Brasil.- Con sombreros tradicionales de ala ancha y pañuelos rojos en el cuello, sus pantalones metidos dentro de botas de cuero suave, los gauchos sudamericanos trotan en elegantes caballos por la calle de esta pequeña comunidad sureña.

Algunos de los vaqueros brasileños montan acompañados de niñas pequeñas que portan vestidos estilo antiguo. Desfilan ante multitudes en el estado sureño de Rio Grande do Sul, que prácticamente se considera a sí mismo como una nación aparte, con sus toscas tradiciones rurales y raíces germánicas.

Durante la "Semana Farroupilha", o "Semana de los farrapos" en este enclave de 75,000 personas, los locales celebran la tradición vaquera y el intenso orgullo por el alzamiento popular de la región en 1835 contra el gobierno federal. Festejada cada septiembre, la revuelta regional es conocida como la "Guerra de los farrapos" (farrapo en portugués significa harapos) porque los combatientes pobres vestían ropa vieja en una insurgencia que se llevó una década aplacar.

Es un mundo distinto aquí, aproximadamente a 1.120 kilómetros (700 millas) al suroeste de la megalópolis brasileña de Sao Paulo. En la actualidad, la revolución ya no está sobre la mesa, sino que en su lugar hay hileras sin fin de carne de res asada. La región es conocida por tener los mejores filetes, costillas, salchichas y otros deleites carnívoros de Brasil, todos asados a fuego lento sobre las flamas que salen de un enorme hoyo.

Durante los festejos, la cultura de los vaqueros se mantiene viva con danzas tradicionales al ritmo de la música del acordeón, conferencias, lecturas de libros y noches en tiendas de campaña bajo las estrellas.

Entre los que festejan está Antonio Carlos Pereira, de 45 años, quien ha sido vaquero casi toda su vida.

Mientras se prepara un mate, el té de hierbas consumido aparentemente por todo el mundo en el sur, Pereira dice que formar parte de los desfiles de caballos en la Semana Farroupilha es una gran razón para nunca dejar su trabajo en las praderas brasileñas.

"Tuve muchas ofertas para mudarme a una gran ciudad, pero nunca podría hacerlo", señala. "Quiero mantener viva la tradición aquí".

Por su parte, Pedro Melchiades, de 23 años, lamenta que muchos gauchos jóvenes ya no viven al estilo vaquero, sino que optan por trabajos más fáciles en ciudades grandes.

Aunque dice que ha "superado ese deseo" de correr hacia las luces urbanas, reconoce que la vida del vaquero puede ser solitaria. Aun así, Melchiades hace notar que el festival anual "es una buena oportunidad de atraer a las damas".

"Esa es una de las razones por las que he estado en los desfiles de caballos durante 10 años", afirma.