Unos le dan monedas, mientras otros se voltean para no mirarlo a los ojos. Hasta cruzan la calle con tal de no toparse con ese pidión que se aposta todos los días en medio del tapón.

Pero son pocos los que se preguntan si ese ser humano comió, dónde durmió y bajo qué circunstancias cayó en desgracia.

Sin embargo, el Dr. Juan Antonio Panelli Ramery los abraza, y no le importa si están sucios o malolientes, porque hace más dos décadas que se comprometió en ayudarlos. No para sacarlos del vicio, sino a curar las heridas físicas, saciar el hambre y sanar su corazón.

A través de la organización Amor Que Sana, este dentista de profesión da cátedra de la verdadera solidaridad al dedicar su tiempo y esfuerzo a una causa que muchos evaden. Y lo aprendió cuando hacía obra misionera en el Amazonas, donde conoció personas en su estado natural, sin posesiones materiales y felices.

“Me quedé pensando en que podíamos hacer algo aquí, en nuestras calles, con nuestra gente y empiezo a ver a Ponce, las calles donde están estas poblaciones con mucha gente, que somos una selva de cemento, pero la diferencia es que aquí no hay familia, no hay cariño, no hay nada, ellos viven completamente solos, sobreviviendo día y noche”, relató Panelli Ramery. 

“Nosotros entendemos que lo que necesita esta gente en la calle cuando están solos y sintiéndose asustados y perdidos, es que vengan y le demuestren amor y puedan sentirse que hay gente que se preocupa por ellos”, confesó el dentista ponceño. 

La organización inició en 1996, brindando servicios a personas con problemas de drogadicción, alcoholismo, salud mental, además de otros que viven solos en zonas de pobreza y que buscan compañía con el grupo.  

Así comenzaron a darles comida, ropa y atender sus lesiones, úlceras y heridas. Esto, para evitar que se contagien con enfermedades ocasionadas por el uso de jeringuillas contaminadas. 

Además, ofrece ayuda a hombres y mujeres a través de la Casa Ana Medina donde actualmente residen varones que, por distintas circunstancias, no han podido reinsertarse en la sociedad. Allí, las personas no solo van para que atiendan sus necesidades inmediatas, sino para recibir el calor humano que del lugar emana. 

“Para mí, dar un abrazo, dar la mano especialmente a las personas que no conozco, es la manera de demostrarle mi amor y el amor que yo siento y promulgo no viene de mí, sino de Dios. Yo soy bien fanático de Jesús, de hecho, trato de vivir haciendo lo que él hacía y siguiendo sus enseñanzas, que no es hablar, es hacer”, dijo el padre de cuatro retoños.

Pero su inmenso amor por el prójimo está presente en su familia, pues su esposa Ana Medina también ha dedicado su tiempo a las mujeres maltratadas y que viven en las calles.

 “Como familia es bien importante, porque transmito a mis hijos lo que creemos como matrimonio, el ayudar a las personas necesitadas. Este trabajo ha sido del corazón de nosotros, en ningún momento hemos recibido dinero, al contrario, el aspecto económico ha sido para ayudar en realidad a las personas que necesitan en este país y echarlos hacia adelante”, dijo Medina, a quien también se le reconoce su obra.