Río Grande. En las laderas de la empobrecida comunidad Estancias del Sol, en este municipio, se perciben decenas de casas de madera a medio hacer y con un toldo azul como techo. En el balcón de una de las residencias hay una mujer haciendo el último nudo a unos pasteles que se apresta a vender. Al lado, y cerca de unos escombros, un niño en edad preescolar trastea una bicicleta vieja a la que trata de colocar una mohosa cadena para que sus gomas rueden. Entonces, el pequeño fijó su mirada en el par de extraños que llegaban a su barrio y pidió ayuda para completar su tarea.

Y fue así, casi por accidente, que comenzó esta noble historia para destacar la angustiosa situación que a más de un año del azote del huracán María -y a un par de semanas de celebrar el Día de Navidad- viven muchos de los  residentes del humilde sector rescatado a finales de la década de los 90 y que está ubicado en una zona con una vista espectacular al enorme Bosque Nacional El Yunque.

Tras una misión cumplida y arreglada la vieja bici de Omargelalexis -un conversador niño de cinco años que vive con su abuelita, Omayra Cruz Ortiz- salió a relucir la historia detrás de aquella estampa campesina que deja visible la desigualdad puertorriqueña.

La señora, quien vive en el lugar hace más de 20 años, relató la precaria situación que ha sobrevivido junto a su nieto desde que el ciclón devastó su casita. Lo perdió todo. Literalmente, el niño y ella se quedaron con la ropa que vestían aquel 20 de septiembre de 2017 y un par de chancletas.

“Fueron días bien difíciles… estuve nueve meses durmiendo casi al intemperie con mi nieto  hasta que hace poco pude techar parte de la casa con un dinero que me dio FEMA (Agencial Federal Para el Manejo de Emergencias)”, expresó quien inicialmente invirtió parte de la ayuda otorgada para adelantar los trabajos de una casa de cemento que había comenzado a construir antes del fenómeno atmosférico, pero desistió del proyecto al percatarse que los chavos no alcanzarían para completar la obra.

Agregó que no cualificó para las ayudas gubernamentales y federales, pues no tiene título de propiedad. Ese ha sido el escollo para muchos de los damnificados en el barrio.

Aunque vive en un lugar remendado y muy lejos de estar rehabilitado, Omayra está agradecida, pues en un viaje retrospectivo se percata que su situación fue agonizante.

“Ahora ya no nos mojamos, porque dormimos en un área de la casa que ya no cae el agua… es cierto que el baño y otro de los cuartos están con paneles viejos y rotos, pero algo es algo. También nos han dado ropa y artículos del hogar. Yo cojo todo lo que me dan”, expresó quien paga mensualmente $66 por la cama litera y los muebles que cogió fiados en una mueblería.

Ahora está sumergida en la venta de pasteles y coquito para ayudar a Santa Claus con los regalos que pidieron sus cuatro nietos, incluido el simpático Omar, como llama de cariño al más pequeño del grupo.

“Yo quiero una bicicleta sin rueditas, con un sillín bien alto que llegue al cielo -porque yo estoy bien grande- y que tenga el palito (stand) para que se quede parada…”, expresó por su parte el niño, quien al momento de esta entrevista no había escrito la carta a Papá Noel ya que carecía de un arbolito en su casa. Su plan, dijo como todo un obrero, era buscar alguno desechado por otra persona, arreglarlo y montarlo en la sala de su hogar antes del 24 de diciembre. “Sin arbolito no me dejan regalos”, expresó preocupado, quien horas después recibió el añorado artículo por parte de un “angelito” que se cruzó en su camino.

“Soy pobre, pero luchador”

A unas cuadras de distancia, otra casita con lona azul se asoma en el paisaje. Allí, Jaime Ilarraza Rivera, un artesano profesional, laboraba en el montaje de una ventana que le habían regalado y que acogió con mucha gratitud para tapar uno de los tantos huecos que dejó en su hogar la furia del huracán.

Jaime también recibió una ayuda económica de FEMA, pero apenas pudo utilizarla para comprar artículos esenciales, como ropa, estufa, nevera y algunos materiales de construcción.

Han sido meses “cuestarriba”, pero el hombre -quien trabaja en una empresa de elaboración de puertas y ventanas- no se rinde. Se mantiene firme en su afán de reconstruir poco a poco todo aquello que había logrado con mucho esfuerzo. Jaime no puede evitar el silencio nostálgico y mientras observa a su alrededor se le aguan los ojos.

“Yo le digo a mi esposa que las cosas no se hacen de un día para otro. Al menos, nosotros los pobres, nos levantamos poco a poco. Soy pobre, pero luchador”, cuenta al agregar que a través de ayudas como Tu Hogar Renace  pusieron paneles que hacen la función de piso en su casa y le instalaron una bañera con un lavamanos en el baño.

“Algo es algo y eso vale… lo demás lo he ido haciendo poco a poco, porque no cualificamos para las ayudas por el asunto (de la falta) del título (de propiedad). Por lo menos he ido recuperando parte de mi casa”, expresó con los sentimientos a flor de piel, mientras su esposa -quien sufre constantes ataques de pánico desde el paso del ciclón- asintió con la cabeza.

Refugio hecho de escombros

Un hecho lamentable en Estancias del Sol es que muchos ciudadanos afectados por el huracán han tenido que abandonar sus destruidos hogares y buscar refugios en casas de familiares.

Entre estos se encuentra una de las hijas de Waleska Kexsi Pimentel, quien tuvo que auxiliar a su hija Iris Moraima y a su nieta de Nicole, luego que la casa de ellas quedara hecha añicos con la tormenta.

Sin embargo, en la casa de Waleska -quien vive con otra de sus hijas- sólo hay dos habitaciones. Entonces, la única opción que surgió para aplacar la emergencia fue construir un improvisado cuarto con madera y pedazos de zinc que encontraron en la carretera días después del paso del fenómeno atmosférico.

La mujer dice que la situación ha afectado mucho a su hija, quien al momento de la entrevista  se encontraba trabajando como mesera de un restaurante Chili’s.

“Me duele lo que está pasando, porque esto la ha afectado mucho y la ha traumado… ella fue acudiendo por ayudas en FEMA y no cualificó. Apeló dos o tres veces, pero se la denegaron”, explicó.

Su nieta, Nicole, mostró a Primera Hora el ranchito donde vive con su mamá. El espacio, que apenas mide 8’x12’, tiene lo esencial para poder subsistir: una estufa de gas, una nevera y un fregadero. En una esquinita, ubica la ropa de los residentes, incluyendo el impecable uniforme de la joven perteneciente a la Liga Atlética Policiaca.

Un vecino cercano, don Ovidio Centeno, explicó que han sido múltiples las gestiones que ha realizado para que la hija de Waleska reciba ayuda, tanto del gobierno como de organizaciones sin fines de lucro.

“Pero aquí todo ha sido bien difícil… es como una mala suerte para nuestra gente”, expresó quien se ha convertido en líder comunitario.

Explicó que tanto el alcalde Ángel “Bori” González, como el representante Ángel Bulerín, han hecho infructuosamente trámites para resolver el problema de títulos de propiedad que hay en la sección B de la comunidad.

“Con el Gobierno en bancarrota se ha puesto bien difícil la cosa… hemos tratado de ayudar a la gente pero, honestamente, ha sido cuestarriba”, lamentó.