Yahidne, Ucrania. A las afueras de un pueblo ucraniano se encuentran los restos de una pequeña escuela que fue destruida parcialmente en las primeras semanas de la invasión rusa.

Rodeada por pinos altos, los vidrios rotos dejan ver unas aulas abandonadas que en las que probablemente no volverá a haber estudiantes en un futuro próximo. Es solo uno de los muchos edificios de Yahidne que quedaron destrozados por la guerra.

Pero esta y otras aldeas están regresando poco a poco a la vida a unos meses de la retirada de las tropas rusas de la región de Cherníhiv, en el norte del país. Se están reparando las viviendas y el sonido de las herramientas de construcción llena el ambiente. Voluntarios de toda Ucrania, y de otros países, vienen a ayudar porque hay mucho trabajo que hacer antes de la llegada del próximo invierno.

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Entre los trabajadores hay un publicista y un camarógrafo que llevan días reparando el tejado de un bloque de apartamentos ubicado frente a la escuela bajo un sol abrasador.

Denys Ovcharenko, de 31 años, y Denys Huschyk, de 43, llegaron desde la capital, Kiev. Se unieron a un grupo de voluntarios llamado Dobrobat, un nombre que combina las palabras “dobro”, o bondad, y “bat”, de batallón.

Estos hombres y otras 22 personas más ayudan a sus compatriotas a regresar a sus casas lo antes posible.

“Mientras los chicos nos protegen, nosotros trabajamos aquí”, afirmó Huschyk refiriéndose a las tropas en el frente.

Por el momento, nadie en la aldea tiene previsto reconstruir la escuela, que fue utilizada por los rusos como base. Los aldeanos prefieren no mencionarla siquiera.

La mayoría de los residentes en Yahidne — casi 400 personas — pasaron un mes en el sótano de la escuela, donde estuvieron retenidos las 24 horas del día como escudos humanos contra un posible ataque del ejército ucraniano.

Ocasionalmente, las tropas rusas les permitían subir al piso de arriba y salir al patio. Pero eso no fue suficiente. Diez personas fallecieron en el oscuro y atestado sótano. Los sobrevivientes culpan a la falta de aire fresco.

Los rusos abandonaron la localidad a finales de marzo.

Dobrobat planea reparar los tejados de 21 viviendas en las próximas semanas. Entre los voluntarios hay maestros, deportistas y programadores, y cerca del 80% de ellos no tiene experiencia en la construcción.

Yahidne es solo una de las aldeas del norte de Ucrania que sufrieron la agresión rusa. Y Dobrobat es solo uno de los grupos de respuesta, que a veces atraen a voluntarios extranjeros.

Un padre y un hijo de República Checa decidieron pasar su viaje familiar anual de este año en Ucrania. Michal y Daniel Kahle se ven apenas unas semanas cada verano, ya que el hijo estudia en Estados Unidos.

“Queríamos hacer algo con significado en lugar de ser simples turistas”, dijo Daniel, de 21 años.

Ese es el motivo por el que llegaron a Makariv, en la región de Kiev. Muchos edificios de la localidad fueron destruidos o sufrieron daños en las primeras semanas de la guerra.

Padre e hijo se unieron al movimiento de jóvenes voluntarios Building Ukraine Together, que desde 2014 ayuda a recuperar edificios dañados en el este de Ucrania. Durante varios días, junto con jóvenes de distintas partes del país, trabajaron en la reconstrucción del parque de bomberos, que fue alcanzado por un proyectil de artillería el 12 de marzo.

“Este es un juego largo. No podemos pausar nuestras vidas, sentarnos en casa y esperar a que termine la guerra”, apuntó Tetyana Symkovych, coordinadora del grupo en Makariv.

Muchos ucranianos se han presentado voluntarios porque quien ser útiles. Pero ese no es el único motivo por el que Yulia Kapustienko acude al departamento de bomberos cada mañana para enmasillar sus paredes. A finales de abril, la joven pudo abandonar Mariúpol tras pasar dos meses en la sitiada ciudad portuaria.

“Vi cadáveres y casas quemadas. Aún así, cuando veo una casa normal, imagino automáticamente lo que le ocurriría si la alcanzase un proyectil”, contó. “Es imposible borrar eso de tu mente. Pero al mismo tiempo, intento no quedarme atascada en el pasado, por eso para mi es importante hacer algo, asumir responsabilidades”.

Kapustienko, de 23 años, nació en Horlivka, en la región oriental de Donetsk. Su primera experiencia con una ocupación armada fue en 2014. Después de eso, lloró durante tres años, incapaz de soportar la pérdida de su ciudad natal.

Esta vez, ha elegido una estrategia distinta.

“Ahora sé que hay que hacer algo”, afirmó. “No me importa lo que haya que reconstruir. Lo principal es que sea en Ucrania”.