Febres Rivera, sin embargo, no murió en la calle. Murió en una prisión en retirada de las drogas que utilizaba. Había sido ingresado por ausentarse a una vista judicial relacionada con una demanda que Walmart presentó contra él y otras dos personas sin hogar. 

Su hermano, Christian Rivera, de 28 años, lo había visto por última vez hace 16 años, luego de la muerte de la madre de ambos. Él se fue a residir a los Estados Unidos y Pascual se quedó bajo el cuidado de una abuela, en el residencial Las Margaritas, en Santurce, donde ambos crecieron junto con otros cuatro hermanos.

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Cuando Christian volvió a ver la cara de Pascual, ya estaba muerto. Se enteró de su fallecimiento porque una amiga de su hermano mayor vio por televisión una noticia en la que se hablaba de su muerte y este se lo comunicó. Entonces, viajó desde donde reside en Boston a Puerto Rico para gestionar su velatorio y celebrarle un sepelio digno. 

“Yo siempre tuve comunicación con él. Hubo ocasiones en que (los hermanos) lo queríamos ayudar y él decía que sí, pero cuando lo iban a buscar, se escondía”, recordó Christian. 

Y es que conoce muy bien la dura y difícil lucha que enfrentan quienes tienen parientes adictos.

“Creo que la muerte de mi mamá, que éramos tan jóvenes todos, él tendría 14 años, le pegó bien fuerte y no se pudo recuperar”, comentó sobre lo que pudo haberlo llevado al vicio. 

“Es una batalla. Cuando tienes un familiar que está en esos caminos, romper el vicio es bien, bien fuerte. Requiere de mucha, mucha ayuda”, reconoció. Por eso mismo, consideró que la acción que debía tomar el Tribunal cuando Pascual se ausentó a una vista judicial, no era ordenar su arresto, sino tramitar su ingreso en un centro de rehabilitación, aunque fuera en contra de su voluntad.