TOKIO — Las japonesas que expresan “#yotambién” lo hacen a su propio riesgo.

Rika Shiiki fue acusada en las redes sociales de mentir y fue hostigada cuando dijo en un tuit que perdió contratos comerciales al negarse a mantener relaciones sexuales con sus clientes. Hay quienes dijeron que, al aceptar cenar con él, se sobreentendía que algo debía pasar.

“Los comentarios que recibí fueron desproporcionadamente negativos”, expresó la estudiante universitaria de 20 años que organiza eventos, en un programa televisivo en diciembre. “Debemos construir una sociedad en la que podamos hablar de esto. De lo contrario, el hostigamiento sexual y otras conductas inapropiadas van a continuar por siempre”.

El movimiento #yotambién, sin embargo, no prendió en Japón, donde cualquier denuncia de acoso sexual genera críticas más que solidaridad, incluso de parte de las mismas mujeres.

En una sociedad patriarcal en la que las mujeres son responsabilizadas por estos episodios, muchas víctimas tratan de olvidarse de los ataques en lugar de buscar apoyo y justicia, según Mari Miura, profesora de ciencias políticas de la Universidad de Sofía en Tokio.

“En Japón no tenemos una hermandad”, declaró Miura. “Es un proceso agotador, que intimida. Es natural que las víctimas se sientan reticentes a hablar”.

Una mujer, la periodista Shiori Ito, dio la cara el año pasado. Convocó a una conferencia de prensa después de que los fiscales decidiesen no llevar a juicio a un prominente periodista televisivo al que acusó de violarla tras invitarla a cenar para hablar de oportunidades laborales en el 2015.

Mucha gente la criticó en las redes sociales por hacer la denuncia pública, vestirse de forma muy seductora y arruinar la vida de una figura popular. Algunas mujeres dijeron que las avergonzaba a todas, según dijo a la Associated Press.

La publicación en octubre del libro de Ito titulado “Blackbox” detalla su pesadilla. Coincidió con el revuelo generado por el movimiento #yotambién y alentó un debate en Japón, pero muy pocas mujeres dieron la cara.

“Mucha gente piensa que el problema de Shiori no les incumbe... esa es la razón por la que el movimiento #yotambién no prende en Japón”, afirmó la abogada Yukiko Tsunoda, experta en delitos sexuales. En Japón, las mujeres que son violadas generalmente son consideradas “falladas”, acotó.

Casi tres cuartos de las víctimas de violaciones dicen que nunca se lo contaron a nadie y apenas el 4% hicieron denuncias a la policía, según un estudio del gobierno del 2015. El estudio indicó que una de cada 15 mujeres fue violada o forzada a mantener relaciones sexuales.

Las víctimas son reticentes a hacer denuncias por temor, porque quieren resguardar su privacidad o porque temen perder sus trabajos, de acuerdo con Tsunoda.

Estadísticas del ministerio de justicia señalan que uno de cada tres casos llega a los tribunales y que los castigos no son severos. De las 1,687 personas enjuiciadas por delitos sexuales en el 2017, solo 285, el 17%, fueron sentenciadas a al menos tres años de cárcel. En noviembre, los fiscales, sin dar explicaciones, desistieron de enjuiciar a seis estudiantes de una universidad importante acusados de violar a otra estudiante después de emborracharla. La universidad expulsó a tres de ellos.

La popular escritora Haruka Ito, que firma como Ha-Chu, fue criticada tras revelar en diciembre que había sido hostigada sexualmente por un compañero de trabajo con un puesto alto cuando ambos trabajaban para Densu, la agencia publicitaria más grande de Japón.

El supuesto agresor, que ella identificó por su nombre, ofreció una disculpa escrita y renunció como director de su propia empresa, aunque negó que el hostigamiento haya sido sexual.

Ha-chu dijo en un comunicado que inicialmente se resistió a hacer la denuncia por temor a las consecuencias, pero que decidió dar la cara tras estallar el caso de Ito y propagarse el movimiento #yotambién.

Una actitud conformista desalienta a las mujeres japonesas a hacer denuncias o a decir que “no” a muchas cosas, incluidas las relaciones sexuales forzadas, de acuerdo con Saori Ikeuchi, ex legisladora y defensora de la diversidad de género.

Esa actitud silenció a prácticamente todas las mujeres que fueron usadas como prostitutas por los militares durante la guerra.

Ito, la periodista, dijo que se sintió mal y se desmayó en un baño, tras lo cual el supuesto atacante, Noriyuki Yamaguchi, la llevó a su habitación en un hotel y la violó sin que ella pudiese defenderse.

La violación fue apenas el inicio de su calvario, afirmó. La clínica de mujeres a la que fue al día siguiente no tenía expertos en violaciones y un centro de apoyo a las víctimas de violaciones se negó a asesorarla por teléfono. La policía hizo que repitiese su relato varias veces y que demostrase lo que sucedió usando una muñeca de tamaño natural, según dijo.

Agregó que le tomó a la policía tres semanas aceptar su denuncia e iniciar una investigación. En mayo dio una conferencia de prensa para anunciar que había pedido que una comisión de ciudadanos comunes analizase la decisión de no encausar a su agresor. La comisión estuvo de acuerdo con esa decisión.

Yagamuchi niega haberla violado. Ito lo demandó en tribunales civiles y exige una compensación del equivalente a 93,000 dólares.

Legisladores de oposición lanzaron su propia investigación. Quieren comprobar si la denuncia fue ignorada por las conexiones de Yamaguchi con influyentes dirigentes políticos.

Mika Kobayashi, otra víctima de violación, creó un grupo para compartir experiencias de violación, pero se hace en forma anónima y lo hablado no sale del grupo.

Dice que en el 2000 alguien la metió en un auto y la violó. Denunció el ataque a la policía, pero el agresor no fue encontrado. Desde entonces publicó libros sobre su experiencia para que la gente tome conciencia de lo que sucede.

Su intención es ofrecer apoyo y comprensión a las víctimas.

“Antes sentía que tenía un gran secreto, me sentía sucia”, manifestó. “Me alegro de haber podido conectarme con otras víctimas. Ellas me dieron fuerza”.