Primero, el huracán María dejó a Puerto Rico sin agua corriente ni electricidad. Después empezaron a acabarse el combustible y el agua. Ahora es el dinero.

La poderosa tormenta prácticamente ha creado una parálisis en la economía del territorio estadounidense que podría durar semanas, y mucha gente se está quedando sin efectivo y teme que sobrevivir se haga aún más difícil en la devastada isla.

Hay largas filas ante los bancos que abren con horario limitado y ante los pocos cajeros automáticos que funcionan, en medio de un apagón generalizado y de un corte casi total en las telecomunicaciones. Mucha gente no puede volver a trabajar o abrir su negocio porque el diésel para los generadores escasea o no pueden pasarse un día entero esperando a conseguir combustible para su auto.

El ingeniero Octavio Cortés predijo que la situación empeorará porque los muchos problemas están interrelacionados y no pueden resolverse con facilidad.

“No sé cuánto va a empeorar”, comentó Cortés, que se había sumado a otros conductores detenidos en un puente sobre un río en Puerto Rico para tratar de conseguir una débil señal de celular. “Ahora mismo es manejable, pero no sé la semana que viene o la siguiente”.

Cortés, que tiene seis hijos, suele trabajar desde casa o viaja por todo el mundo por trabajo, pero ninguna de las dos cosas es posible ahora porque casi todos los 3,4 millones de habitantes de habitantes de Puerto Rico siguen sin electricidad y los vuelos a la isla se han reducido a apenas un puñado al día.

Aunque Cortés está bien por ahora, otros no tienen los mismos recursos.

Cruzita Mojica es una empleada del Departamento del Tesoro de Puerto Rico en San Juan. Aunque como a muchos otros funcionarios ha recibido aviso de que vuelva a trabajar, no puede hacerlo porque debe cuidar de su anciana madre después de la tormenta. El miércoles se levantó a las 3:30 de la madrugada y fue a cuatro cajeros automáticos, pero todos estaban vacíos.

“Por supuesto, saqué dinero antes del huracán, pero ya se acabó”, dijo. “Estamos sin gasolina. Sin dinero. Sin comida. Esto es un desastre”.

La técnica quirúrgica Dilma González dijo que sólo le quedaban 40 dólares y que en su lugar de trabajo en la capital aún no se había avisado a la gente para que volviera. “Hasta que nos digan otra cosa, se supone que no tengo que volver”, dijo encogiéndose de hombros mientras lavaba la calle delante de su casa con agua a presión, retirando restos y lodo.

Todos tienen problemas con la abrumadora devastación del huracán María, que comenzó a castigar la isla en la madrugada del 20 de septiembre como una tormenta de categoría 4 con vientos de unos 250 kilómetros (155 millas) por hora.

El meteoro destruyó toda la red eléctrica y destrozó viviendas, negocios, carreteras y granjas. Al menos 16 personas murieron. Aún no hay un recuento exacto del coste y una evaluación completa de los daños, pero el gobernador, Ricardo Roselló, dijo que paralizará la economía durante al menos un mes.

“Esta es la mayor catástrofe en la historia de Puerto Rico, sin duda, y probablemente es la mayor catástrofe por un huracán en Estados Unidos”, dijo Roselló mientras entregaba ayuda en la localidad sureña de Salinas, donde el alcalde dijo que toda la agricultura local había desaparecido cuando el viento arrancó las plantaciones de plátanos, maíz, verduras y otros cultivos.

Antonia García, una jubilada que vive en la ciudad de Bayamón, dijo que solo le quedaban 4 dólares. Pasó el día utilizando el valioso combustible para buscar un cajero automático que funcionara porque no había podido entrar en su entidad de crédito, que sólo recibía 200 clientes al día. “Esto se ha vuelto caótico”, dijo.

Puerto Rico ya tenía problemas antes de la tormenta. La isla lleva más de una década en recesión, la tasa de pobreza era del 45% y el desempleo rondaba el 10%, más alto que en ningún estado de Estados Unidos.

Los fabricantes de equipo médico y farmacéutico, que son el sector más importante de la economía, llevan años recortando sus plantillas. Ahora todos, desde las multinacionales a pequeños negocios y rancheros, luchan por conseguir suficiente combustible para los generadores mientras sus empleados tratan de llegar a su puesto de trabajo.

Antes de la tormenta, el gobierno de la isla estaba inmerso en agrias negociaciones con acreedores para reestructurar una parte de su deuda de 73.000 millones de dólares, que el gobernador anterior declaró impagable. Roselló pareció advertir a los tenedores de bonos de que la tormenta había empeorado las cosas. “Puerto Rico prácticamente no tendrá ingresos el mes que viene”, dijo a la prensa.

Algo que empeora las cosas para muchos consumidores es el hecho de que las tiendas de alimentación que abren, normalmente en horario reducido, no pueden procesar tarjetas de crédito o bancarias ni pagos con el sistema local de prestaciones sociales. Las empresas insisten en recibir efectivo, aunque eso es técnicamente ilegal.

Aun así, como en cualquier crisis económica, hay gente que encuentra el lado bueno. Christian Mendoza dijo que el lavadero de autos en el que trabaja no ha reabierto, de modo que vende agua embotellada, incluso sin refrigerar. “El agua está caliente y aun así se vende de una forma que no creerías”, comentó.

Otra historia de éxito relativo es la de Elpidio Fernández, de 78 años, que vende crema de coco y fruta de la pasión en un carretón por las calles de San Juan y tiene un proveedor con un generador. Algunos días desde la tormenta ha ganado hasta 500 dólares.

“El trabajo se ha multiplicado por mil”, aunque añadió con rapidez: “Aunque a mí me va bien, no me siento bien porque otros están sufriendo”.