Nir Oz, Israel. Los vecinos del kibutz de Nir Oz, situado a menos de dos kilómetros de la Franja de Gaza, solo piden una cosa: que las 136 personas que siguen secuestradas por Hamás -incluido el bebé Kfir Bibas nacido en esa comunidad y que hoy cumple un año en cautiverio- vuelvan a casa, y que el Gobierno israelí priorice sus vidas por encima de la guerra.

Esta misma semana, Hamás anunció a través de un gráfico vídeo propagandístico las muertes de otros dos rehenes, de las cuales culparon al intenso fuego israelí. Confirmadas ayer por las autoridades israelíes, suman 27 los secuestrados que se creen muertos dentro del enclave en manos del grupo islamista.

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Yosi Shnaider vistió una camiseta con los rostros de su prima argentina-israelí Shiri Bibas, su marido Yarden, y sus dos hijos pelirrojos. Kfir y Ariel, de uno y cuatro años respectivamente. Son los únicos menores que permanecen en cautividad, tras el intercambio de rehenes por presos palestinos que se dio durante la semana de tregua a finales de noviembre.

Secuestrado con 8 meses, Kfir cumple hoy un año, habiendo pasado más de 3 meses en cautiverio en la Franja de Gaza, una cuarta parte de su vida.

Shnaider se negó a pensar que quizá alguno de los cuatro ya no esté vivo -en Gaza, Israel ha lanzado bombas de hasta una tonelada de peso-, y confesó a EFE sentirse “decepcionado” con su propio gobierno.

“Si declaran que lo primero es matar a Yahya Sinwar (líder de Hamás en Gaza), luego destruir a Hamás y ya después traer de vuelta a las personas secuestradas, eso significa que somos el menor de sus objetivos”, reclamó Shnaider.

El bebé argentino-israelí cumplió su primer año hoy.

“Debemos ser los primeros en la lista. Kfir debe ser el primero de la lista”, añadió sobre el bebé.

El brazo armado de Hamás, las Brigadas al Qasam, anunciaron el pasado 29 de noviembre que Shiri Silberman Bibas, de 32 años y de origen argentino, y sus dos hijos Ariel y Kfir, habían muerto en un bombardeo del Ejército israelí sobre la Franja, pero no aportaron ninguna prueba al respecto.

“Quiero…una separación absoluta”

En Nir Oz, poco o nada ha cambiado desde el pasado 7 de octubre, día en el que los islamistas irrumpieron armados, matando a 40 de sus vecinos y secuestrando a 77, de los que más de la mitad continúan cautivos.

La entrada a la cocina y al comedor comunales permanece cubierta de cristales rotos, se ven agujeros de metralla en las puertas, casas calcinadas por el fuego o destruidas.

“Es como una mala película”, aseguró a EFE Ravit Cooper, hija de Amiram, uno de los miembros fundadores del kibutz y todavía retenido por Hamás pese a sus 85 años. “Conocemos cada árbol, cada casa de este lugar, crecimos en esta misma guardería Yosi”, explicó Cooper.

Mientras, a poco más de un kilómetro de distancia, los tanques y la aviación israelí sumen a los otros, a los gazatíes, en un nuevo día de bombardeos donde además escasea la comida, el agua potable, el refugio, las medicinas y hasta la anestesia para amputar miembros heridos.

Pese a que a cada rato se oye el zumbido de los cazas israelíes, la empatía con los gazatíes se ha esfumado dentro de esta comunidad otrora liberal y partidaria de la convivencia con los palestinos, donde ya nadie habla de un futuro compartido con los palestinos.

“Lo que quiero ahora es una separación absoluta”, afirmó Srulik Kalvo, hermano de Ravit, y quien también consideró que el Gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no está haciendo suficiente para liberar a los suyos.

Para diversos analistas, como Amos Harel del diario minoritario liberal Haaretz, ambas prioridades -destruir a Hamás y retornar a los rehenes- no “solo chocan entre sí, sino que no están en sincronía”, a pesar de que el gobierno aseguró que solo la presión militar es lo que puede devolver a los cautivos al forzar a los islamistas a negociar, algo que no ha vuelto a suceder desde noviembre.

De hecho, la supervivencia política de Netanyahu pende del primer objetivo, con un gabinete de guerra divido con ministros ultranacionalistas que se oponen a cualquier cese al fuego y, más aún, a una liberación masiva de presos palestinos, muchos de ellos en detención administrativa sin juicio a cambio de los rehenes.

La mirada verdosa de Shnaider muestra cierto halo de dureza. Como otros no entiende que tras décadas reverdeciendo el desértico sur de Israel, aguantando el alarido de sirenas y escondiéndose en búnkeres durante brotes de violencia pasadas, ahora solo haya estancamiento.

“Es toda una vida para un bebé”, dijo pensando en Kfir y sus tres meses y medio de cautiverio. “Toda una vida”.