¿El dinero o la vida?

Un deportista tuvo que casi rogar para que el Departamento de Salud lo vacunara contra la rabia después de que un perro pitbull lo mordió con saña en una pierna y las autoridades no hicieran su trabajo para encontrar el can y evaluarlo.

La rabia es una enfermedad mortal si no se trata. En el caso de una mordida de un animal a un humano, la vacuna se tiene que poner en menos de siete días después de que ocurre el incidente.

José Rivera, un profesor de química de la Universidad de Puerto Rico (UPR), hizo múltiples gestiones para intentar que su caso se atendiera, pero se dio de frente con la burocracia, y claro, el alto costo de esa vacuna, que no se consigue a través de médicos privados porque en Puerto Rico sólo el Departamento de Salud tiene el derecho de administrarla.

Cada vacuna le cuesta al Gobierno $1,000.

Un día horrible

Rivera, quien practica el deporte de tríalo (en que se combina el ciclismo, la natación y correr) iba el viernes, 27 de abril en su bicicleta, cuesta arriba, por un barrio de Aguas Buenas, como parte de su entrenamiento. De repente un perro sato y un pitbull salieron a su paso desde una residencia a la orilla de la carretera.

El perro sato le ladró, pero el otro fue directo hasta su pierna derecha y, como si fuera un jugoso pedazo de filete, le espetó el colmillo profundamente detrás de la rodilla sin que a Rivera le diera tiempo de esquivarlo.

“El perro prácticamente voló para morderme”, relató Rivera a Primera Hora.

Entre algunos vecinos del lugar, otro ciclista y una señora que pasó en su auto lo ayudaron a empezar a desinfectar la herida y lo llevaron hasta el Hospital Menonita.

Y allí empezó el calvario.

En la institución hospitalaria no tenían la vacuna de tétano disponible ese día. Le pusieron analgésicos y otros medicamentos y le pidieron que el lunes próximo fuera al área de Epidemiología del Departamento de Salud en Caguas.

Le llenaron un formulario que debía enviarse a la región de San Juan para que recibiera el tratamiento más cerca de su casa.

Hasta el hospital llegó un agente de Aguas Buenas, que sólo se identificó como Castro, quien, a juicio de Rivera Ortiz, no fue claro cuando lo abordó porque solamente le preguntó qué quería hacer.

“Imagínate, yo estaba sedado, aturdido, me acaban de coger unos puntos, tenía muchas preocupaciones en mi mente. No sabía que él se estaba refiriendo a si quería presentar una querella y él entendió que no”, afirmó el profesor.

La tortura sigue

Luego de un fin de semana pasando dolores, tomando antiinflamatorios y sin poder caminar bien, llegó el lunes.

Fue al Departamento de Salud para que lo vacunaran contra el tétano y la rabia pero, ¡sorpresa!, en la región de Epidemiología de San Juan nadie sabía de su caso porque la región de Caguas falló en enviar el reporte.

“Nadie sabía nada. No entendían de qué estaba yo hablando”, expresó aún con la frustración presente.

Lo mandaron a su casa, porque, además, si el perro no aparecía, no podían verificar si tenía rabia o no, y si necesitaba esa vacuna.

Lo hicieron llenar de nuevo todos los formularios.

Ese día se enteró también de que tampoco hubo un reporte de la Policía sobre los hechos.

Como no tenía ni siquiera una dirección sobre el lugar donde ocurrió el incidente, tuvo que montarse en un carro con su papá para llegar hasta Aguas Buenas y preguntarle directamente a los residentes de la casa qué había pasado con la peculiar mascota.

Pero el animal había desaparecido. Ninguno de los inquilinos de la casa sabía del paradero del perro.

Eso sí, le confesaron que hacía unos días el pitbull había mordido una yegua. Obviamente, eso levantó muchas más dudas sobre la salud del can y las posibles consecuencias negativas.

El martes, de vuelta a la región de San Juan, otra mala noticia: la agencia no tenía ni un solo inspector disponible en la zona de Caguas que le diera seguimiento al caso y tratara de averiguar dónde estaba el perro.

Le informaron que había que esperar a que la inspectora de San Lorenzo acabara su ruta para entonces movilizarse a Aguas Buenas.

Tic-toc tic-toc

El protocolo del Departamento de Salud establece que dentro de 24 horas después de la mordida hay que evaluar el animal para determinar si tiene rabia.

Si el tratamiento no se aplica en siete días después de la mordida, la persona afectada muere.

Como el perro no aparecía, el tiempo mínimo para aplicar el tratamiento y evitar lo peor seguía corriendo.

“Mi mamá me llamaba prácticamente cada cinco minutos. Ella me preocupaba más que todo. Pero estábamos todos bien ansiosos. ¿Cómo iba a saber si tengo rabia? Fue bien desesperante”, relató el profesor.

Llegó un momento en que Rivera habló con una supervisora, de apellido Muñoz, y se alteró ante la dejadez con la que lo trataba.

“Le dije que tenía 39 años y que no quería dejar a mis hijos huérfanos, ni viuda a mi esposa… y ella me dijo: ‘No te pongas a la defensiva’. Y después, como para bajar la cosa, me dijo: ‘Si de algo nos tenemos que morir’. Yo quiero pensar que ella lo dijo sin pensar bien”, porque era altamente insensible, afirmó.

Ocho días después del incidente, finalmente logró que lo vacunaran.

A pesar de las múltiples gestiones para contactar al Departamento de Salud, no fue posible hablar con ningún funcionario.

Entre el 2007 y el 2008 hubo 1,159 casos de rabia en toda la Isla. Al año siguiente esa cifra subió dramáticamente a 4,844. En la agencia no hay datos más recientes, admitió la portavoz de prensa del DS, Clarimar Arrufat.

Nadie pudo dar explicación sobre esos casos, cuántos fueron mortales y por qué hubo un aumento tan grande entre esos dos años.