Iván Clemente nació enfermo y adicto a las drogas en la cárcel de Mujeres de Vega Alta, por lo que su mamá se lo dio a unos pastores metodistas que solían visitar la prisión.

Ningún doctor le aseguraba a estos buenos samaritanos, doña Marta y don Ramón Díaz, que el pequeño sobreviviría todas las condiciones que enfrentaba, que incluía intestinos perforados e infecciones corporales. Lo que hicieron fue exponerlo ante el altar y esperar un milagro. Cincuenta y un años después, Clemente reciproca ese milagro de vida desde El Comedor de la Kennedy.

“Yo estoy dando comida, porque fue lo que un día me dieron a mí”, afirmó el chef de profesión, en su pintoresco y alto tono de hablar.

En esencia, Clemente y tres ayudantes preparan diariamente comidas saludables, las empacan y las reparten en 20 comunidades diferentes de la zona metropolitana, así como en colegios técnicos de la zona de Humacao, Yabucoa y Naguabo. Ese bocado de comida caliente lo entregan con una pequeña compra, en la que se incluye un paquete de arroz, una lata de habichuelas y una lata de salchichas, entre otras cosas.

En esta tarea, El Comedor de la Kennedy, ubicado en la marginal Bechara, de la avenida Kennedy, en San Juan, cumplió ya 10 años el pasado 1 de octubre.

La meta principal es ayudar a los niños que viven “huérfanos con padres” y a ancianos que fueron dejados en el olvido por sus hijos.

Con esta tarea, Clemente está “trayendo esperanza a la gente, dándole la sensación de que no están olvidados y que alguien los tomó en cuenta. Como un día me cuidaron a mí y me amaron, así mismo yo lo estoy haciendo y es una sensación extraordinaria, sin límites”, según describió.

La misión de este chef no es religiosa.

“¿Qué iglesia viene aquí a repartir comida?”, le preguntó a la líder comunitaria del residencial Alejandrino, en San Juan, Rosa Figueroa Medina, mejor conocida como “Potoka”, durante un recorrido para entregar espaguetis con pollo y ensalada de granos.

“Ninguna”, fue la respuesta que recibió de la mujer que se ha convertido en la coordinadora de las visitas semanales que realiza El Comedor de la Kennedy al residencial.

Sin embargo, Clemente ora y le echa la bendición a todo aquel que recibe el pan que prepara.

Es un hombre muy activo, humilde y amigable. Ríe como un niño. Casi no deja que otros hablen relatando todas sus experiencias como misionero en el Amazonas o lo que disfruta al ver las caras de aquellos que reciben su comida.

Ataca el hambre

Detrás de su misión de repartir comidas, el chef busca evitar que los niños sufran en las calles desde tan temprana edad y se conviertan en esos sicarios que atemorizan a las comunidades.

“El problema del hambre en Puerto Rico es muy serio y tras el hambre está la desigualdad social. Obligan a esos niños a ser adultos todo el tiempo, porque buscar comida es cosa de adultos. Lo que debe ser es ‘cómete esto, yo te lo preparé’. Pero muchos niños no son cuidados, atendidos, y esto no solo es en los residenciales públicos, en urbanizaciones caras también los hay. Son niños que son atendidos por un celular, por un televisor; que los padres se van jueves y regresan martes. Ese abandono los expone al hambre, no comen bien; al maltrato, al bullying, al intercambio sexual”, denunció.

Clemente ha sido testigo de todo este maltrato. Ha tenido niños con enfermedades de transmisión sexual o abusados por familiares. Es que, según contó, “los adultos se las buscan como sea, buscando comida en los zafacones. Pero, los niños piden y muchas veces la respuesta es ‘tú quieres la comida, hazme esto (sexo oral). Y muchos niños están siendo abusados hoy por el hambre”.

“De cada 10 niños, entre seis y ocho no comen; cuando no comen piden para comer y los utilizan sexualmente. Hay tantos niños abusados que es una cifra alarmante”, añadió, al indicar que cada día en Puerto Rico dos niños llegan a las salas de emergencias con signos de abuso sexual.

Dijo que otros pequeños son abandonados por adultos que no saben lo que es ser un padre. Relató que en una ocasión tuvo ante su cuidado un bebé de seis meses que fue dejado por horas por su madre de 16 años, porque ella decidió irse a una fiesta.

“Hemos visto de todo y lo referimos a las agencias pertinentes y no hacen nada. Al gobierno no les importa los niños. No se legisla a favor de ellos… (El Departamento de la) Familia tiene 30,000 casos que no puede hacer nada. ¿Qué va a hacer con uno más que le mande yo?”, sostuvo, al indicar que por eso lleva alimentos.

El problema que Clemente se ha encontrado con los envejecientes es parecido a los de los menores de edad. Planteó que muchos gastan sus pocos ingresos en medicamentos o en pagar las utilidades del hogar, por lo que en algunos casos les sobra dinero para una sola comida al día.

“Se juntan en casas para no gastar luz. Así pasan el día”, expuso, al comentar la alegría con que reciben la comida que les lleva.

“¡Vengan, comida y compra!”

Primera Hora fue testigo de la emoción con que los vecinos del residencial público Alejandrino recibieron al chef y a sus ayudantes, Karla Vázquez, Ayareliz Valcárcel y Sulyn Pérez Claudio.

“Potoka”, la líder comunitaria, gritaba a todos: “¡Vengan, comida y compra!”.

Los niños se acercaban desaliñados, algunos descalzos. Eran pocas las madres que les acompañaban.

“En mi casa somos cinco”, afirmó un niño de cuatro años mientras hacía fila. Su madre con sus otros hermanitos de menor edad le esperaban a lo lejos.

Un niño de 11 años explicó que la misión de El Comedor de la Kennedy era “muy buena, porque hay mucha gente que necesita y personas mayores”.

“Siempre que escucho la bocina, vengo pa’ acá. Me encanta cómo ellos atienden a uno y la comida es muy rica”, comentó otro niño del residencial.

Juan Álvarez, un envejeciente que enviudó hace un año, cree que el alimento que recibe es de restaurante.

“Dios les dé cien años de vida para que sigan bregando. Esto es un resuelve”, afirmó el hombre, quien ya espera todas las semanas que llegue la guagua del comedor.

Ayuda para ayudar

Son muchas las historias de niños y ancianos que relata Clemente. Hay desde aquellos que una vez le asaltaron y hoy están a punto de conseguir su diploma de cuarto año, hasta de bomberos y maestras que comenzaron yendo los fines de semana al comedor.

Conmovido por esas historias, Félix López Torres, un estudiante de la Academia de la Policía, se dirigió a El Comedor de la Kennedy a ayudar.

El joven no quiso regalos para su cumpleaños número 25 celebrado recientemente. Solo pidió a su familia que le donaran artículos comestibles para llevarlos a la sede de esta entidad sin fines de lucro. Así, llegó con fardos de arroz y otros productos.

“El cambio social se logra con estas obras que tienen estas personas”, puntualizó.

Para continuar esta obra, El Comedor de la Kennedy necesita un “walking freezer”, ocho termos como de hospitales para guardar los envases de comida y una van nueva para hacer los recorridos diarios a entregar comida. Aunque, Clemente dice conformarse con un paquete de arroz, una lata de habichuelas y salchichas.

“Con eso un nene come. No tiene que ir a pedir a la calle o robar en la escuela”, manifestó.

Si desea ayudar a El Comedor de la Kennedy, puede enviar su donativo por ATH Móvil a /elcomedordelakennedy o por Paypal a kennedykidspr. También puede visitar la sede en la marginal Bechara, de la avenida Kennedy, llamar al 787-533-5177 o escribir al PO Box 364344 San Juan, PR 00936-4344.