En 1910, cuando una contagiosa epidemia de peste neumónica estaba asolando el noreste de China, un médico allí concluyó que la enfermedad se diseminaba por el aire. Así que adoptó algo que había visto en Inglaterra. Comenzó a instruirles a médicos, enfermeras, pacientes y al público que usasen máscaras de gasa.

Al uso pionero de las mascarillas por el doctor Wu Lien-teh, un modernizador de la medicina china educado en Cambridge, se atribuye haber salvado las vidas de las personas cercanas a él. Un médico francés que trabajaba con Wu, sin embargo, rechazó el uso de la máscara y murió en unos pocos días.

Más de un siglo después, ahora que el coronavirus se ha diseminado en Estados Unidos -que con más de 18,637 muertos se aproxima a superar a Italia como el país con más fatalidades-, algunos académicos y expertos de salud no logran entender por qué no se aprendieron a tiempo las lecciones de otros países para ayudar a los estadounidenses a reducir la cifra de muertos por la pandemia.

“No importa cuánto tiempo viva, no pienso que alguna vez llegue a entender cómo Estados Unidos, con toda su riqueza y sus capacidades tecnológicas y pericia académica, llegó dormido al desastre que está desarrollándose”, dijo Kai Kupferschmidt, un escritor de ciencia alemán.

Hizo sus comentarios mientras Estados Unidos supera los 500,000 casos confirmados de COVID-19, enfrentando una carencia crítica de respiradores, mascarillas y equipos de pruebas. El gobierno de Donald Trump dice que su enfoque ha sido proactivo y, hasta ahora, efectivo, y culpa a otros por cualquier error.

Corea del Sur, un país que reportó su primer caso confirmado de coronavirus casi al mismo tiempo que Estados Unidos, ha tenido una trayectoria mucho más baja de casos y muertes, en los centenares y no los miles. Estados Unidos, en contraste, se ha vuelto el epicentro global.

Por supuesto, Estados Unidos es un país mucho mayor, heterogéneo y complejo que Corea del Sur, Taiwán o Singapur, los tres países en Asia que parecen haber manejado la pandemia con mejores resultados. Pero cuando ellos estaban reaccionando con presteza a la enfermedad, los estadounidenses se estaban comportando como si las enormes alteraciones de la vida que habían ocurrido en los países asiáticos no sucederían en su territorio.

¿Deberían los líderes y el público estadounidenses haber seguido el ejemplo de otros países azotados por la enfermedad mucho antes, incluyendo China, que tras un período inicial de secreto y confusión, tomó medidas rápidas y draconianas para frenar la diseminación del virus?

Esos países realizaron numerosas pruebas para identificar y poner en cuarentena a los primeros pacientes y seguidamente aislar a cualquiera que pudiera haber estado en contacto con ellos. Usaron la tecnología para determinar a los grupos en riesgo. Implementaron estrictas cuarentenas sociales y distanciamiento, incluyendo el cierre de regiones completas. Involucraron a toda su sociedad en la batalla contra la pandemia desde el inicio, tomando temperaturas en lugares públicos, aislando a portadores y adoptando un uso casi universal de mascarillas protectoras, emulando el entendimiento aún relevante del doctor Wu.

Habiendo lidiado con otras epidemias peligrosas, incluyendo el SARS, el MERS y el virus H1N1, aparentemente los países asiáticos estaban más preparados que Estados Unidos para responder rápidamente al virus y saber qué hacer. En el caso de China y Singapur, un sistema autocrático puede responder sin preocuparse mucho por el debate público y la disconformidad.

Para algunos expertos, sin embargo, la renuencia de Estados Unidos a imitar la conducta exitosa de otros países revela un punto ciego, una renuencia a aprender de otras naciones, creyendo que lo que deba hacerse puede hacerse mejor siguiendo los propios preceptos estadounidenses.

“Es como si esos acontecimientos estuviesen ocurriendo en un vacío y los estadounidenses pensaran que nada de lo que está sucediendo fuera de nuestras fronteras es relevante para ellos”, dijo la doctora Mical Raz, experta en políticas de salud en la Universidad de Rochester, en el estado de Nueva York. “Cuando la gente estaba muriendo en China, era difícil para los periodistas lograr que alguien prestase atención. Pero lo que está sucediendo ahora aquí es similar a lo sucedido en Wuhan”.

Incluso en una era de globalización, la lentitud de los países en adoptar las lecciones de otros pudiera ayudar a explicar por qué tan pocos en Estados Unidos comenzaron a prepararse para el brote de la enfermedad luego que estalló en enero con encierros en China y varios otros países asiáticos.

Raz dijo pensar que esa insularidad puede extenderse a las actitudes dentro del país. Los estados interiores mostraron una tendencia a considerar irrelevante lo que estaba sucediendo en Nueva York y otras áreas costeras hasta que la enfermedad llegó a sus áreas, apuntó.

Kupferschmidt, que estudió biología molecular, dijo que, cuando los científicos alemanes desarrollaron en enero una prueba para detectar el virus en los pacientes y se la dieron a la Organización Mundial de Salud, que a su vez la ofreció al mundo, fue una oportunidad para que otros países adelantaran en la realización de pruebas rápidamente. Se pregunta por qué Estados Unidos no lo hizo.

Funcionarios en la sede de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en Atlanta decidieron desarrollar su propia prueba, como lo han hecho previamente. Esa decisión -demorada y según dicen algunos que chapucera- le costó a Estados Unidos al menos un mes de pruebas.

“Tantas oportunidades desperdiciadas”, señaló Kupferschmidt, quien ve un patrón similar con otros problemas mundiales.

“Muchos de mis colegas que cubren el clima me dicen: ‘Bienvenido al club’. A menos que los impacte personalmente, la gente simplemente no lo ve”, agregó.

Estados Unidos podría beneficiarse si practicara la “humildad cultural”, dice Daryl Van Tongeren, profesor asociado de psicología en el Hope College, en Michigan. “La humildad cultural es esta idea de que nos damos cuenta de que la nuestra es sólo una forma de ver el mundo, y demostramos curiosidad por aprender de otros”.

En su opinión, “la verdadera innovación viene de tener la mente abierta. Las naciones que se vuelven insulares son las que no avanzan”.

“En el pasado, los países consideraban que el descubrimiento de curas y vacunas eran asuntos de competencia nacional”, dice William Johnston, un profesor de historia de la Universidad Wesleyan, que estudia enfermedades y medicina. “La competencia entre los franceses y los alemanes a fines del siglo XIX fue especialmente marcada en torno a muchas enfermedades”.

A veces la competencia es perjudicial, dijo, pero también puede llevar a obtener mejores resultados al impulsar descubrimientos, como cuando Francia y Estados Unidos trabajaron apresuradamente para descubrir el VIH, el virus que causa el sida.

La competencia nacional frente a la cooperación en la ciencia presenta una tendencia oscilante, dice, y en estos momentos él considera que el mundo está en uno de sus períodos más nacionalistas.

Pero Johnston se pregunta si el tropiezo de Estados Unidos en esta crisis hasta ahora se debió realmente a una renuencia a aprender de otros países o si provino de otra tendencia: un rechazo populista a la ciencia y a los expertos en general.

“Mi opinión de nuestro fracaso apunta a esa tendencia de cuestionar la ciencia y crear dudas, comenzando con el cáncer pulmonar, la lluvia ácida, el agujero en la capa de ozono, etc.”, dice. “Cada vez que hay un golpe económico, ha llevado a la creación de dudas”.