Todavía le corre la adrenalina por su cuerpo cuando rememora la odisea del rescate de varias personas, entre ellas un adolescente, de la inmisericorde marejada que se levanta en Playa Escondida, ubicada en la zona del Corredor Ecológico del Noreste, en Fajardo.

El 30 de octubre, el sargento Ernesto Pabón, adscrito a la Oficina de Seguridad y Protección, entró a su turno de trabajo a las 4:00 p.m. en la casa veraniega del gobernador en la Playa El Convento, en Fajardo, y al culminar de impartir las instrucciones al personal le avisaron que debía ir al portón principal para darle acceso y escolta a varias unidades de emergencia hasta Playa Escondida, porque varias personas se estaban ahogando.

La vuelta la dio dos veces porque seguían llegando vehículos para el rescate. En ese momento, el comisionado auxiliar de la Policía de La Fortaleza, comandante Julio Marcano, director de seguridad del inmueble, le pidió que se movilizaran a la escena para conocer lo que sucedía.

Su adiestramiento en el Negociado de Fuerzas Unidas de Rápida Acción y sus 34 años laborando en la Policía lo llevó a descifrar de inmediato lo que pasaba al avistar a lo lejos, como si fueran unos puntos en el firmamento, a varias personas que intentaban mantenerse a flote, luchando por sobrevivir el fuerte embate de las olas.

El sargento Pabón, junto al agente Rafael González y asistido por el agente Rolando Meléndez, sin pensarlo dos veces, se quitaron su equipo de trabajo y parte del uniforme para lanzarse a desafiar las olas armados solamente con una tabla de remo grande que encontraron en la parte posterior de la casa de playa y la firme voluntad de salvar vidas.

“Cuando llegamos a la playa los observo a lo lejos flotando, pero en una corriente descomunal. Como yo y el compañero González fuimos observadores tácticos de la Policía, o sea, que nosotros hacíamos rescates, pero en helicópteros, sabíamos lo que estábamos haciendo. Le digo al comandante Marcano que los puedo salvar y el comandante me pregunta si estaba seguro. Le dije: ‘sí, deme a González, que tenemos el mismo adiestramiento y los podemos salvar’ ”, narró Pabón.

Pabón nunca había experimentado estas corrientes marinas -a pesar de que han sido numerosas las historias sobre personas ahogadas en una zona que no es apta para bañistas- hasta que comenzaron a remar con la tabla de salvación. Primero se encontraron con un adulto mayor, quien les contó que ninguno se conocía, que desde la orilla vieron durante un paseo en bicicleta a una joven que pedía ayuda porque se estaba ahogando, y a un hombre que se lanzó al agua para socorrerla.

El sargento Ernesto Ramos y el agente Rafael González, mientras iniciaban las labores de rescate de tres personas, entre ellas un adolescente.
El sargento Ernesto Ramos y el agente Rafael González, mientras iniciaban las labores de rescate de tres personas, entre ellas un adolescente. (suministrada )

Continuaron su trayectoria hasta un área donde estaba el padre y su hijo aferrados a un bambú. Allí se quedaron esperando por un helicóptero de la Guardia Costanera mientras todos se aguantaban de la tabla. No lograron llegar hasta la joven, porque el rebote de las olas se lo impidieron, aunque ella fue la primera en ser rescatada.

“Yo no voy a dejar que nadie se me ahogue frente a mí, yo teniendo la capacidad y sabiendo que puedo hacer algo lo hice, no lo pensé ni dos veces, ni el compañero González. Montamos las personas en la tabla y ahí llega el helicóptero. Logró sacar a la joven, que era la primera que se estaba ahogando. El muchacho que se ahogó se tiró para salvarla a ella y cuando vieron que los dos estaban mal se tiraron tres más... En ese momento llega el compañero Meléndez con el ‘jet sky’ y le pasamos al menor, porque parecía que había tragado agua”, narró detalladamente.

Una hora y media más tarde, luego del rescate de los dos hombres, el sargento y el agente tardaron como otra hora adicional en llegar a la orilla, y para colmo de males, se había hecho de noche y fue necesario que les alumbraran la ruta. En medio de ese tumulto de situaciones también recordó que allí abundan los tiburones, pero no dijo nada para mantener la calma. Bromeó, porque no vio ninguno.

“Como fue una situación de tantas personas, lo primero que hice cuando llegué a la orilla fue que me arrodillé y le dije gracias a Dios, porque unas personas van a poder pasar esta Navidades juntos todavía y lástima con la persona que falleció”.

No fue hasta la 1:00 de la madrugada del día siguiente que el cuerpo salió a flote y fue su padre quien lo encontró. “Yo le dije, ‘quiero que sepa que su hijo es un héroe, dio su vida por salvar a una persona que no conocía, él es un héroe, siéntase orgulloso de que su hijo hizo algo que no muchas personas hacen’ y ese señor me dio un abrazo”, puntualizó el sargento, quien hace unos días recibió un mensaje de agradecimiento de la viuda y la familia.

A los demás les envió un mensaje: “Dios les da oportunidades a las personas por algún propósito y que disfruten la vida y que hagan las cosas bien”, dijo sobrecogido.

Reconoció que si no hubiesen tomado la decisión de rescatarlos, los próximos en ahogarse hubiesen sido el padre y su hijo, al mismo tiempo que lamentó no haberse enterado antes para intentar salvar al fallecido.

Por su parte, el comandante Marcano, se refirió a los agentes como héroes que realizaron una hazaña difícil de igualar. “Les pregunté en varias ocasiones si podían hacerlo y me respondieron que querían salvarles las vidas a esas personas”.

Con cierta candidez, el sargento expresó que ve con cierta normalidad el rescate de personas, ya que ya perdió la cuenta de las personas que ha salvado. De hecho, menos de un mes antes, pasó por la residencia de su hermano en Luquillo y vio a una señora ahogándose, a quien sacó del agua. Luego , con toda normalidad, se bañó, vistió y se fue a trabajar.

“Para mí sacar a una persona del agua no es nada nuevo, yo he hecho eso tantas y tantas veces ya... Da miedo, no le digo, pero me pongo ansioso, uno no sabe lo que pueda suceder. En el caso mío no lo pienso, es como un impulso”.