El tiempo quedó atrapado en un objeto de bolsillo la madrugada del 15 de abril de 1912. A las 2:20 a.m., la hora aproximada en que el Titanic desapareció en el Atlántico Norte, el reloj de oro de Isidor Straus dejó de funcionar.

Más de un siglo después, ese mecanismo silencioso, detenido en la frontera entre la vida y el desastre, regresará a la superficie pública: será subastado en Wiltshire, Reino Unido, el 22 de noviembre.

La pieza, fabricada por la firma Jules Jurgensen en oro de 18 quilates y grabada con las iniciales I.S., ha sido considerada durante décadas un fragmento de la última noche del transatlántico. Su conservación, intacta pese al naufragio y al paso del tiempo, lo convirtió en uno de los objetos personales más significativos asociados al barco.

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Para la familia Straus, custodiar el reloj fue también una forma de atesorar el recuerdo del patriarca. La decisión de ponerlo a la venta, anunciada desde la casa de subastas Henry Aldridge & Son, marca el cierre de una historia íntima que atravesó cuatro generaciones en Estados Unidos.

La historia real detrás de una despedida

Isidor Straus no era un pasajero cualquiera. Copropietario de los grandes almacenes Macy’s y figura influyente en la sociedad neoyorquina, viajaba junto a su esposa, Ida, con quien llevaba 41 años de matrimonio. Ambos se encontraban de regreso a su hogar después de pasar una temporada en Europa.

Durante el hundimiento, Straus rechazó subir a un bote salvavidas mientras quedaran mujeres y niños por evacuar. Ida, al conocer la decisión de su esposo, rehusó abandonar la cubierta.

Testimonios recuperados por los investigadores aseguran que pidió a su criada que tomara su lugar y le entregó su abrigo de piel para protegerse del frío. La pareja fue vista por última vez sentada, abrazada, bajo el cielo helado del Atlántico.

La imagen de ese adiós quedó grabada en la memoria colectiva y más tarde inspiró una de las escenas más recordadas de la película de 1997. Pero, la historia original, transmitida por sobrevivientes y rescatistas, conserva un peso que no depende del cine ni de la ficción.

Objetos que narran un viaje

El reloj no fue la única pertenencia que acompañó a Straus en su última travesía. Entre los artículos que serán subastados se encuentra una carta escrita por Ida el 10 de abril de 1912, apenas horas después de zarpar de Southampton.

En el papel, con membrete oficial del Titanic, describió el lujo de los camarotes y la majestuosidad del barco. También se refirió al incidente con el SS New York, cuando la estela del Titanic provocó que el otro navío rompiera sus amarras y se desplazara peligrosamente hacia él.

Esa carta permaneció en manos de la familia durante décadas y nunca había sido exhibida públicamente. Su valor se explica no solo por su rareza, sino por convertirse en un retrato espontáneo del transatlántico en pleno viaje, antes de que la tragedia modificara su destino.

Una reliquia que atravesó generaciones

Tras el rescate del cuerpo de Straus por el transatlántico MacKay Bennett, el reloj fue devuelto a su hijo Jesse, junto a otras pertenencias recuperadas. Desde entonces pasó de mano en mano dentro de la familia. Con el tiempo, se transformó en una reliquia que condensaba la herencia, la pérdida y la memoria.

El bisnieto del matrimonio, Kenneth Hollister Straus, decidió restaurar su mecanismo y conservarlo en su oficina en Macy’s. Fue él quien finalmente autorizó su salida a subasta, un gesto que permite que la pieza vuelva al escenario internacional que alguna vez ocupó el Titanic.

El valor de la memoria en las subastas del Titanic

En los últimos años, las subastas de objetos relacionados con el naufragio han alcanzado cifras extraordinarias en Europa y Estados Unidos. El reloj de oro entregado al capitán Arthur Rostron, del Carpathia, el barco que rescató a más de 700 sobrevivientes, se vendió en 2023 por una suma récord.

Otras piezas, como el violín de Wallace Hartley o el reloj de John Jacob Astor, han seguido rutas similares, impulsadas por el interés mundial en conservar fragmentos de la tragedia. La nueva subasta tiene un matiz distinto.

No se trata solo de un objeto detenido en el tiempo, sino de una pieza que encapsula una historia de amor, un acto de sacrificio y la última hora del Titanic. Por eso, para historiadores y coleccionistas, el reloj de Isidor Straus no es únicamente una reliquia valiosa: es una cápsula que guarda el pulso final de uno de los capítulos más conmovedores del siglo XX.