Del sueño a la muerte.

Hace 17 años que una niña de 15 años fue asesinada a golpes en el rostro mientras dormía en la casa de sus abuelos, en el barrio Las Ferminas, de Las Piedras, sin que el espeluznante crimen se haya esclarecido todavía.

Sus padres, María Josefa Torres Aponte y Claudio Rivera Arroyo, consumidos por la angustia e incertidumbre por el asesinato de su hija, Liseliz Rivera Torres, que sólo tenía 15 años, y motivados por las similitudes con la muerte del niño Lorenzo González Cacho, de ocho años, reclamaron nuevamente justicia.

Según el informe del agente José Ortiz López, documento de aquella época, eran las 2:10 de la madrugada del 6 de marzo de 1993, cuando la Policía recibió una llamada de un hombre que le informaba “que habían matado a una muchacha”.

El informe indica que el policía observó sobre la cama el cadáver de la menor, con el rostro y la cabeza destrozados.

“Estaba completamente desfigurada. Tenía las piernas sobre el piso y separadas, el cuarto tenía manchas de sangre por las paredes y muchos pedacitos de palo en el piso (chispas). Estaba arropada con tres sábanas y no presentaba golpes en ninguna otra parte del cuerpo”, reza el documento.

Se agrega que también se observó que en la habitación de la tía de la niña, Rafaela Torres Aponte, ubicado al lado del dormitorio de la menor, había manchas de sangre.

“Cerca de la cama de ella había en el piso dos manchas de sangre y la cama estaba con ropa y otras cosas, como si en la misma no durmiera nadie”, relató.

A los 10 minutos de llegar a la escena, el abuelo de la menor, José A. Torres Rotger, se le acercó a Ortiz y lo llevó a la parte posterior de la residencia para mostrarle un cuartón ensangrentado con restos de cabellos que estaba recostado de la reja de un balcón de la casa aneja donde dormía su hijo, José A. Torres Aponte, quien a pesar de que tenía 40 años su capacidad era igual a la de un niño de siete años.

La tía de Liseliz, que luego del día de los hechos no ha prestado ninguna declaración a los investigadores, por instrucciones de su abogado, en ese momento le narró al policía que a eso de las 2:00 a.m. escuchó un ruido, como si arrastraran la cama. Dijo que la llamó y como no respondió, se levantó. Vio en el pasillo a un hombre, el cual no podía describir porque estaba oscuro, que la agredió en el rostro y cayó al piso.

Sin embargo, el padre de la niña manifestó que la patóloga Ofelia G. Vera le indicó que debido a la precisión de los golpes, el lugar no podía estar oscuro ni los golpes haber sido propinados por una persona con retraso mental.

“Quiero hacer constar que antes de la máquina, donde alega que cayó Rafaela Torres, había una silla y unos mahones sobre la misma y no fue movida, ni lo que había sobre la máquina de coser cayó al piso”, aclara el policía.

Pero, nadie se despertó con los ruidos de los golpes a la menor con el cuartón.

Tampoco han establecido cómo, si el misterioso hombre usó una herramienta (coa) para entrar por la puerta de la cocina, la Policía determinó que no había nada forzado. No cuestionó, sin embargo, las declaraciones ofrecidas por los testigos y familiares de la menor que se encontraban en la residencia al percatarse de que la información ofrecida no era compatible con la escena.

Los padres de la menor recordaron que un vecino de los abuelos, Julio Alicea, y el hijastro de la tía materna, Brunilda Torres, les avisaron de lo sucedido.

“(Miguel) Mickey Miranda era el fiscal que, de hecho, estaba en estado de embriaguez”, aseveró la madre de la niña.

“Ellos no cuestionaron nada de lo que escribieron (en el informe). No le tomaron huellas digitales a los residentes. No hicieron un examen físico de las manos porque la tranca era vieja y podía dejar huellas en la persona que utilizó la tranca”, dijo el padre basándose en información de vecinos sobre unas abrasiones que tenía la tía en los antebrazos.

“Cómo unas laceraciones que pudieron haber sido creadas con la tranca o el que antes de la nena acostarse tuvieron unas diferencias, eso es lo que ella no habla porque al otro día se buscó a un abogado y un psiquiatra”, dijo el padre.

El fiscal mandó a quemar el colchón donde la asesinaron “para que no lo viéramos, embuste, confabulación total”.

Hace tres años agentes federales hicieron las pruebas con luz ultravioleta porque se sospechaba que la escena fue alterada y se preparó un perfil de la tía.