Buenos Aires- Un video muestra imágenes de niños y niñas judíos, corriendo por alguna calle europea a principios de los años 30. Sonríen, juegan, miran a la cámara con curiosidad, con inocencia. La secuencia transcurre con naturalidad, sin exabruptos, hasta que un rostro acapara toda la pantalla: el de Adolf Hitler.

Este fragmento turbador es una síntesis de lo que se encontrará el visitante en el nuevo Museo del Holocausto de Buenos Aires: la historia de cómo una comunidad integrada, diversa, que convivía en igualdad con sus vecinos pasó a ser objeto de la más salvaje de las persecuciones en Europa.

El museo abrió por primera vez sus puertas en el 2000, pero ahora, después de veinticinco meses de trabajos y remodelaciones, luce un aspecto completamente renovado, haciendo un amplio uso de la tecnología para transmitir el genocidio "de una manera mucho más variada".

 "Tiene novedades en el uso de la tecnología, que se complementa a la panelería, las imágenes y los vídeos. Todos estos elementos confluyen para que los visitantes puedan tener una experiencia más enriquecedora de un evento tan complejo como el Holocausto", comenta a Efe Jonathan Karszenbaum, director ejecutivo del museo.

(EFE)
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 DE LA REPÚBLICA DE WEIMAR AL TERCER REICH

Con un recorrido que va de lo particular hacia lo universal, el museo arranca con una reflexión acerca del ascenso del nazismo en la maltrecha República de Weimar y de cómo, poco a poco, fue configurándose un "consenso" en torno a la raza aria y un halo de excepcionalidad hacia los judíos.

"No hay consenso sin terror", asevera Karszenbaum, al tiempo que acciona una de las múltiples pantallas táctiles de este espacio.

Sobre esos primeros compases del nazismo hay todo tipo de información interactiva, con datos sobre las primeras leyes antijudías, las nuevas formas de propaganda o los cerca de 1,200 guetos que salpicaban la geografía centroeuropea. Todo ello con el trabajo de diseñadores, grafistas y contenidistas argentinos, encargados de "adaptar la arquitectura al guión museológico", una renovación cuyo costo total, según el director ejecutivo, ascendió a los 4.5 millones de dólares.

 LA NAVE PRINCIPAL 

Escaleras arriba, y tras pasar por una estancia inmersiva del gueto de Varsovia -donde malvivieron 400,000 personas entre 1940 y 1943-, el museo trastoca su narrativa unidireccional para ofrecer una estancia mucho más abierta, sumergiendo al visitante en la llamada "solución final".

Información sobre los campos de concentración y exterminio, biografías de víctimas del Holocausto y hasta una simulación de los trenes usados por los nazis para trasladar detenidos son algunos de los elementos de esta nave principal, concebida para "evocar sensaciones" en el público. 

"La intención es evocar esas posibles sensaciones que han tenido quienes vivieron el Holocausto, sin ubicar a la persona como un testigo", afirma Karszenbaum, antes de agregar que "no es un museo de objetos, como los que uno visita habitualmente, sino de narrativa". 

En este espacio, dicha narrativa cobra todo su significado con tan solo alzar la mirada, puesto que del techo caen lentamente, uno tras otro, los nombres de todas las víctimas identificadas del Holocausto. Pasados unos segundos, las letras se diluyen y aparece un mensaje revelador: "Seis millones de víctimas, seis millones de nombres. Para volver a leer uno de ellos deberás esperar 730 días". 

(EFE)
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 LA VISIÓN ARGENTINA

 Aunque no todo está consagrado a la tragedia del viejo continente: el museo también incide en la dimensión nacional, deteniéndose en la relación del régimen nazi con Argentina, un país al que emigraron más de 40,000 judíos procedentes de Europa y que acogió a 770 supervivientes del Holocausto. 

En ese sentido, uno de los objetos más preciados del museo es precisamente el salvoconducto que utilizó Adolf Eichmann -uno de los máximos responsables del exterminio de los judíos- para huir hacia Argentina en 1950, bajo la identidad falsa de Ricardo Klement. De hecho, el museo dedica un amplio espacio al conocido criminal de guerra, desde su captura en la localidad bonaerense de San Fernando en 1960 por agentes del Mosad hasta su juicio en Jerusalén y posterior condena a muerte. 

En cualquier caso, Jonathan Karszenbaum confía en que el nuevo museo, que abrirá sus puertas al público a comienzos del 2020, pueda "llegar a los 100,000 visitantes" anuales.

 "Creemos que el impacto social y mediático que ha tenido el museo va a contribuir a aumentar el número de visitantes que ya tenía. Ahora hemos ampliado la capacidad de absorción, así que estamos muy entusiasmados", sentencia.