Brasil. Todos los residentes locales sabían que una isla al oeste de Río de Janeiro estaba llena de gatos. Ellos les dejaban comida e incluso llevaban turistas. Entonces, llegó la pandemia de coronavirus y el apoyo humano se frenó, resultando en una escena horripilante: un grupo de gatos devorando los cadáveres de otros.

La isla Furtada, conocida como la “Isla de los Gatos”, está a 20 minutos en lancha de la ciudad de Mangaratiba, en un extremo de la Costa Verde de Brasil, una vasta sección de bosques montañosos y caletas con arena adornada por centenares de islas.

A lo largo de los años, los pescadores han arrojado entrañas de peces y capturas descartadas en la isla, mientras que otras personas dejaban envases con agua y comida para gatos comprada en tiendas. Eso ayudaba a los centenares de felinos en la isla a alimentarse, especialmente a los gatos recientemente dejados, que carecen de las habilidades de sus similares nacidos en la naturaleza y que trepan a los árboles para saquear nidos de aves.

Cuando la pandemia forzó a la gente a quedarse en cuarentena, se desplomó el turismo. Se cerraron los restaurantes que sirven pescados y mariscos y se redujo drásticamente el tráfico de botes alrededor de la isla. Con ello, bajaron también los alimentos y el agua dejados allí.

Los locales no se dieron cuenta de los horrores que ocurrían en la isla hasta que los pescadores los reportaron en abril.

“El número de botes cayó, así como el número de turistas, y vimos las condiciones de esos animales en la isla”, dijo Jorge de Morais, de 58 años, que trabaja con un grupo local que rescata a animales. “Así que nos movilizamos”.

Él y otros voluntarios les pidieron donaciones a negocios locales. En abril, comenzaron a instalar expendedores de comida y agua, hechos con tubos de PVC y ahora hacen viajes semanales para reabastecerlos.

El martes, de Morais y otros tres voluntarios llenaron los dispensadores en la pequeña isla, donde la vegetación espesa llega a la costa rocosa.

“Los gatos que han sido abandonados recientemente son más sociables. Uno se puede acercar y acariciarlos”, dijo Joice Puchalski, coordinador del grupo de voluntarios. “Pero no lo gatos silvestres. Esos están escondidos y los ves de noche, por los ojos”.

Los alrededor de 250 gatos en la isla tienen sus orígenes en una pareja de personas que eran los únicos residentes en la isla hace dos décadas, dice Puchalski, de 47 años. La pareja se fue, dejando a sus dos gatos en la isla. Al comenzar a crecer la población de gatos, los residentes del área lo notaron y algunos pensaron que habían encontrado el sitio para dejar gatos abandonados y callejeros.

Las autoridades están buscando formas de impedir que la gente abandone animales en la isla. Eso es ya un delito, pero la ley no ha tenido mucho efecto.

Karla de Lucas, que está cargo de protección de animales en el estado de Río, inspeccionó la Isla de los Gatos en junio y se reunió con las autoridades ambientales y de la Armada para ponderar castigos, de acuerdo con una declaración entonces. El Congreso aprobó el mes pasado una ley que aumenta las penalizaciones por el maltrato de perros y gatos, incluso sentencias de hasta cinco años en prisión.

No hay manantiales en la isla y la carencia de agua suficiente para beber causa problemas renales entre los gatos, dijo Puchalski, pero el mayor peligro son las víboras y sus mordidas venenosas. Algunos lagartos también atacan a los felinos. Otros gatos resultan heridos cuando las personas en botes los lanzan a las rocas.

Los voluntarios transportan gatos a la costa cuando es necesario para tratamiento. Intentan, además, de encontrar a alguien que adopte a los animales y, si no pueden, los regresan a la isla para poder asistir a otros.

Es un trabajo de Sísifo, agrega Puchalski.

“Realmente necesitamos a alguien que se sume a nosotros para tratar de sanar esa criminalidad que es para nosotros una crueldad”, dijo.