Tras su liberación, expescadores esclavos tienen problemas

El día que fueron liberados de la esclavitud, los pescadores se abrazaron, se chocaron la mano y corrieron bajo una intensa lluvia hasta una fila para no quedar atrás. Pero al enterarse de que iban a regresar a casa, algunos lloraban por la idea de hacerlo con las manos vacías. 

The Associated Press publicó hace dos años una investigación que provocó el dramático rescate, que devolvió la libertad a más de 2,000 hombres que estaban atrapados en remotas islas de Indonesia. 

Habían sido captados con la promesa un buen empleo en Tailandia, pero terminaron siendo explotados a miles de kilómetros (millas) de distancia en la localidad isleña de Benjina. Muchos recibieron golpizas y fueron obligados a trabajar sin descanso durante años a cambio de un salario escaso o inexistente. 

Desde su regreso a casa, ha habido algunas historias de felicidad y oportunidades. Pero la lucha de los hombres por comenzar de nuevo está marcada en su mayoría por la vergüenza y los problemas. 

Sin embargo, están agradecidos de estar vivos, de vivir como hombres libres. 

Ya no son esclavos. 

ENFERMO Y DESEMPLEADO 

En Mon State, Myanmar, Myint Naing mira en silencio a una computadora junto a su madre y su hermana, mientras ve pasar parpadeantes imágenes de su extraordinario reencuentro. Myint se derrumbó en brazos de su madre, poniendo fin a 22 años de separación luego de ser llevado a Indonesia y de ser golpeado casi hasta la muerte por un capitán que se negó a dejarle regresar. 

Myint, que ahora tiene 42 años, está desesperado por trabajar, pero simplemente no puede. Probó trabajos manuales, pero los músculos del lado derecho de su cuerpo están debilitados tras un ataque, similar a una apoplejía, que sufrió en Indonesia. 

Sueña con abrir una pequeña tienda de comestibles para ayudar a la economía familiar, pero no tiene dinero para empezar. 

"Realmente no sé cómo seguir así", dijo. 

Aunque insiste en que su vida es mejor ahora, vive con su hermana y su cuñado, que juntos ganan menos de 5,50 dólares al día con los que viven tres niños y otros tantos adultos. 

En Indonesia, Myint logró escapar de sus captores y vivió en la selva durante años, cultivando verduras con la ayuda de algunas familias locales compasivas. 

Si sus antiguos capitanes le pagasen lo que le deben, dice que podría ayudar a su hermana en lugar de complicarle la vida. 

"Si los vuelvo a ver, podría matarlos”, señaló sobre sus exjefes. 

SIGUE SIENDO UN PESCADOR 

Tras ser rescatado, Phyo Kyaw trabajó algunos meses en los duros suburbios de Yangón, Myanmar, conduciendo un autocar y un taxi motocicleta, pero el salario no era bueno y le robaron el vehículo. 

Varios de sus amigos de Benjina habían regresado a Tailandia en busca de un empleo mejor pagado y lo animan a seguir sus pasos. Así que Phyo viajó al mismo puerto donde fue explotado y se embarcó en un buque de pesca con otros 13 birmanos. 

Tenía miedo de que se repitiese la historia, pero decidió arriesgarse. 

"No creo que sea justo, pero es mi decisión ir”, señaló Phyo, que ahora tiene 31 años. "Mi padre es el único que gana dinero”. 

Phyo no sabía a dónde iba ni cuánto tiempo pasaría en el mar. También desconocía si estaba pescando de forma legal o no, una práctica peligrosa que podría terminar con toda la tripulación en la cárcel. 

Sus jornadas laborales seguían siendo largas, tenía más horas para dormir _ cuatro o cinco por noche _ y no recibía golpizas. 

Tras seis meses en el mar, el barco regresó a Tailandia. Phyo debería haber ganado $1,600, pero recibió apenas $350 tras descontar impuestos, comida y suministro. 

Podría haber ganado casi el doble conduciendo el taxi en su país. Sin embargo, sigue pensando en regresar al mar. Pescar es lo que sabe hacer. 

"Si puedo encontrar un trabajo mejor aquí, no iré”, declaró. "Pero si no tengo nada, me iré a un barco de pesca”. 

PERDÓN EN LA FE

Envuelto en un hábito color azafrán, Prasert Jakkawaro habla con calma en Samut Sakhon, Tailandia, mientras recuerda su vida pasada. 

Pasó ocho años pescando en Benjina, trabajó sin descanso y nunca cobró la cantidad prometida. 

La ira que lo llevó a buscar consuelo en el fondo de una botella ha desaparecido. Ahora lo encuentra rezando en un monasterio como monje budista. 

"Siento que tengo que devolver perdón y amabilidad", manifestó. "Tengo otra oportunidad. No tiene sentido vivir en el pasado. La ira me seguirá en esta vida y en la siguiente”. 

Encontrar la paz no fue fácil: Al principio tuvo que enfrentarse a lo malo que vivió. 

En el barco, la comida no estaba asegurada, vio como un tripulante moría por falta de atención médica y dormir era un lujo. 

En una ocasión, tras pedir más dinero a su capitán, fue relegado a una pequeña celda con otros 20 hombres más. Los guardas de seguridad les ordenaban pegarse unos a otros. 

"Te golpeaban tan fuerte que podías ver las huellas en tu cara", dijo Prasert, que ahora tiene 53 años. 

Tras regresar a Tailandia, cobró unos $2,250 tras llegar a un acuerdo con el propietario del barco _ bastante menos de los $9,000 que asegura que le adeudaban. Pero sabe que la mayor parte de sus compañeros no recibieron nada. 

Su ira siguió aumentando, pero con el apoyo de su hermana, Prasert pasó tres meses estudiando en un templo budista. Poco a poco, el odio fue desapareciendo. 

"Cuando asisto a ceremonias, la gente me mira como si pudiese iluminar sus vidas, y esto me hace sentir útil de nuevo”, señaló. "Siento como si pudiese tener una felicidad real al fin”.