas confinadas y de estas el 4.2% (308) son mujeres- indican que el 17% de las féminas estuvo en instituciones juveniles; mientras el 35% estuvieron ingresadas en institución de adultos anteriormente.

Brenda y María -aún cumplen sentencia en cárcel- pero tienen la mirada fija en el presente restaurador y en un futuro al lado de aquellos seres queridos de los que se han separado durante su periodo en condena.

“En mi caso estoy en un hogar intermedio de mujeres, que es más flexible para nosotras y tenemos oportunidad de coger terapias y nos sacan a estudiar o trabajar en la libre comunidad. Pero esta no es la realidad de otras compañeras y hoy levanto mi voz por ellas”, dice María.

La joven comenta que lo más difícil en los cinco años que lleva confinada fue estar tres años sin ver a sus hijos quienes fueron entregados sin su consentimiento por su progenitora -con quien rompió vínculos- al Departamento de la Familia.

“La maternidad en prisión es otro tema que debemos tocar. Hay que fomentar las relaciones con nuestros hijos”, dice a modo de súplica quien dio con el paradero de sus hijos a través de una trabajadora social apenas unos días antes de que fueran dados en adopción. Ese proceso se frenó cuando María demostró que ama a sus hijos, que se rehabilita por ellos y que quiere recuperar la relación con sus vástagos cuando próximamente cumpla la condena impuesta.

El caso de Brenda -una actriz y barbera en potencia- también está marcado por la violencia. Su historia de terror comenzó cuando siendo una niña fue abusada por la persona que decía ser su abuelo. Las secuelas de aquel evento de abuso sexual fue lo que la llevó a la cárcel, según relató, sin ofrecer más detalles. Vive frustrada en saber que siendo víctima se convirtió en victimaria y que su agresor nunca pagó por sus delitos.

“Pero ya sané y quiero ser mejor persona. Soy educadora del Programa PARES desde la cárcel y puedo decir que ahora veo la vida de otra manera. Aprendí a valorar a mi familia, a mis hermanos, y a ese sobrino que crece sin mí. Quiero enmendar lo que hice y ayudar a otros, especialmente a otras niñas, a que no callen cuando sean víctimas de maltrato”, afirmó quien a través del personaje de “Danielito” - en una obra teatral que se lleva a las escuelas- comparte su experiencia con niños y jóvenes puertorriqueños.

A Flor de Piel se nutre del voluntariado, de las donaciones de personas y otras organizaciones sin fines de lucro. Entre los planes del organismo -que apenas tiene fondos para operar un año adicional- se destaca tener un hogar de transición para que las exconfinadas pernocten en lo que logran estabilizar sus vidas y reinsertar en sociedad de manera digna como lo hicieron Rosa, Vanessa y Alessandra.

Mientras tanto, los esfuerzos continúan en proveer acompañamiento y artículos de primera necesidad a todas esas mujeres que quedan solas, invisibilizadas y con la vulnerabilidad a flor de piel, luego de cumplir su condena.

Aquellos que quieran ayudar a transformar las vidas de confinadas y exconfinadas pueden hacerlo a través de ATH Móvil en (aflordepiel) o enviando cheque o giro postal al PO Box 16353 San Juan, PR 00908. Para información adicional pueden acceder A Flor de Piel