Víctimas de una guerra territorial en Loíza

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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Loíza está en guerra.
Cuatro familias lloraban ayer la muerte de sus seres queridos, todos víctimas de una guerra territorial que hace varios años libran los jóvenes en el barrio Medianía Alta de Loíza. Tres de los que murieron eran adolescentes entre las edades de 13 a 17 años.
El escenario de la quinta masacre del año fue la cancha de baloncesto del sector El Ceiba del barrio Medianía Alta, en Loíza, donde unos 15 jovencitos practicaban para un torneo. Irónicamente, es un lugar que debía estar fuera de la zona de tiro.
Las comunidades en conflicto, cuyas calles se pintan de sangre casi a diario, son: el sector Melilla, Villa Santos, Las Carreras, Colobo y las Parcelas Vieques. Sus residentes no pueden pisar los territorios donde no residen y a veces se llega al extremo de que ni siquiera se puede mirar hacia el área colindante porque se convierten en objetivo de tiro al blanco.
La víctima más joven de la masacre, ocurrida el miércoles a las 4:00 p.m., fue el niño Jonathan Carrasquillo Carrasquillo, de 13 años, un estudiante del séptimo grado de la escuela intermedia Jesusa Vizcarrondo. El jovencito vivía con la ilusión de celebrar hoy su cumpleaños.
La comunidad escolar lloraba ayer la muerte del adolescente y fue necesario solicitar la asistencia del Programa de Alternativa en Prevención y Servicios Sicológicos al Estudiante, ya que varios de sus compañeros lloraban desconsoladamente, confirmó la directora del plantel, Laura B. Meléndez Rosa.
“Aquí hay una lucha por territorios, una guerra en las comunidades, porque hay sectores que los jóvenes no pueden entrar por sus luchas internas. La escuela es un minicosmo, porque aquí es que se reúnen estos sectores”, explicó Meléndez.
Entre lágrimas, su tía Vivian Lasén, reunida frente a su residencia con familiares de otra de las víctimas, Luis O’Neill Carrasquillo Cirino, de 17 años, recordó que el jueves le diría al niño que había conseguido el dinero para comprarle su bizcocho de cumpleaños.
“Yo le dije que si conseguía los chavos del bizcocho se lo iba a celebrar. Conseguí los chavos, pero él no está aquí. ¡Ay, mi Jonathan!”, exclamó.
El menor, que participaba en competencias de levantamiento de pesas, vivía con su abuelita desde los siete años, al igual que otros dos hermanos, ya que su madre, que vive en Estados Unidos, tenía problemas nerviosos.
“Apenas se estaba enamorando, le pidió el teléfono a mi hija para llamar a la novia y quería comprar una tarjetita de llamadas de $5”, recordó con tristeza.
Rosa Cirino, cuyo sobrino pereció en mayo víctima de la misma violencia sectorizada, explicó que, aunque los jóvenes no sean parte de la guerra, por sólo vivir en una comunidad son penalizados.
“Aunque yo no tenga guerra, yo no puedo pararme aquí (señalando hacia el otro lado de la calle), porque le tiran hasta a las mujeres”, declaró preocupada.
Minutos antes de la balacera, otra de las víctimas inocentes, Luis Joel López Meléndez, de 15 años, había salido de la casa de sus abuelos tras dejarle una compresa caliente a su abuelita, Ana Luisa Cirino, quien convalece en su casa de una operación de un marcapasos. Luego, se fue a jugar a la cancha de baloncesto sin saber que la muerte estaba a la vuelta de la esquina.
“Mi nieto no está en nada, él cumplía los 15 años el 28 de noviembre. Ese nene vino ayer, aquí el abuelo le calentó una sopa. Yo me quejé de dolor de espalda y se me quedó mirando y me dijo: 'Vengo ahora porque en casa hay una cosa que se calienta'”, expresó entre lágrimas.
Transcurridos de 10 a 15 minutos, se escucharon las ráfagas de disparos. Pero, su familia jamás pensó que había muerto el jovencito, que aspiraba a irse con su familia a Estados Unidos para huir de la violencia.
“El nene era un buen muchacho, estaba en ese sitio porque le gustaba jugar baloncesto y pasó lo que pasó. Quería irse a Estados Unidos para hacer su futuro allá. Él es inocente de todo lo que está pasando, porque él no vende drogas”, declaró su tía Grisel López.
El abuelo del menor, Juan R. López, indicó que su nieto, a quien describió como un adolescente alegre, vivía preocupado por la violencia que le rodeaba en esa comunidad.
“Él decía mucho que le preocupaba este vecindario. ¡Como está la maldad de la juventud!”, declaró.
De hecho, esta semana el menor había sido matriculado por sus familiares en una escuela superior fuera del municipio de Loíza para alejarlo del ambiente violento.
Su tía Elsa Rodríguez, por su parte, recordó que al menor le encantaba ir a su casa en Arecibo para montar a caballo.
“Hace una semana me llamó para decirme que venía el domingo, que le preparara el caballo”, agregó.
También observó que hace varios días el adolescente hizo un dibujo de su mamá, a quien le colocó una corona diciéndole que era su reina.
“Hace poco tiempo están sucediendo estas situaciones, algunos jóvenes se quieren hacer dueños de los territorios, aquí esto no se ha visto nunca”, sostuvo el abuelo, nacido y criado en Loíza.