“Me asusté”. Así recuerda Elita, de 16 años, el día en el que una ecografía confirmó su sospecha de que estaba embarazada. Como ella, son más de 273,000 las niñas y adolescentes que, en los últimos cinco años, se convirtieron en madres en Perú, un país al que la epidemia de la maternidad temprana no da tregua, sobre todo en los caseríos más recónditos de la Amazonía.

Con una habilidad sorprendente, Elita amamanta y juega con su bebé de cinco meses y lo pasea en un carro rosado por el mismo camino que, hace menos de un año, recorría sola, a diario y por una hora, hasta llegar al colegio que abandonó.

“Sé que soy muy chibola (pequeña)”, comenta la joven, quien afirma a EFE que, de haberse “cuidado” con su pareja, de 21 años, y recibido educación sexual, “todo sería diferente”.

Pero Elita ve con optimismo su futuro y asegura que puede y podrá seguir adelante con el apoyo de sus padres, con quienes vive en una humilde comunidad a quince minutos en barco de Iquitos, la capital de la región de Loreto, considerada la mayor ciudad del mundo sin acceso terrestre, cercada por los ríos Amazonas, Itaya y Nanay.

En estos lares, los embarazos adolescentes, a menudo resultados de violencia sexual, acaban siendo el pretexto de uniones y matrimonios tempranos, una realidad en la que viven más de 56,000 adolescentes en Perú.

Solo en Loreto, que colinda con Ecuador, Colombia y Brasil y ocupa casi el 30 % del territorio peruano, el 50 % de mujeres se unió o contrajo matrimonio antes de la mayoría de edad, según datos del Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa).

“La cifra de embarazos adolescentes es dolorísima en el Perú. Tenemos cada diez minutos una madre adolescente (...) y en la selva este porcentaje es especialmente dramático”, reconoce a EFE la ministra de la Mujer, la loretana Claudia Dávila.

UNA DEUDA ENQUISTADA

Si bien esta realidad no es endémica del país andino, las cifras oficiales arrojan un panorama sombrío y poco alentador.

En 2021, cerca del 9 % de jóvenes entre 15 y 19 años reportaron haber estado embarazadas al menos una vez.

Este porcentaje es ligeramente inferior al de hace quince años (12.2 %), pero sigue siendo muy alto en la selva (14.6 %) y en los grupos socioeconómicos más empobrecidos, donde alcanza el 16.5 %.

Sorprende, además, que la tasa de adolescentes embarazadas por primera vez se mantiene casi intacta en las últimas dos décadas, alrededor del 2.3 %.

En las zonas rurales, la situación incluso empeoró al pasar del 2.5 % al 2.9 % en veinte años y, entre las regiones con peores índices figura Loreto, donde los nacimientos registrados en niñas entre 10 y 14 años pasaron de 188 a 242 entre 2019 y 2021.

La misma dinámica se replicó en los casos de violencia sexual contra niñas menores de 15 años que, en los últimos dos años, crecieron cerca de un 30 % a nivel nacional.

PILOTO EN LA “VENECIA AMAZÓNICA”

Solo en el distrito loretano de Belén, donde vive Elita y otras 64,000 personas, el año pasado se atendieron a 339 adolescentes gestantes.

En esta demarcación, definida popularmente como la “Venecia amazónica” por las construcciones de madera que se alzan sobre estacas en las anegables orillas del río Itaya, cerca del 27 % de la población vive en situación de pobreza y solo el 38.4 % de mujeres concluyó sus estudios secundarios.

En uno de sus caseríos, denominado Cabo López, el Unfpa articuló recientemente un proyecto piloto para desafiar los matrimonios y la maternidad temprana, en alianza con la asociación Kallpa y con el apoyo financiero de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid).

Bajo el título “Transformando miradas, sembrando oportunidades”, esta iniciativa benefició a más de cien familias para promover modelos de crianza positiva y relaciones no violentas que erradiquen prácticas nocivas sustentadas en el machismo y justificadas en la tradición, cuenta a EFE su coordinadora, Faviola Mares Quispe.

Con un año de vida, el proyecto creó dos comités comunitarios en Cabo López, así como espacios seguros donde más de 200 niñas y adolescentes de 10 a 18 años accedieron, entre otros, a talleres para desarrollar habilidades blandas y a charlas sobre educación sexual integral.

Allí, en los últimos tres meses, se identificaron ocho casos de violencia y algunas jóvenes por primera vez escucharon hablar de derechos sexuales y reproductivos o de métodos anticonceptivos.

GRANO DE ARENA EN UN DESIERTO

Este fue el caso de Dalila, una adolescente de 15 años beneficiaria del proyecto.

“En el colegio, difícil hablar de eso. Los profesores (...) como que son muy cerrados. En mi casa tampoco (...) antes de irnos al proyecto no nos contaban sobre eso, como que tú les preguntabas y se sentían incómodos”, cuenta la joven.

Desde el patio de su casa de madera contrachapada y techo de calamina, Dalila asevera que, a raíz de su participación en el proyecto, alertó a una amiga suya de que estaba siendo víctima de violencia por parte de sus progenitores.

“Yéndome a los talleres me puse a pensar que eso son violencias física y mental”, apostilla, tras negarse a calificar de “normal” que los padres de esa compañera suya “discutan y le alcen la mano”.

Por actitudes como las de Dalila, los resultados de este piloto son una ola de esperanza en el océano de retos que aún tiene Perú en materia de derechos sexuales y reproductivos de sus niñas y adolescentes, una piedra más en el camino para erradicar este drama de niñas madres, tan exacerbado en la selva peruana.